¿Cómo no escribir sobre lo que está ocurriendo en el país? ¿Cómo no condolerse con todos los que ahora mismo sufren por la desaparición o muerte de un ser querido en este país que se cae a pedazos? ¿Cómo consolar a esas madres de los seis asesinados y de las más de cuatro docenas de normalistas que se llevaron a la fuerza por quienes deben protegernos? ¿Cómo no pensar en esos 43 jóvenes que ahora mismo podrían estar sufriendo lo indecible, cuando no, a estas horas, podrían ya estar muertos? (Por eso esa frase, esa petición popular, ese clamor de “Vivos se los llevaron, vivos los queremos” se está convirtiendo o se convirtió ya en retórica pura). ¿Cómo no preguntarse cuando fue que este país se lanzó a un tobogán del que parece no tiene un fin cercano? ¿Cómo no referirse a esa escalada de violencia que cunde por muchos sitios y que únicamente el Estado mexicano no es capaz de ver? ¿Cómo no imaginar una nación en la que la juventud sea solo una “enfermedad” que se quite con los años y no un estigma que atraiga la represión y la barbarie?
Larga lista, inacabable
San Fernando, Iguala, Monterrey, Reynosa, Cadereyta, Guadalajara, Ayotzinapa, Chapala, Apatzingán, La Barca, Tamaulipas, Acteal, Michoacán, Baja California, Veracruz, Guanajuato, Tlataya, Guerrero, y tantos lugares en los que, en los últimos años, han sido encontrados cuerpos: mutilados, incinerados, torturados, desmembrados, vejados, y, por supuesto, asesinados. ¿Cómo llamar a esta larga lista de afrentas contra la dignidad de la persona humana, perpetradas y solapadas en un país que se precia de democrático, de humanista, con una economía que se pregona boyante y un prestigio que defender en el orden internacional? ¿Cómo quitarnos de encima toda esta vergüenza, todo este dolor, toda esta indignación, todo este hartazgo de que las cosas no mejoren en la justicia y el respeto, y que, al contrario, marchen hacia atrás, como si ir en retroceso fuera lo normal y lo esperado? Una larga lista, inacabable. E inacabable por indigna, por lastimosa.
Poner números
Y vamos a poner números porque de algún modo son la sumatoria del dolor, del tamaño de la justicia que esperamos: en agosto de 2010 se encontraron 72 cadáveres de mujeres y hombres en un rancho de San Fernando, en Tamaulipas; en mayo de 2012 en la carretera libre Monterrey-Reynosa-Cadereyta se encontraron los restos de 49 personas en una fosa; en noviembre de 2012 fueron encontrados sin vida 26 personas en los Arcos del Milenio, en Guadalajara; en los límites de Tres Valles y Cosamaloapan, Veracruz, se encontraron 31 cadáveres en una fosa en junio de este año; en mayo de 2009 en la carretera Guadalajara-Chapala, en las cajuelas de dos automóviles se hallaron los cuerpos desmembrados de 18 personas; 67 cadáveres fueron hallados en una fosa en La Barca, Jalisco en noviembre de 2013; según la Secretaría de la Defensa Nacional, en 198 fosas a lo largo del país se encontraron un total de 466 cadáveres entre marzo de 2011 y abril de 2013. Y los hallazgos no acaban, siguen… Ahí están los de Iguala, por ejemplo.
Por último
¿Cómo quedarse callado ante tanta barbarie, ante tanto engaño, ante tanta pobreza que lastima y acicatea? ¿A dónde iremos a parar si México, como bien lo anotaba en días pasados Rossana Reguillo, es un país que no presta atención, que se enceguece en sus cifras macroeconómicas y en su folclorismo como divisa ante el mundo? ¿Cómo desoír el llamado de quienes piden solidaridad, auxilio, una mano que los sostenga y una mirada que los acompañe en este peregrinar por exigir justicia? ¿Cómo salir a trabajar todas las mañanas cuando se criminaliza al que piensa, al que levanta la voz, al que señala los atropellos y el dolor, al que lucha, desde su trinchera y con sus herramientas y circunstancias, por instaurar una convivencia social pacífica, una especie de reino en la tierra en la que todos los hombres de buena voluntad seamos capaces de dialogar y tendernos la mano? ¿Cómo? Tantas preguntas, y tan pocas respuestas…
Jacinto Buendía
——–
Comentarios al autor: (buendia@lasenda.info)