Cinco siglos de Santa Teresa

 

 

Para estas colaboraciones mensuales he preferido tocar temas procedentes del magisterio papal. He seguido así la palabra del Papa Benedicto y después las del Papa Francisco. Sin embargo, el cúmulo de mensajes y su trascendencia, junto con la periodicidad de un mes que es mucho tiempo para estar al día, me hace escoger alguno dejando a un lado otros.

Haré ahora referencia a un mensaje con motivo del quinto centenario del nacimiento de una de las mujeres católicas más influyentes en la vida de la Iglesia, maestra de oración y ejemplo de reciedumbre y determinación: Santa Teresa de Jesús.

Debo decir que lo primero que oí acerca del jubileo teresiano fue que vendría a México una reliquia suya, idea que no me pareció muy feliz pues pensé –y qué bueno que equivocadamente– que vendría un hueso u otro elemento corporal, que –debo también decirlo–me parece que a quienes vivimos el siglo XXI en lugar de devoción, nos deja cierto malestar enfermizo. No obstante, mi postura frente a la reliquia cambió al enterarme que se trata del bastón, del cayado en que se apoyaba al caminar trazando sus correrías de “Santa andariega” por las tierras secas de Castilla y por otros rumbos de España y, simbólicamente, por todo el orbe católico, incluida nuestra tierra. En México la huella del Carmelo no es muy amplia, pero sí  ejemplar no solo en el pasado virreinal, calificada por el doctor Manuel Ramos Medina, especialista en la historia de la orden, como “apasionante”; sino en nuestro tiempo, en el que el testimonio personal y la obra insigne del padre carmelita Rafael Checa, valen más que la de cientos.

El bastón de Teresa de Ávila partió el 15 de octubre de esa ciudad que le dio su apellido original y seguirá no solo por el “camino de la luz” como se conoce la ruta teresiana por los campos españoles, sino por los cinco continentes. Lástima que su paso por México será muy limitado en tiempo y espacio. Ese día el Papa Francisco envió una carta de espléndido contenido al obispo abulense para que la leyéramos todos.

De entrada, Su Santidad señaló que la vida de Santa Teresa es como una escuela: “[…] En la escuela de la Santa andariega aprendemos a ser peregrinos. La imagen del camino puede sintetizar muy bien la lección de su vida y de su obra. Ella entendió su vida como camino de perfección por el que Dios conduce al hombre, morada tras morada, hasta Él y, al mismo tiempo, lo pone en marcha hacia los hombres”.

E hizo alusión a cuatro caminos que –dijo–  “me hacen mucho bien”.

El primero es el de la alegría. “[…] La verdadera santidad es alegría, porque ‘un santo triste es un triste santo’. Los santos, antes que héroes esforzados, son fruto de la gracia de Dios a los hombres. En Santa Teresa contemplamos al Dios que… se revela cercano y compañero, que tiene sus delicias en conversar con los hombres: Dios se alegra con nosotros… Esta alegría es de andar toda la vida. No es instantánea, superficial, bullanguera… Expresa el gozo del alma, es humilde y modesta…”

El segundo nos la revela como maestra de oración, siendo esta desbordamiento de amor: “[…] un ‘tratar de amistad estando muchas veces a solas con quien sabemos que nos ama’” y al orar, “no está la cosa en pensar mucho, sino en amar mucho”.

La oración no es aislamiento o palabras “hacia arriba”. Conduce al tercer camino: la fraternidad. Fundó comunidades que “[…] a ejemplo del colegio apostólico siguieran a Cristo viviendo sencillamente el Evangelio y sosteniendo a la Iglesia con una vida hecha plegaria”.

El cuarto camino, de apasionada entrega para la santa, es la percepción del tiempo en que se vive, de la intensidad de su sed para saciarla desde Dios: “[…] la Iglesia siempre está en camino para llevar aquella ‘agua viva que riega el huerto de su corazón sediento’”. La experiencia mística de la Madre Teresa, indispensable en nuestros tiempos, “[…] no la separó del mundo ni de las preocupaciones de la gente… Ella vivió las dificultades de su tiempo –tan complicado– sin ceder a la tentación del lamento amargo, sino aceptándolas en la fe como oportunidad para dar un paso más”.

El Santo Padre concluye su misiva con una exclamación y un deseo: “[…] ¡Este es el realismo teresiano, que exige obras en lugar de emociones y amor en vez de ensueños! Cuando arde el mundo no se puede perder el tiempo en negocios de poca importancia… ¡Es tiempo de caminar! Recorramos los caminos de la vida de la mano de Santa Teresa. Sus huellas nos conducen siempre a Jesús”.

Ojalá –así lo deseo– que estos conceptos de recia belleza “nos hagan mucho bien”.

 

Pbro. Dr. Manuel Olimón Nolasco

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Comentarios al autor: (manuelolimonnolasco98@gmail.com)

 

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