Muertos y desaparecidos su voz no se acalla
Qué dolor tan grande el de la primera madre que sufrió la muerte de un hijo. Y su llanto se ahogó por el dolor de que ese hijo sobreviviente, fue el asesino. Hablo de Eva, que engendró y parió a otro hijo pensando que Dios se lo daba en vez del que murió; de Abel, el hijo justo que, por su fe y aún después de muerto, sus obras hablan; Caín, quien respondió retando a Dios: “¿Soy yo, acaso, el guardián de mi hermano?”. ¿Y Adán? Adán solo procreando y manteniendo a su familia con el sudor de su frente.
Sepultura, pero no justicia
¿A qué viene esta reflexión? A que nuestro país se está convirtiendo en un país de muertos sin sepultura, porque una fosa clandestina o una fosa común no es sepultura. México también es el país de los muertos que gozan de sepultura pero no de justicia, como aquellos niños quemados en una guardería subrogada por el IMSS; aquellas mujeres que por negligencia de los sistemas de salud encontraron la muerte mientras daban vida; aquellos luchadores sociales, periodistas y estudiantes que en la búsqueda de construir una mejor nación fueron asesinado por la fuerza del Estado o por su debilidad.
Vivimos también en un país de desaparecidos, entre los que se cuentan niños, mujeres, migrantes, luchadores sociales, obreros, maestros, periodistas, estudiantes… Y los que aparecen fueron torturados, violados, despojados de sus pocos recursos, mutilados, explotados o asesinados. Somos un país donde nos damos el lujo de pensar y aceptar más de 60 mil muertes como daños colaterales de una política pública contra el narco. ¿Cómo dormir tranquilos a pesar de que somos uno de los primero países en trata de personas, donde las cárceles están llenas de inocentes?
¿Hemos perdido la fraternidad?
Si bien es una tendencia dar cifras para convencer del problema y llenarnos de indignación, no caeré en esa tentación, pues cada uno de los desaparecidos, torturados, obligados a prostituirse, sometidos a trabajos forzados, violados, amedrentados o asesinados, no son un número, son una persona que sufre o sufrió hasta lo indecible. Permítaseme parafrasear al Papa Francisco: ¿quién es el responsable de la sangre y del dolor de estos hermanos? Y él mismo identifica la posible respuesta que ofreceríamos: la gran mayoría, que hemos perdido el sentido de la responsabilidad fraterna. A qué se refiere el Papa con que hemos perdido la responsabilidad fraterna, a que estamos respondiendo como respondería Caín, “¿qué acaso yo soy el guardián de mi hermano?”. Pensamos, como Eva, que una persona humana es sustituible, que negar o trivializar la violencia que estamos viviendo es útil para reunificar a los sobrevivientes y salvar a los culpables; por lo tanto, nos resignamos ante el dolor y acallamos nuestro llanto; y que estamos perdidos, o mejor dicho, absortos como Adán, en la satisfacción de lo material, sin conducir nuestras acciones a la búsqueda de la trascendencia.
La respuesta entonces de aquellos que hemos perdido la responsabilidad fraterna es: “Yo no tengo nada que ver, son otros, pero yo no”. Los más informados políticamente argumentarán que son crímenes de Estado, que nuestras instituciones son tan débiles que grupos delincuenciales son los que realmente detentan el poder en México, que las élites políticas en el país y funcionarios públicos están coludidos con el crimen organizado o, mejor dicho, son criminales institucionalizados. Es cierto, todo es cierto, pero, ¿qué hay de nosotros, qué hay de aquellos que de forma anónima, pasiva o indiferente en nuestra vida cotidiana legitimamos un régimen político y económico que se construye a partir del sufrimiento de nuestros hermanos, de la aniquilación de la vida? Incluso, hay quienes llegan a defender la acción de la fuerza del Estado al decir que atentaron en su lucha contra los bienes de la nación, contra la propiedad privada, que desobedecieron la ley, que cruzaron fronteras sin permiso y obstaculizaron el tránsito vehicular.
Nada justifica la violencia del Estado
¿Acaso la ley, la propiedad privada, los derechos de los automovilistas son más importantes que la vida de una persona? Nos escandalizamos porque en su lucha por reivindicar y dignificar su vida muchos han tenido que actuar de forma agresiva, pues se le tiene que arrancar poder al poder, pero comprendemos condescendientemente que funcionarios públicos, representantes de elección popular o grandes empresarios gasten y se apropien del erario público, aniquilen los recursos naturales que más que ser de la nación son de la humanidad y actúen con violencia contra aquellos sectores que debieran proteger y representar.
Aquellos que claman justicia, dignidad y paz en nombre de su comunidad son violentamente castigados, desaparecidos, perseguidos, asesinados… Es fácil comprender el dolor de esos padres que pierden a sus hijos por clamar justicia, paz, dignidad; es tan comprensible su dolor que es más fácil acallar nuestras conciencias y mirar hacia otro lado, la indiferencia no es lo peor. Lo terrible, la verdadera desgracia, es que no reconocemos, nos complacemos y propiciamos que nuestros hijos logren el éxito y el poder de los Caínes de este tiempo, pero el éxito y poder de estos solo se logra con base en el sufrimiento de sus hermanos.
Construyamos sociedades justas
Solo estamos preparando a las nuevas generaciones para insertarse lo más exitosamente posible en un orden político y económico injusto e indigno; solo los formamos para insertarse como consumidores y trabajadores, donde la competencia desleal e individualista es modelo de conducta a seguir y no como personas conscientes de su dignidad y de que sí, efectivamente, todos somos guardianes de nuestros hermanos, en especial de los más pequeños y vulnerables.
Tenemos un reto: aquellos que tenemos a nuestro cargo la educación de las nuevas generaciones, tenemos que contribuir a restablecer la responsabilidad fraterna entre las personas; es momento de reconocer el dolor de que nuestros hijos anden por esta tierra dejando destrucción y dolor a su paso, porque su actuar no se sustente en la aniquilación de su propio hermano.
Exijamos y construyamos una sociedad más justa, escuchemos el mensaje de aquellos Abeles cuyas acciones hablan incluso después de su muerte, ya que son el clamor por restablecer la dignidad y asumir el compromiso de recuperar la responsabilidad fraterna, pues todos somos guardianes de nuestros hermanos; solo así, solamente así le restaremos poder a los Caínes de nuestro tiempo.
Lic. Guadalupe García Azpeitia
——–
Comentarios a la autora: (azpeitia17@hotmail.com)