¡Paz y bendición!
El pasado 13 de junio la Orden de Frailes Menores en Tierra Santa celebró la solemnidad del patrono de la Custodia: san Antonio de Padua. Un gran santo que fue canonizado un año después de su muerte (más rápido que el propio san Francisco de Asís), y que en esta tierra comparte una historia muy peculiar, y quiero contarte dos milagros obtenidos de este gran hermano nuestro en momentos muy complicados donde los frailes corrían el riesgo de ser expulsados de los lugares santos.
El primero se remonta al conflicto anglo-turco de 1917, durante el cual el gobernador Giamal Pascià decidió encarcelar a los franciscanos, dejando abandonados los santos lugares. En esta situación concreta, los franciscanos rezaron con fervor al santo, atendiendo a la petición de fray Eutimio Castellani, presidente custodial (que sustituía al Custodio, ausente en ese periodo). Las crónicas de la Custodia atestiguan que la mañana del tercer día el Patriarca latino del templo se dirigió al gobernador Pascià para pedirle gracia para su auxiliar, gravemente enfermo, pero, para su sorpresa, la obtuvo también para los sacerdotes y religiosos franciscanos italianos.
El segundo acontecimiento se sitúa en noviembre de 1917 cuando los franciscanos nuevamente corrieron el riesgo de ser encarcelados, pero tras invocar al santo, recibieron un telegrama de Constantinopla que les legitimaba para permanecer en Tierra Santa. Inmediatamente después de la Primera Guerra Mundial, a propuesta de fray Castellani y bajo la responsabilidad de Custodio de entonces, fray Ferdinando Diotallevi, el Papa Benedicto XV confirma y declara a San Antonio de Padua patrón de la Custodia, de forma que desde 1929 esta fiesta se convierte en solemnidad en toda la Custodia de Tierra Santa.
Durante el rezo de las primeras vísperas se hizo la tradicional bendición del pan. ¿Qué es esto? Es un memorial de un milagro muy significativo por intercesión del santo: Tomasito, un bebé de apenas 20 meses de nacido, se ahogó en un pozo de agua; la madre desesperada clamó por la intercesión del santo e hizo una promesa: darles a los pobres el mismo peso en pan que el peso del niño si este volvía a la vida… ¡y sucedió! Desde entonces en el día de la fiesta de San Antonio, en todas las iglesias franciscanas, se hace la repartición del ‘pan bendito’ y se aconseja llevarlo a algún necesitado, pues nuestras manos son las manos de Dios, y con nuestros actos de caridad comunicamos el amor del Pan bajado del cielo.
Fray Jesús Silván OFM
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