49° Congreso Eucarístico Internacional
La Eucaristía, presencia y don de Cristo dado al mundo, fue el centro de la gran asamblea de cristianos católicos llegados de todos los continentes a la ciudad de Quebec, Canadá, para la celebración del 49° Congreso Eucarístico Internacional, que tuvo lugar del 15 al 22 de junio de este 2008.
Ofrenda que alcanza para todos
¿Cuál es, pues, el contenido de ese memorial que la Iglesia celebra desde sus orígenes como el don por excelencia de su Señor? Jesús estableció la forma esencial de la Eucaristía en la Última Cena pronunciando las palabras de la institución sobre el pan y el vino para transformarlos en su Cuerpo y Sangre: es un don personal de Cristo que contiene toda su Pascua, es decir, su ofrenda de amor al Padre hasta la muerte en la cruz y su Resurrección de entre los muertos por el poder del Espíritu Santo.
Cuando la Iglesia celebra la Eucaristía acoge el don de Cristo que se entrega en las manos de los pecadores por obediencia a la voluntad del Padre. San Pablo lo proclama en el himno en Filipenses: «Se rebajó a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre. Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es el Señor, para gloria de Dios Padre» (Flp 2,8-11).
La Eucaristía hace presente a Cristo
La Iglesia acoge así el don que el Padre hace al mundo de su Hijo único, encarnado y crucificado: «Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga Vida Eterna» (Jn 3, 16). Al acto de amor del Hijo que se entrega corresponde perfectamente bien el acto de amor del Padre que lo entrega, y esta perfecta correspondencia del amor del Padre y del Hijo para con nosotros es confirmada por el Espíritu Santo, que resucita a Cristo de entre los muertos. He aquí el núcleo de la Buena Nueva que la Iglesia anuncia a todas las naciones desde su inicio y que celebra en cada Eucaristía: «El Evangelio de Dios, que había ya prometido por medio de sus profetas en las Escrituras Sagradas, acerca de su Hijo, nacido del linaje de David según la carne, constituido Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por su Resurrección de entre los muertos, Jesucristo Señor nuestro» (Rm 1, 3-4). El don por excelencia de la Eucaristía hace presente a Cristo resucitado con toda su vida y misterio pascual. Es un don trinitario que realiza la reconciliación del mundo con Dios, por medio de la ofrenda de amor del Hijo hasta la muerte y por su Resurrección, que atestigua la victoria del amor trinitario sobre el pecado y la muerte.
El sacrificio pascual
Siendo un memorial de la Pascua de Cristo, la Eucaristía también es un sacrificio. «Por ellos ofrezco el sacrificio», les revela Jesús a sus discípulos en su oración final (Jn 17, 19). Cuando le llega su hora, Jesús no se separa de la voluntad de su Padre, ama a su Padre y se entrega libremente en manos de los hombres por amor a su Padre y amor a los pecadores. La Eucaristía es el memorial de este sacrificio, de este acto de amor redentor.
Jesús puente entre Dios y la humanidad
A lo largo de la historia, la desobediencia del hombre ha roto continuamente la relación de alianza con Dios. La obediencia de amor hecha por Cristo rescata todas las desobediencias culpables de los hijos e hijas de Adán. «Sacrificio que el Padre aceptó, intercambiando esta donación total de su Hijo, que se hizo “obediente hasta la muerte” (Flp 2,8) con su propia entrega paternal, es decir, con el don de la vida nueva e inmortal en la resurrección». Este intercambio restablece la comunicación y la comunión entre el cielo y la tierra, entre Dios, que es amor, y la humanidad, llamada a comulgar con su amor por la fe.
Este verdadero sacrificio implica para el Hijo de Dios asumir un conjunto de sufrimientos inconmensurables, incluyendo su descenso al abismo de la muerte.
La Eucaristía, mucho más que un acto litúrgico
La vida sacramental de la Iglesia y de cada cristiano llega a su cumbre y a su plenitud en la Eucaristía. La Eucaristía, como memorial de la muerte y de la Resurrección del Señor, es mucho más que un recuerdo de un evento del pasado; representa sacramentalmente un acontecimiento siempre actual, ya que la ofrenda de amor de Jesús en la cruz fue aceptada por el Padre y glorificada por el Espíritu Santo. Cuando la Iglesia celebra el banquete eucarístico, este banquete de amor, saca su sustancia inagotable del sacrificio de amor del Hijo de Dios hecho hombre, quien ha sido exaltado y quien intercede siempre en nuestro favor.
(Estos son algunos fragmentos del documento teológico base para los trabajos y celebraciones del Congreso Eucarístico llevado a cabo en la ciudad canadiense de Quebec, en el pasado mes de junio.)
Pierre-André Fournier