99 años de la Revolución Mexicana
El 20 de noviembre de 1910, según lo planeado, Madero cruzó la frontera entre Estados Unidos y México para iniciar la revuelta en Ciudad Porfirio Díaz (hoy Piedras Negras, Coahuila), pero no tuvo éxito y le fue preciso regresar a territorio estadounidense. A pesar del aparente fracaso, durante las semanas siguientes cambió el panorama y la revuelta comenzó a extenderse a lo largo de la República Mexicana, mientras que se hacía notar la influencia de Estados Unidos, que favorecieron el maderismo al movilizar veinte mil soldados hacia la frontera mexicana para “mantener la neutralidad”, y enviar barcos de guerra a distintos puertos mexicanos del Golfo, creando una presión para el gobierno porfirista.
Entre los jefes rebeldes que se lanzaron a la rebelión en ese entonces, pueden mencionarse los siguientes; Emiliano Zapata, Ambrosio y Rómulo Figueroa, y Manuel Asúnsulo, en el Estado de Morelos; Salvador Escalante y Ramón Romero, en Michoacán y Jalisco; Gabriel Hernández (militar), en Hidalgo; Hidalgo y Pascual Orozco, en Chihuahua, entre otros. En el estado de Chihuahua las acciones de Abraham González Casavantes fueron determinantes durante los primeros días del movimiento.
Partido Liberal Mexicano
A su vez, cuando estalló la revuelta política encabezada por Francisco I. Madero, la Confederación de Grupos del Ejército Liberal-guerrilleros del Partido Liberal Mexicano actuaron en forma independiente, sobre todo en los estados del Norte, ya que la Junta Organizadora del Partido Liberal Mexicano (PLM) operaba en el exilio desde Los Ángeles, California.
El PLM consideraba que para mejorar las condiciones de los obreros y campesinos no bastaba con derrotar a Díaz y cambiar de presidente. Así, el PLM no aspiraba una revolución política, como Madero, sino una revolución social y, sobre todo, económica; consideraba abolir el poder político, no ejercerlo; su objetivo era la autoemancipación y el autogobierno.[
Movimiento revolucionario
Los acontecimientos desencadenados en el país a raíz del movimiento armado que encabezó Francisco I. Madero en 1910 para derrocar al Presidente Díaz, dividió nuevamente a los mexicanos: el dolor, el hambre, la angustia y la muerte arropaban la esperanza de ver llegar tiempos mejores para todos.
Con el cuartelazo del 8 de febrero de 1913 y la muerte del presidente Madero el 21 siguiente terminó el respiro democrático que desde la renuncia de Díaz se había vivido en el país. Para marzo de 1913 el norte de nuestro país se convierte en la cuna de la inconformidad e indignación nacida a raíz del cobarde asesinato del presidente Madero y del vicepresidente Pino Suárez, y en la chispa que se necesitaba para hacer oír nuevamente la ronca voz de los cañones.
La Iglesia apoya la paz
Los obispos mexicanos hicieron un llamado en favor de la paz. El Obispo de Tepic no fue la excepción. En una Carta Pastoral fechada el 8 de diciembre de 1913, expresaba: “Deseamos la paz. De uno a otro confín de nuestra Patria se levanta la voz de los buenos mexicanos pidiendo la paz. Legítimos deseos. Mas también, posible es que la privación de ella sea el medio de que la Providencia se esté sirviendo, en su infinita misericordia, para hacernos expiar nuestras iniquidades y encauzarnos en los cambios del bien”.
Estos llamados episcopales a la pacificación fueron interpretados por los constitucionalistas como un apoyo del clero al gobierno de Victoriano Huerta, quien acostumbraba encomendarse a Dios y navegar con bandera católica.
Tepic, en poder de los constitucionalistas
El 15 de mayo de 1914 las tropas constitucionalistas, en su marcha hacia la Ciudad de México, tomaron Tepic. El seminario, los colegios católicos y escuelas parroquiales fueron clausurados y el 1 de junio de ese mismo año, el obispo y 33 sacerdotes fueron aprehendidos y conducidos a la penitenciaría, pesando sobre ellos la acusación de haber desplegado una desesperada defensa del huertismo y atacando al partido revolucionario.
Sometidos a un sumario juicio militar, el obispo fue condenado a ocho años de prisión y los sacerdotes al destierro. Si bien es cierto que la condena al obispo no se efectuó y que sólo algunos sacerdotes fueron conducidos a la frontera con Estados Unidos, Mons. Segura permaneció recluido en la penitenciaría junto con el Padre Ramón Villalta, sacerdote cordimariano, por cuatro meses.
Brígido Ibarra Razura
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