NUESTRA SEÑORA DEL ROSARIO DE TALPA
En el año de 1644, en la villa de Talpa, de la jurisdicción de la parroquia de Guachinango, el viernes 19 de septiembre, aconteció un hecho de gran trascendencia para la vida religiosa de toda la comarca: una imagen de La Virgen María desfigurada y carcomida por el tiempo, y que por orden del párroco, Don Pedro Rubio Félix, debía ser enterrada en un pozo en la sacristía, se renovó milagrosamente.
Tocó a una jovencita llamada María Tenanchi, cumplir la disposición del párroco: “Y llegando dicha María Tenanchi a coger dicha imagen, súbitamente fue tan grande el resplandor que salió de dicha imagen, que deslumbró y derribó a dicha Tenanchi María Cantora, que cayó como muerta en dicha peana; las demás naturales que estaban barriendo la iglesia y la fueron a alzar; y preguntárosle qué se había hecho les dijo ¿no veis esa Virgen desbaratada que está de otra manera, echando resplandores de fuego, rodeada de nubes que hizo así?, ¿qué será eso?”.
Este acontecimiento, testificado por los indígenas y puesto por escrito por orden de dicho párroco en un documento conocido como la “Auténtica”, y los numerosos milagros obrados en los años inmediatos, dio origen a que la veneración de la imagen se extendiera rápidamente. En la actualidad, la Imagen es visitada durante todo el año por incontables fieles que de diversos lugares del país y del extranjero acuden a ella en devotas romerías.
LA IMAGEN EN SU MILAGROSA RENOVACIÓN Y SIGLOS POSTERIORES
La ya antigua escultura michoacana que Francisco Miguel colocó en el rústico altar de la iglesia de Talpa, permaneció allí varios años, casi siempre perdida entre abundancia de flores y frutos silvestres que los naturales ofrendaban cada día a sus Santos Patronos.
La acción deletérea del tiempo y los múltiples comejenes y demás insectos que acarreaban las flores del campo, fueron ejerciendo poco a poco su acción destructora en aquella escultura que “por ser de materia tan frágil y deleznable”, pronto se vio “tan destruida, carcomida y desfigurada, que causaba indevoción”. En tan lamentable estado que se hallaba en el año 1644.
Era costumbre en aquellos lejanos tiempos celebrar con todo el esplendor posible, todos los años, las fiestas de los Santos Patronos del lugar.
Talpa solía celebrarlas en los meses de julio y septiembre, según lo permitía el tiempo y las múltiples ocupaciones del párroco del lugar, que para el año que historiamos el Bachiller D. Pedro Rubio Félix, Cura propio de Guachinango.
Nos dicen las crónicas que las fiestas de aquel año -1644- “revistieron una solemnidad y magnificencia poco comunes”. Las polícromas danzas y las tradicionales fiestas de toros vinieron a sumarse a la gran solemnidad.
El día anterior a la gran fiesta, el P. Rubí Félix entonó por la tarde las solemnes vísperas como preparación al gran día.
Mientras el canto entonaba en el presbiterio los salmos y antífonas del acto litúrgico, el Sr. Cura descubrió en las gradas del altar de piedra los despojos de aquella virgencita michoacana, hecha de caña de maíz, que contaba ya con más de un siglo de existencia y que, por el estado de ruina en que se hallaba, sólo ameritaba ser destruida totalmente.
El día siguiente fue de gran alegría y devoción para los talpenses quienes con gran entusiasmo y devoción celebraron sus tradicionales fiestas; el devoto párroco gozaba y compartía la felicidad y alegría de aquellos buenos y sencillo cristianos.
Pasó la gran fiesta y, al día siguiente, cuando el Sr. Cura se disponía a abandonar el lugar, llamó a los mayordomos, priostes más encargados del culto y cuidado de la primitiva iglesia y, entre otros encargos y recomendaciones, les ordenó que abrieran un hoyo en la sacristía del templo, y en unos manteles viejos envolvieran aquellas esculturas viejas y destruidas que estaban en el altar, y que luego las enterraran, “según los ordenaban las leyes y costumbres de la Iglesia”.
El párroco abandonó luego el pueblo y continuó recorriendo su extensa jurisdicción. Las órdenes del Bachiller fueron ejecutadas de inmediato; en la estrecha sacristía se abrió el sepulcro y se dio orden a María Tenanchi, hija del cantor Francisco Miguel, que diera sepultura a las destruidas imágenes.
Fue la mañana del viernes 19 de septiembre del ya mencionado año, como a las 10 horas. La venturosa María Tenanchi de rostro alegre y mirada serena, acompañada de otras indias lugareñas, llegó a la pequeña iglesia “con el fin de asearla y ejecutar las órdenes del Sr. Cura”.
Las compañeras de la Tenanchi se dieron con entusiasmo a la tarea de barrer el terregoso piso que carecía de todo pavimento, mientras la hija del cantor Miguel iba y venía de la sacristía al altar aseando los floreros y renovando las flores. Todo parecía estar ya en orden, sólo restaba retirar y sepultar las viejas esculturas.
Cogió María Tenanchi unos manteles viejos que otrora cubrieron el primitivo altar, y se dirigió al presbítero con el fin de envolver con ellos las desechas imágenes y darse luego a la tarea de enterrarlas.
Se llegó al altar de la Purísima, tomó primero la imagen del Señor Crucificado, que también debía sepultar, la envolvió con cuidado y veneración, trató de coger luego la imagencita del Rosario, pero en el preciso momento en que su mano tocaba la imagen, vieja y apolillada, ésta se revistió de una intensísima luz y de un resplandor tan fuerte y deslumbrante que “semejaba un relámpago”.
En ese mismo instante, la añosa y deshecha escultura se revistó de un poder y una majestad sobrehumanos cual si hubiese sido tocada por un poder divino
Todo esto causó una impresión tan fuerte en la vidente María que, sintiéndose sin fuerzas para sostenerse en pie, fue a parar al suelo con todo su vigor juvenil.
El ruido sordo que produjo al caer por tierra, llamó la atención de sus compañeras; éstas, al ver que yacía en el suelo, pensaron que algo malo le había pasado y acudieron en su auxilio.
¿Qué te pasa María, porque te has caído?, preguntaban angustiadas las naturales.
-“¿No veis esa Virgen desbaratada que está de otra manera, echando resplandores, rodeada de fuego que me hizo así?
Volvieron ellas la mirada hacia el altar, contemplaron el prodigio y les sucedió lo mismo que a sus compañeras: cayeron derribadas por tierra. Cerca de la puerta del templo se hallaba un joven, indio natural del pueblo, como de 15 años de edad; al ver aquella inusitada escena, sacudido por un gran temor, salió corriendo y contó al Alcalde, al Fiscal y demás autoridades del pueblo todo ocurrido en la iglesia.
Al oír el extraño relato, el Alcalde y demás regentes fueron al templo y encontraron allí a las jóvenes indias llenas de temor y a la renovadora imagen irradiando bondad y celestial hermosura.
La noticia del extraño acontecimiento se extendió rápidamente por todo el pueblo y aun por sus inmediatos contornos.
En unas cuantas horas era insuficiente la iglesia para dar cabida a devotos y curiosos que deseaban ver la cerca la imagen renovada.
Esa misma tarde se vio pletórico de palmas y flores del campo y el pequeña altar de piedra los cantos y oraciones salían atropellados de aquellos sencillos corazones.
SE INICIA EL CULTO A LA MILAGROSA IMAGEN
Tan luego como los naturales de Talpa se restablecieron de su gran sorpresa, y como el hecho les pareciera tan extraño, pensaron en dar aviso al Sr. Cura, sobre todo para tratarse de un asunto de la iglesia y de la escultura que él había mandado sepultar.
Salió de inmediato el cantor Francisco Miguel hasta la antigua hacienda de “el Ataxo” (hoy el Atajo) en donde se encontraba el párroco.
El clérigo escucho con atención aquel relato, ordenó al cantor que se regresará y le prom etió venir a Talpa lo más pronto posible para enterarse personalmente de lo ocurrido.
Fue hasta el lunes 22 de septiembre cuando vino el abnegado pastor al lugar del prodigio: venía acompañado de su notario, las autoridades civiles de Mascota y buen número de curiosos y devotos que también querían enterarse de lo ocurrido.
Diríase que fue aquella la primera romería que visitaba el rústico santuario y a su Portentosa Imagen, primicias de una serie no interrumpida durante siglos.
No es posible describir la impresión, mezcla de sorpresa y devoción, de aquel humilde clérigo ante el prodigio. “Incontinenti dispuso se arreglara todo lo necesario para celebrar una fiesta”, la primera en honor de la milagrosa Virgencita del Rosario.
Tocó a él ser testigo y “dar fe” del primer milagro que obró la Portentosa y Celestial Señora, después del de su renovación.
El 19 de septiembre, los indios del lugar, deseando honrar a su amada Señora, encendieron en su altar los dos únicos cabos de vela que tenían en la iglesia; eran “de dos en libra” , pesarían unos 150 gramos cada uno y medirían unos diez centímetros de largo.
Estos diminutos cirios estuvieron encendidos día y noche, desde el 19 a medio día hasta el 22 por la noche “sin gastarse ni consumirse”.
Este nuevo milagro maravilló al sacerdote y lo confirmó e la realidad del milagro obrado en la destruida imagen.
EL PÁRROCO HACE LA PRIMERA INFORMACIÓN AUTÉNTICA
Tan luego como paso la fiesta y hubo calma y serenidad en los ánimos, el párroco procedió a iniciar una extensa y minuciosa información acerca de lo sucedido en la imagen, así como también acerca de sus antecedentes y demás circunstancias referentes a Ella: su origen, la materia de que estaba hecha antes de su renovación, cuándo y por quién fue traída a Talpa y, sobre todo, la forma y circunstancias del milagro.
Después de una amplia y profunda investigación redactó el primer documento que se escribió acerca de la Celestial Señora, y que hoy conocemos en el nombre de “La Auténtica”. Es el resumen más antiguo que poseemos.
Antes de regresar a Guachinango, cabecera de su jurisdicción, reorganizó el párroco el servicio del templo y recomendó a los habitantes de Talpa tributarán un culto y una devoción muy especiales a la Milagrosa Imagen.
La fama de los primeros milagros obrados por la Celestial Señora seguía extendiéndose por todos los alrededores, las peticiones y súplicas de los necesitados seguían creciendo también en número, y los beneficios obtenidos por su medición no eran de menos cuantía. Acerca de estos nos dice el párroco: “los enfermos llegaban a novenas y de continuo hay gente (en el pueblo y en el templo), de todos estados y enfermedades”.
Bastaron unos cuantos años para que la fe y confianza en la bondadosa Madre crecieran en tal forma, que las romerías fueran todo el año muy nutridas. Esto dio origen a la fiesta del 2 de febrero que es la romería organizada más antigua de las que hoy recibe la Basílica de Talpa.
El piadoso romero puro oír y contemplar el día de hoy, en el presbiterio de la casa materna, las tradicionales y añosas campanitas, únicas que tenía la rústica iglesia cuando la milagrosa renovación, que, según afirma una antiquísima tradición, repicaban solas cuando regresaba la Milagrosa Virgencita en ocasiones en que era llevada fuera del templo y del pueblo, sobre todo en casos de públicas calamidades.
A mediados del año 1649, Talpa recibía con grandes manifestaciones de júbilo al Primer Prelado que visitaba estas montañosas regiones: el Excmo. Sr. Don Juan Ruiz Colmenero.
El Sr. Pedro Ruiz Félix, párroco de lugar llevó al Obispo a la capilla donde se verificó el milagro, le relató con lujo de detalles el inusitado acontecimiento y le mostró la iglesia, la Imagen y la narración escrita que de ellos había redactado.
El Sr. Obispo quiso hacer una nueva investigación, llamó a los testigos “de visita”, los interrogó bajo juramento de decir verdad, así como también a las demás personas que tenían alguna relación con el extraño acontecimiento.
“Ordenó S. Ilma. A su Secretario de visita, que hiciera la redacción por duplicado del hecho milagroso; un tanto (copia) del escrito lo llevó su Sria. Ilma. Para la curia diocesana el otro lo dejó en el pueblo de Talpa”.
“Se llevó consigo también, el Prelado, uno de aquellos cabos de vela que ardieron varios días junto a la Milagrosa Señora, sin desgastarse ni consumirse”.
“Entre las procidencias que Su Ilma. Dejó asentadas en su pastoral visita, fue la del cuidado y culto con que debían honrar a la Sma. Imagen de Nuestra Señora, ítem (y también) que se mejore lo más posible el tabernáculo (trono) y su iglesia”.
Secundado los deseos del Dmo. Prelado, desde aquellos lejanos años ha sido afán constante “crecer y embellecer la casa solariega de la buena Madre del cielo, hasta llegar, después de muchos y variados cambios, a la actual Basílica que cada día luce más hermosa y llena de majestad, donde tantos millares de hijos y devotos de María han elevado a Ella sus plegarias y oraciones”.
Objeto del cuidado constante de clérigos y fieles ha sido también la organización y el florecimiento de la insigne y meritoria “Cofradía de Nuestra Señora del Rosario”, benemérita asociación que por muchos siglos tuvo a su cargo el culto y cuidado de su Celestial Patrona. Con múltiples cambios ha llegado a nuestros días con el nombre de “la Esclavitud de Nuestra Señora del Rosario de Talpa”.
LA MILAGROSA IMAGEN VISITA EL CURATO DE MASCOTA
El año de 1722 fue dividido el curato de Guachinango para erigir la parroquia de Mascota, quedando el pueblo de Talpa adscrito a esta jurisdicción. El nuevo párroco emprendió, desde luego, la construcción en la cabecera de su jurisdicción, del templo parroquial, obra que se llevó a feliz término a mediados del año 1755. Para la dedicación o consagración de la iglesia, el Sr. Cura D. Joseph Dávila Villavicencio, invitó al Sr. Obispo de Guadalajara que en esos días era el Ilmo. Sr. D. Fr. Francisco de Buenaventura Martínez Diez de Velazco.
Las fiestas de la dedicación fueron celebradas con extraordinario esplendor; para presidirlas “como Madrina y Patrona” fue llevada en imponente peregrinación la milagrosa Reina de Talpa.
Esta peregrinación con la imagen dio origen a la leyenda que afirma que “se venía sola, a pie, por la noche hasta su pueblo y su trono, dejando huellas de sus diminutos pies pintadas en el polvo del camino; es que no quería estar fuera de Talpa.”
Fue hasta la última vez que se alejó del pueblo que Ella escogió como su morada y lugar de permanencia. De Mascota “siguió Su Ilma. Su pastoral visita al vecino pueblo de Talpa”. Fue entonces cuando el prelado bendijo y colocó la primera piedra al actual santuario o Basílica en la misma ocasión “extendió su Ilma. Nombramiento al Br. D. Ramón de Herrera y Codero para que permaneciera en el pueblo de Talpa de manera estable y permanente”. Fue este el primer sacerdote que tuvo residencia en este pueblo y que le dio gran impulso a la construcción del templo.
EL CULTO Y LA DEVOCIÓN
La fama que los numerosos peregrinos hacían llegar hasta las más lejanas tierras y los continuos favores que se obtenían del cielo por mediación de la Celestial Señora, fueron extendiendo y haciendo crecer la devoción a la Virgencita del Rosario de tal forma que para mediados del siglo VXIII era conocida a una extensa zona de nuestro país: por el norte su devoción se extendía hasta los Estados de California y Arizona en el vecino país del Norte, por el centro y sur era conocida hasta más allá de la Ciudad de México.
Fue entonces cuando surgió la idea y la costumbre de hacer otras imágenes, que se asemejaran lo más posible a la original, y mandarlas a recorrer multitud de pueblos en donde eran recibidas con gran fe y devoción.
Algunas de estas imágenes peregrinas se quedaron en algunos de los templos y lugares que visitaban; esto explica la existencia de algunas de ellas (como la del Tintoque) que tan estrecha relación guardan con la original.
En la actualidad son muchos los moradores de Estados Unidos que la conocen y veneran; en algunos lugares como Los Ángeles California EE. UU., tiene templos dedicados a su honor y culto, en nuestra República es reconocida desde los estados de Chiapas y Oaxaca hasta la frontera Norte.
PRIMER PATRONATO
En octubre del año 1901 estando de visita en Talpa el que fue primer Obispo de la Diócesis de Tepic, Excmo. Sr. Don Ignacio Díaz y Macedo, a iniciativa propia secundada por la de un crecido número de peregrinos y talpenses, fue del pueblo y sus alrededores”.
“Desde este momento los moradores del pueblo y sus peregrinos, deberán cumplir con el compromiso que han contraído de honrar, invocar e imitar a la Madre de Dios, que con tan solícito y maternal cuidado se ha mostrado nuestra Celestial Protectora y Madre”.
SE LE IMPONE EL CORAZÓN DE ORO
El segundo decenio del siglo fue, para todo el país y para esta región, de constante lucha por el poder político, Los diferentes partidos, siempre en sangrienta lucha, acabaron con la paz y prosperidad de los pueblos.
Talpa se vio frecuentemente amenazada y en repetidas ocasiones fue teatro de sangrientas luchas. Los devotos de la madre del cielo no cesaron de invocarla y en todos los peligros se vieron favorecidos por su maternal cuidado.
Para las fiestas de septiembre (aniversario de su milagrosa renovación) de 1915, con el don de dar un testimonio de amor y gratitud a su Celestial Patrona por haberlos liberado de constantes peligros, el clero, el pueblo y peregrinos de Talpa, le obsequiaron e impusieron el corazón de oro desde entonces ostenta en su pecho maternal.
Predicó en el novenario y en aquella memorable fiesta el ilustre sacerdote D. J. María Robles, fundador de las Religiosas Hermanas del Corazón de Jesús y después mártir de la causa de Cristo Rey.
CORONACIÓN PONTIFICIA
El deseo de engrandecer a su Reina y Soberana ha sido creciente en el clero y los fieles durante el transcurso de los siglos. Durante el año 1921 surgió y maduró el proyecto de imponerle a sus sienes imperial corona de oro, con autoridad pontificia.
Se verificaron los trámites correspondientes ante la Santa Sede con tan feliz resultado, que en noviembre del mismo año se obtuvo el rescripto que concedía el deseado privilegio.
En medio de la alegría y felicidad de propios y extraños, el 12 de mayo de 1923, El Excmo. Sr. Obispo Don Manuel Azpeitia y Palomar, tercero en la Diócesis de Tepic, y el Excmo. Sr. Don Leopoldo Ruiz y Flores, Arzobispo de Morelia, acompañados de los Excmos. Señores Don Agustín Aguirre y Ramos y Don Ignacio Plascencia y Moreira y de un crecido número de sacerdotes, impusieron regia y áurea corona de la Celestial Patrona y al pequeño Jesús que lleva en sus brazos.
Un ágape fraternal y una lucida fiesta literario-musical, en la que se estrenaron algunas composiciones poéticas, completaron la solemnidad de aquel día memorable.
ROBO SACRÍLEGO
La tenebrosa noche del 26 de noviembre de 1942, el pueblo entero se estremeció de dolor e indignación ante el sacrilegio atentado verificado contra la patrona de Talpa. La Sagrada Imagen fue violentamente despojada de sus joyas e insignias: su resplandor, corona, cetro y media Luna; su valioso rosario quedó hecho pedazos. Parece que fue la avaricia el móvil de tan sacrilegio y repugnante atentado.
El 12 de mayo del año siguiente, después de un solemne novenario y de un imponente acto público de desagravio, en solemne ceremonia en la que tomaron parte varios Prelados, entre ellos el de Guadalajara y Huejutla, el Sr. Obispo Diocesano repuso sus joyas a la venerable Imagen.