Cada vez me convenzo más: la verdadera inteligencia está en las manos. Lo que vale es lo que se hace, aunque lo que se haga sea malo o mediocre. Lo inteligente no es tener sueños, proyectos. Lo inteligente es aplicar las manos a una tarea y realizarla. Un solar puede servir para edificar en él un palacio o una catedral. Pero un solar nada sirve por sí solo. Es el palacio –bonito o feo– o la catedral –hermosa o mediocre– los que cuentan. Es el palacio y la catedral lo que cuentan sin importar si es bonita, feo o mediocre.
Digo todo esto porque conozco demasiados perfeccionistas que se pasan la vida soñando maravillas que jamás empiezan y que, por miedo a no hacerlas suficientemente bien, las dejan siempre para mañana.
Pero, evidentemente, la obra peor es la que no se hace. Lo que se hace queda, por lo menos, hecho. Será pobre, pero existe. Una planta en un maceta no es un bosque frondoso, pero es una planta. Y basta para alegrar una habitación y el alma de quien la mira.
Por eso yo creo en la gente que produce mucho más que en la que charlatanea y sueña; muchísimo más aún que la que se limita a criticar a los que hacen.
El otro día leí en una pequeña revista una serie de consejos para cambiar el mundo. Y después de dar muchos que podían ser discutibles, aportaba uno que me pareció imprescindible. “no critiques, no sueñes, haz algo”.
Si, eso es. Resulta muy fácil estar descontento con la realidad social, civil, religiosa. No es demasiado difícil y lo importante es poner las manos a la tarea de mejorarla.
Ya se sabe que –como decía Pessoa- “todo cuanto hacemos en el arte y en la vida es la copia imperfecta de lo que hemos pensado hacer”. Pero la copia más imperfecta de lo que soñamos es lo que nunca hacemos.
Yo entiendo que un muchacho diga: “tengo cerrados los horizontes de mi vida”. Puede que sea verdad con referencia al ideal de esos horizontes. Pero habría aún que preguntarle: ¿Tienes de veras cerrados… todos los horizontes? Yo esto no lo creo. Siempre hay horizontes abiertos, tal vez horizontes parciales, provisionales, incompletos. Pero, en todo caso, mejor es caminar hacia horizontes parciales que sentarse a vegetar o tumbarse a dormir y soñar.
Todas las puertas de la vida nunca se cierran al mismo tiempo. El problema está en si debemos rompernos la cabeza contra la puerta que se nos ha cerrado o si, en cambio, deberíamos antes mirar, no sea que haya al lado otras puertas que pudieran estar abiertas. Aferrarse en entrar por la que nos han cerrado puede ser una forma de comodidad para no seguir buscando otras que pueden estar abiertas. Personalmente pienso que un hombre tenaz y valiente encuentra siempre alguna por la que pasar.
Por eso creo ante todo en las manos, en las manos que trabajan. Ellas son la verdadera inteligencia humana.
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Tomado del libro “Razones” de la editorial Sígueme 2001.
José Luis Martín Descalzo