Hágase tu voluntad, en la tierra como en el Cielo

¿Cuántas veces al día nos miramos a nosotros mismos desde los ojos de Dios? ¿Cuántas veces hemos rezado «hágase tu voluntad, así en la tierra, como en el Cielo»? ¿Y hemos realmente entendido el profundo sentido de esta oración hecha por Jesús, Dios hecho hombre, a su Padre?

Quizás hemos escuchado, alguna vez, que el crecimiento espiritual verdadero pasa por borrar nuestro ego, llegar a la muerte de nuestro yo, vencer nuestra propia voluntad, reemplazándola por nuestra total entrega a la voluntad de Dios. Ser instrumentos de Dios en la tierra implica vencer a nuestro propio interés, haciendo que nuestros pensamientos y nuestras acciones estén totalmente inspiradas por la voluntad Divina, por el deseo de obrar en beneficio del interés de Dios, ya no el nuestro. Sin duda que esto implica dejar atrás todos los apegos que tenemos al mundo, ya que por allí pasa toda la manifestación de nuestro interés personal.

Cuando uno llega a entender que sólo Dios cuenta, entiende que ni siquiera los afectos más profundos por nuestros seres queridos, pueden ser interpuestos a la realización de la voluntad de Dios. ¿Por qué? Porque solo Dios Es, sólo Dios cuenta. Todo lo demás debe ser puesto a su entera disposición, a su voluntad, uniendo nuestro querer al querer de Dios, haciendo que nuestro interés personal sea reemplazado por el interés de Dios.

¿Cuántas veces al día nos miramos a nosotros mismos desde los ojos de Dios? ¿Entendemos que somos hijos, de entera realeza, del mismo Dios? Si actuamos haciendo honor a nuestro origen real, somos verdaderos instrumentos de nuestro Creador, manifestación de Él en la tierra.

Por eso, cuando recemos «hágase tu voluntad, así en la tierra como en el Cielo», entendamos que estamos invitando a nuestro propio interés a desvanecerse, para poder nadar a pleno en el divino querer del mismo Dios, para compartir con Él su realeza, para ser parte de su Reino, al unirnos plenamente a su voluntad, así en la tierra como en el Cielo.

 

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