Estos días que la liturgia nos invita a celebrar la alegría por los frutos de la Resurrección del Señor en el mundo, la misma festiva y florida primavera acompaña ese sentimiento que hace al ser humano sentirse en armonía con la creación. Magnífica conjunción de elementos que no nos deben distraer de los pendientes que trae consigo la Pascua, que también significa reconciliación. Y esto, tanto a nivel cercano como en las áreas del mundo donde la reconciliación está distante. Voy, por consiguiente, a acercarme a un momento reciente en el que Su Santidad, el Papa Francisco, hizo referencia concreta a esas tareas, que han de estar en el corazón de los discípulos de Jesucristo. Esta referencia dirigió la mirada a la situación de Venezuela y su crisis actual:
Durante meses los medios de comunicación social, especialmente la televisión mexicana, nos han desinformado sobre lo que allá pasa y han trasmitido escenas en las que solo se percibe la violencia callejera. El ambiente se ha poblado de chistes de mal gusto, por ejemplo, sobre un “pajarito” que le habla al sucesor de Chávez o del establecimiento de un ministerio para “la felicidad integral del pueblo venezolano”. Hechos falsos o verdaderos, no lo sé. Se callan, quizá por ignorancia, las profundas diferencias sociales de la población, el aumento de estas y que el belicismo y la demagogia no son privativos del régimen de Chávez o del actual de Maduro, sino que han ido de la mano en la historia contemporánea de ese país hispanoamericano.
No obstante, una luz no pequeña se ha encendido recientemente al establecerse una mesa de diálogo entre el gobierno y la oposición. A ella ha sido invitada la Santa Sede como mediadora, misión difícil pero esperanzadora pues, a pesar de los esfuerzos de varias naciones hispanoamericanas, el gobierno de Estados Unidos parece defender determinados intereses económicos, pues su antigua ideología sostenedora del “mundo libre” hace tiempo que está enterrada.
El Papa Francisco envió un mensaje al que se dio lectura al comienzo de las pláticas, el 11 de abril en Caracas. En él, tomando como hilo conductor la máxima, “que la unidad prevalezca sobre el conflicto”, desarrollada por él en su exhortación Evangelii Gaudium, hizo una evaluación propositiva de la situación y de los caminos que pueden ser pilares para el futuro de un pueblo al que, en primer lugar, le hizo llegar su afecto renovado: “[…] Soy consciente de la inquietud y el dolor vividos por tantas personas; manifiesto preocupación por cuanto está ocurriendo y renuevo mi afecto por todos los venezolanos. La violencia nunca podrá traer paz y bienestar, ya que ella genera siempre y solo violencia. Al contrario, por medio del diálogo, ustedes pueden redescubrir la base común y compartida que conduce a superar el momento actual de conflicto y polarización que los hiere profundamente”.
Ese descubrimiento, jamás exento del apoyo de la gracia divina, “de la base común y compartida”, del humus del suelo patrio, es fundamental para salir delante de veras. El Pontífice invitó a los participantes en el diálogo: “[…] Todos ustedes comparten el amor por su país y por su pueblo, las graves preocupaciones ligadas a la crisis económica, a la violencia y a la criminalidad. Todos ustedes llevan en el corazón el futuro de sus hijos y el deseo de paz. Todos tienen en común la fe en Dios y la voluntad de defender la dignidad de la persona humana…”
Esos, sin duda, han de ser los instrumentos precisos para que el diálogo no se convierta en frases interminables válidas solo como palabras, pero carentes de profundidad y sentido. El Papa Francisco trazó la estructura de conversaciones verdaderamente humanas que forjarán una cultura, es decir, un conjunto de valores, normas y líneas de pensamiento y acción que puedan ser comunes: “[En la base del diálogo que inicia] debe estar una auténtica cultura del encuentro, que sea consciente de que la unidad siempre prevalece sobre el conflicto… No se detengan en la coyuntura de lo conflictivo, ábranse unos a otros para hacerse y ser auténticos constructores de paz. En el centro de cada diálogo sincero está el ‘heroísmo’ del perdón y de la misericordia que nos rescatan del resentimiento, del odio y abren un camino realmente nuevo”.
No tengo duda de que la paciencia, el respeto mutuo y el diálogo son dones sin los cuales toda plática política se empobrece al enredarse en palabras huecas que siguen alimentando odio y división. No tengo duda tampoco de que las líneas marcadas para este diálogo, para este “camino realmente nuevo”, están iluminadas por la luz de la Pascua gloriosa, por las llagas de Cristo que permanecieron después de su Resurrección como signo de sufrimiento y de muerte, pero sobre todo como señal de esperanza cierta.
Pbro. Dr. Manuel Olimón Nolasco