Editorial
Los católicos de Nayarit convencidos de nuestra fe, atendiendo la dimensión de nuestro ser persona, que engloba, entre otras cosas, el ejercicio político en lo tocante a la elección de los representantes populares de la comunidad a la que pertenecemos, saldremos a votar este domingo 6 de julio.
En nuestro país el voto es el medio a través del cual el ciudadano común tiene acceso a la toma de decisiones del gobierno: no se trata, en efecto, de un proceso sencillo ni que pueda resumirse en pocas palabras, pero los gobernados contribuimos con nuestro sufragio al crecimiento o retroceso de nuestra patria, en mayor o menor medida.
No son pocos los que se quejan amargamente de que las autoridades “nunca remedian los males”, de que “ya en el poder, olvidan de un día para otro todo aquello que prometieron en campaña”; y de todo ello concluyen que “no sirve votar”, que “¿para qué?” si de cualquier modo las cosas nunca cambian. Quizás tengan razón, pero si no votan, ¿con qué cara, llegado el momento, pueden exigir a sus representantes lo que tanto se empeñaron en prometer en los días de campaña?
Sin embargo, en este sentido, salir a votar nunca podrá reducirse a un mero acto mecánico, sin consecuencias, ni tampoco podrá definirse como “hacer algo que se tiene que hacer”: depositar la preferencia por tal o cual candidato mediante un papel en una urna el día de las elecciones, constituye una manera de ser coherente con los principios que el cristianismo desde siempre ha privilegiado y que la Constitución Mexicana, además de otros documentos, consagra con los más altos honores: la libertad de decisión y elección.
Un católico que vota, más allá de cristalizar una filiación partidista particular, más allá de hacer visible una identificación con una causa o proyecto político, en realidad es un católico comprometido con la sociedad en la que se desenvuelve, un católico militante que sabe que el bienestar de una comunidad se construye con muchas manos, y que no puede llegar a hacerse patente sin la interacción de gobernantes y gobernados. Y el voto, que no debe quedar, insistimos, en un acto efímero y sin trascendencia, representa la llave para acceder a una participación activa y sobresaliente. Porque hay que ser conscientes, a estas alturas, de que nuestra nación necesita de nosotros, la construcción de un futuro promisorio no sólo compete a quienes en algún momento detentan el poder, sino a todos nosotros, a todos los que todos los días, desde nuestra trinchera personal, trabajamos para que nuestros pueblos y ciudades, par que nuestro estado de Nayarit, y que México como país, esté a la altura de los ciudadanos que lo habitamos.
Por otro lado, al momento de votar hay que hacerlo en conciencia, no decidir a la ligera y apurado por situaciones externas, por señalamientos de terceros o por la distribución de prebendas que beneficien al corto plazo. La decisión ha de ser sopesada, analizada y emitida con convencimiento. Nuestra simpatía por algún candidato tiene que estar marcada por su posición clara respecto a la defensa de la vida, la promoción de la familia, el respeto de los derechos humanos y la defensa y salvaguarda de los valores y la moral que han distinguido al catolicismo que practicamos e identificado a la familia a la que pertenecemos.
Votar, por último, es un deber de todo aquél que se precie de ser católico: la responsabilidad de elección no se delega, no es de unos cuantos, no tiene que teñirse de amañamientos y desórdenes, es una elección que recae sobre los hombros de todos.