Algunos hermanos protestantes señalan que no se debe orar por los difuntos, al grado de interpretar de manera errónea la frase “dejen que los muertos entierren a los muertos”. Pero veamos lo que nos dice la Biblia al respecto: “Está establecido que los hombres mueran una sola vez y luego viene el juicio”. Después de la muerte viene el juicio particular donde “cada uno recibe conforme a lo que hizo durante su vida mortal”.
Las personas que en vida hayan aceptado y correspondido al ofrecimiento de salvación que Dios nos hace y se hayan convertido a Él, y que al morir se encuentren libres de todo pecado, se salvan. Es decir, van directamente al Cielo, a reunirse con el Señor y comenzar una vida de gozo indescriptible “Bienaventurados los limpios de corazón -dice Jesús-, porque ellos verán a Dios”.
Aquellos que hayan rechazado el ofrecimiento de salvación que Dios hace a todo mortal, o no se convirtieron mientras su alma estaba en el cuerpo, recibirán lo que eligieron: el Infierno, donde estarán separados de Dios por toda la eternidad.
En el Antiguo Testamento, asimismo, en Macabeos, se afirma que Israel oró por los difuntos; se dice que Judas Macabeo, después del combate oró por los combatientes muertos en la batalla para que fueran liberados de sus pecados. Y también en la Carta a Timoteo, San Pablo dice refiriéndose a Onesíforo: “El Señor le conceda que alcance misericordia en aquel día”.
Por consiguiente, según nuestra fe católica, sí se pueden ofrecer oraciones por los difuntos, para que sus almas sean purificadas de sus pecados y puedan entrar cuanto antes a la gloria, a gozar de la presencia divina, tal y como nuestra Iglesia lo ha venido haciendo desde los primeros tiempos.
¿En la Biblia se habla del Purgatorio?
Es cierto que en la Biblia no se menciona la palabra “purgatorio”; sin embargo, existe la idea de un “sufrimiento”, después de la vida, como proceso de purificación.
Quienes mueren en la gracia y la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, alcanzan su eterna salvación mediante un proceso de purificación después de su muerte. Dicho proceso se llama purgatorio, mediante el cual se obtiene la santidad necesaria para ingresar con alegría al Cielo.
Los que en vida hayan servido al Señor, pero que al morir no estén aún plenamente purificados de sus pecados, irán al purgatorio. Allá Dios, en su misericordia infinita, purificará sus almas y, una vez limpios, podrán entrar en el Cielo, ya que no es posible que nada manchado por el pecado entre en la gloria: “Nada impuro entrará en ella”.
¿Qué es el purgatorio?
La Iglesia formuló la doctrina relativa al purgatorio en los Concilios de Florencia (Decretum pro Graecis) y de Trento (Decretum de purgatorio). La palabra “purgatorio” proviene del latín “purgare”, que se entiende como limpiar, purificar, y de acuerdo con la enseñanza de nuestra Iglesia, el purgatorio es un lugar o condición de castigo temporal para aquellos que, alejados de la gracia de Dios, no están completamente libres de faltas veniales, o no han pagado completamente a satisfacción sus transgresiones.
Citas bíblicas: Mt 12, 32; 1Co 3, 15; 2Mc 12, 46.
¿El alma muere?
El alma muere junto con el cuerpo, afirman algunos hermanos protestantes, entre ellos los Testigos de Jehová.
El Catecismo de la Iglesia Católica, por su parte, establece que alma es “el principio espiritual del hombre”. Agrega, además, que el término “alma” a menudo designa en la Sagrada Escritura a la vida humana o toda la persona humana.
En las Sagradas Escrituras encontramos respuestas que nos ayudan a entender mejor este concepto de difícil comprensión, el alma no muere con el cuerpo y en ocasiones se considera como espíritu (no el Espíritu Santo).
Sab 2, 23: “Dios creó al hombre para la inmortalidad y lo hizo a imagen de su propio ser”.
Mt 10, 28: “No teman a los que sólo pueden matar el cuerpo, pero no el alma; teman más bien al que puede destruir el alma y cuerpo en el infierno”.
Lc 23, 43: “Jesús le dijo: Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso”.
Sab 3, 1: “Sin embargo, las almas de los justos están en manos de Dios, y ningún tormento las alcanzará”.
Hch 7, 59: “Mientras lo apedreaban, Esteban oraba así: Señor Jesús, recibe mi espíritu”.
Carmina Hidalgo
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