Fidelidad a toda prueba: Pbro. Ramón Güereña Álvarez

El Padre Ramón Güereña Álvarez, oriundo de Las Peñas, Jalisco, hoy Puerto Vallarta, vio la luz primera el 30 de agosto de 1930. Fue el cuarto de ocho hijos del matrimonio formado por Miguel  Güereña  Rosas y Rosario Álvarez Álvarez. El Padre Güereña fue llamado a la Casa del Padre el pasado 9 de septiembre del año en curso.

La huella del señor Cura Rafael Parra en el Padre Güereña

La infancia del Padre Ramón transcurrió en un ambiente de profunda vida cristiana, que se vio fortalecida por el testimonio sacerdotal del señor Cura Rafael Parra, de quien fue acólito hasta su ingreso en el Seminario en octubre de 1945. Ese año, debido a la gran cantidad de alumnos, el Seminario se trasladó al Templo del Purísimo Corazón de María.

En medio de un ambiente fraterno que marcaría  toda su vida, llegó el año de 1949, tiempo de iniciar sus estudios filosófico–teológicos en el Pontificio Seminario de Montezuma, Nuevo México, en Estados Unidos. ¡Ocho largos años de ausencia de la familia y de la patria! Ocho años que le permitieron forjar en su alma el espíritu ignaciano de sencillez y entrega generosa que lo caracterizaron a lo largo de toda su vida sacerdotal; ocho años que, engarzados uno tras otro como las cuentas de un Rosario, le permitieron llegar a la meta tan deseada de ser sacerdote para siempre la mañana del 25 de abril de 1956.  El Arzobispo de Santa Fe le confirió el Orden Sacerdotal que, por espacio de 53 años, ejerció con una fidelidad a toda prueba.

Un sacerdote solícito, vigoroso y entregado

De regreso a la patria celebró su primera Eucaristía entre los suyos el 15 de agosto de 1956 y, al día siguiente, inició su primera labor ministerial como prefecto de disciplina y maestro del preseminario, a punto de inaugurarse en la parroquia de Xalisco. El 1 de noviembre de 1956 inició su ministerio sacerdotal en esa parroquia, y su permanencia se prolongó a lo largo de 35 años, pues el 21 de marzo de 1974, a la muerte del señor Cura Jesús Partida, se hizo cargo de la comunidad y desde su toma de posesión, el 1 de junio de aquel año, Dios bendijo a los parroquianos de la comunidad cristiana de Xalisco con un pastor solícito según el corazón de Cristo.

¡Qué decir de su labor pastoral! La fisonomía de la parroquia cambió con su llegada, tanto en lo espiritual como en lo material. Fue intensa,  profunda  y constante su entrega y generosidad  apostólica. Sólo en muy contadas ocasiones abandonó la parroquia para tomar algunas vacaciones. Solícito siempre ante las necesidades espirituales y materiales de sus feligreses fue siempre incansable en el desempeño de su ministerio sacerdotal. “El Tronco” fue el apodo con el que fue conocido en Montezuma, que daba cuenta de su vida: vigoroso y derecho.

Un cambio de aires

En junio de 1991, su sentido de obediencia lo llevó, no sin dolor, a aceptar su traslado a la Parroquia de Santa María Goretti, en la colonia Los Fresnos, en la ciudad de Tepic. Así se abría un nuevo capítulo en su vida sacerdotal. El 4 de septiembre de aquel año tomó posesión de su nueva parroquia. Como él mismo lo llegó a expresar, su cambio a Los Fresnos fue renovador para el ejercicio de su ministerio. Treinta y cinco años en Xalisco le habían hecho experimentar cierto estancamiento “académico” expresado en homilías ya conocidas por sus feligreses. La nueva parroquia representó para él un reto que lo motivó a retomar los bríos con los que había  iniciado su ministerio. “¡Qué bueno que al señor obispo se le ocurrió cambiarme!” solía decir cuando recordaba sus  primeros  años en Los Fresnos. Los últimos 18 años de su vida los entregó con generosidad a esa comunidad. Tal como había sucedido en Xalisco, la fisonomía de la parroquia comenzó a transformarse a su llegada.

El sentido adiós y el gozo en el Señor

El pasó de los años trajo consigo la enfermedad que lo llevaría a la muerte. El 9 de septiembre pasado regresó a la Casa del Padre. Se fue como vivió, con mucha dignidad, sin lamentos ni quejas; hubo nobleza en su partida. Se fue entre rezos y cantos, vestido con su ornamento sacerdotal con el que celebró sus 50 años de ministerio, como si quisiera llevarse hasta la eternidad el abrazo entrañable de sus hijos espirituales, a los que se entregó hasta el último momento de su vida terrena.

¿Cómo podrán caber 53 años de la vida de un hombre de la talla del señor Cura Güereña en unas pocas líneas? Son muchos años, cuya huella quedará para siempre en quienes tuvimos la bendición de encontrarnos con él y caminar juntos por la vida. Agradeciendo a Dios por todas las gracias que derramó en la vida de tantas personas a través del ministerio sacerdotal del padre Güereña, en espera del día del “reencuentro” y sostenidos por el testimonio de su fe tan grande, los sentidos de tantas personas se confortan con el eco de su voz que aún resuena en nuestros corazones, con el olor de las rosas que rodearon su ataúd, y el salobre sabor de las lágrimas derramadas en su tumba.

¡Siervo bueno y fiel entra a tomar parte del gozo de tu Señor!

Pedro Guzmán Delgado

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Comentarios al autor ( peguzde@hotmail.com )

 

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