Por Lic. Pablo Moreno
Estamos por cumplir un año desde que arribó la pandemia en México y con ello grandes cambios a nuestra vida, incluso ahora, ajustándonos a una nueva normalidad. Ha sido difícil para muchos ya que ha impactado en diferentes áreas de nuestra vida, mermando no solo la economía sino quitándonos lo más valioso que podemos tener: la libertad, la salud y en algunos casos, la vida de los que amamos.
Ante ello, la esperanza de que tiempos venideros serán mejores sigue alentando a nuestros corazones, motivándonos a esforzarnos a cuidar y mejorar nuestra salud cumpliendo con todo lo sugerido.
En este contexto es importante hacernos consientes de los cambios, ya que nos permitirá disponernos a reconstruir, sanar y resignificar la vida misma, los tiempos y todo aquello que se dañó o perdimos en el proceso.
Es necesario también reconocer nuestra fragilidad física, emocional y espiritual. Esto nos permitirá fortalecer cada área, evitando caer en la prepotencia y la indiferencia con los que sufren más que nosotros, ayudándonos a descubrir que en esta fragilidad se vislumbra la grandeza de Dios. Evitemos a toda costa los prejuicios e ideologías que nos hacen sentir vulnerables y dan paso a que no nos atendamos, nos descuidemos y descuidemos a los demás.
El recuento de daños de estos meses requiere de una plena disposición para darnos una oportunidad y empezar de nuevo. No se debe dudar en tomar ayuda psicológica para sobrellevar los duelos. No se debe titubear al cambiar viejos hábitos que merman la salud, ni tener miedo a reinvertir tiempo, dinero y esfuerzo en aquello que nos ayudará a mejorar nuestro estilo de vida.
La fe y la esperanza en las promesas de Dios nos hacen permanecer firmes en estos tiempos pandémicos y más cuando en medio de la tempestad escuchamos la voz de Jesús diciéndonos “Calma, Soy Yo. No tengan miedo” (Mt. 14, 27); y, es esta fe y esperanza, las que nos ayudarán a ver con otros ojos la crisis, descubriendo oportunidades, nuevas necesidades y nuevas formas para seguir adelante.