Juan Pablo II y su relación con la Madre de Dios

María, presencia transformante

Su madre murió cuando él tenía ocho años. Sin embargo, Lolek no quedó huérfano. La madre que yacía en la tumba dejaba la tierra, pero otra bajaba del Cielo para acompañar sus pasos y brindarle cariño en la gélida Wadowice, en su natal Polonia.

“Soy todo tuyo, María”
Cuando entró al seminario se dejó conquistar por la Mujer Perfecta y su sacerdocio no fue otra cosa que una tierna relación con Ella. La Providencia le colocó como obispo y, después, sería cardenal. Finalmente, cuando Karol Wojtyla salió al balcón del mundo, anunció en su lema papal lo que era el gran secreto de su vida: “Totus tuus ego sum, María”, es decir, “Soy todo tuyo, María”.

El Papa peregrino
En la vida de Juan Pablo II la presencia de la Virgen fue verdaderamente transformante. Karol contempló a María, la amó y después la imitó. María para él fue Madre, compañera, y también maestra de virtudes. De ella aprendió la total entrega a la misión, la atrevida y radical apuesta por la fe, la caridad ardiente por los hombres y la sencillez de saberse siervo del Señor.
Su regla de correspondencia en el amor siempre fue ésta: “Se logra corresponder al amor, cuando la persona amada logra transformarnos y nos impulsa a dar lo mejor de nosotros mismos”. La presencia de la Virgen inspiró al Papa: en su pontificado, el Evangelio recorrió cientos de naciones, millones reencontraron la fe, la Iglesia fortaleció su mensaje y Cristo fue más conocido gracias a los pies del “Peregrino de la Esperanza”.

Nos lleva hacia el Mejor
El “sí” de la Virgen a la Encarnación fue la llave para que el Salvador entrara al mundo transformándolo en Reino de amor. La historia se repite hoy: cada vez que un hombre invita a María a su vida, Ella se encarga de entrar a aquel corazón portando a Cristo en su vientre. Ella no nos muestra un camino: nos trae a quien es el Camino, la Verdad y la Vida. María nos hace dar lo mejor porque nos trae al Mejor: a Cristo.
El secreto de María es que todo en su vida nos habla de Dios. La fe de María fue la apuesta arriesgada y valiente a la palabra de un ángel. Gabriel sólo se le apareció una vez, y después la dejó para que organizara su existencia a partir de ese salvífico anuncio que no entendía del todo.

Entrega sin titubeos
Ella comprendió que su vocación no era la de entenderlo todo perfectamente, sino la de amar incondicionalmente ese plan lleno de paradojas. Su Hijo era Rey de las naciones, pero la Providencia le designaba nacer en un pesebre. Era el Hijo de Dios, pero viviría en la pobre Nazaret. A pesar de que era el Mesías esperado, permanecía trabajando en la humilde carpintería. Sin fe, ¿cómo no dudar de aquel misterioso mensaje?
Su respuesta al don de la fe fue más grande. Derrotó toda duda, siempre con la gracia de Dios, y terminó pronunciando: “Mi alma glorifica al Señor, mi Dios, mi espíritu se llena de gozo al contemplar la bondad de Dios, mi Salvador”.

Acción transformadora
En la Virgen también destaca su sencillez. Jamás hubo soberbia o presunción por el hecho de ser la doncella elegida, la mujer preservada del pecado original o la Reina de los Apóstoles. Todo fue un darse en María!

No se puede dejar de mencionar la caridad de María. Jean Galot decía que cuando el niño Jesús contempló los ojos de María había en ellos un resplandor que había visto antes en su Padre Eterno; los ojos de su Madre transmitían una ternura y un amor tal que no podían ser otra cosa que el corazón de Dios hecho Mamá.
Pero el amor de María fue puesto a prueba en la huida a Egipto, en la partida de Cristo a la misión, en las persecuciones que Él y, por consiguiente, Ella sufrían. Por último perseveró en el amor ante la gran prueba de la cruz. Pero, sobre todo, cuando María se hace cargo de la vida de un cristiano su presencia es transformante, porque Ella lo dirige hacia lo mejor… hacia el Mejor.

Carlos Padilla

Facebook Comments Box

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *