Solidario de todo hombre, desde Jesús y María
Hay una constante en la personalidad de Marcelino Champagnat que merece nuestra atención. Si observamos con detenimiento su trayectoria notaremos una gran capacidad de asociarse para lograr fines. Hay un gran sentido de solidaridad en él, en parte innato y en parte adquirido. Sigamos los pasos de la vida de Champagnat:
Egocentrismo
Es preciso reconocer un proceso evolutivo en su sentido y práctica de la solidaridad. Veamos un poco: cuando era niño, después de abandonar los estudios, se dedicó a criar corderos. Y como le fue bien: “Hacía cábalas sobre el futuro de su negocio. Se le asoció uno de sus hermanos y convinieron en que harían bolsa común y seguirían unidos toda la vida” (JBF: I Parte, Cap. I, p. 7). En esta ocasión, son otros quienes piden asociarse con él; en este caso concreto, su hermano. Y él lo acepta, siempre y cuando haga lo que le indique. En este primer caso Marcelino actúa como centro del grupo. Estamos en presencia de un egocentrismo evidente. Es una “solidaridad” de “juntos pero no revueltos”.
Se asocia a un grupo en el seminario
Cuando ingresa en el seminario de Verrières, Marcelino supera por cuatro años la edad media del grupo. Ingenio no le falta, ni habilidad para lo manual y lo práctico. Y por su carácter franco y alegre, le gusta reír. Por otro lado, en el aula se ve en desventaja. Es fácil imaginarse lo que da esta combinación: fracaso en clase y acierto en los patios. Por una simple ley de compensación, lo que se pierde por un lado se recupera por el otro. Pertenecer, pues, a la “pandilla alegre” le ofrece una oportunidad de autoestima. Vemos a un Marcelino que se asocia con otros compañeros. Ahora, es él quien pide ingresar al grupo. Claro está que hay mucho de búsqueda de autoestima.
Haciendo la voluntad de Dios
En su último año en el Seminario Mayor se asocia con algunos seminaristas que se reunían a menudo para animarse mutuamente en la adquisición de las virtudes propias de un sacerdote. Hablaban también de sus planes apostólicos cuando estuvieran ya ejerciendo el ministerio. En ese tercer caso de asociación, vemos que Marcelino se solidariza con sus compañeros aceptando la invitación que interpreta viene de lo alto, a través de mediaciones humanas. Él ya no es el centro. Dios está al centro: se trata de hacer su voluntad.
Para caer en la cuenta de la seriedad que otorgaron a esa inspiración venida de lo alto ese valeroso grupo de neo-sacerdotes que se unen para trabajar en el Reino de Dios, nada mejor que leer y meditar con atención la consagración a María que hicieron en Fourvière, el 23 de julio de 1816, al día siguiente de su ordenación. Y sabemos lo bien que Marcelino cumplió su compromiso grupal. La fundación del Instituto de los Hermanitos de María lo atestigua.
¡Qué bonita evolución observamos en él en su tendencia a asociarse! Se trata de un mecanismo de solidaridad que se va descentrando del interés de su yo propio hacia el de los demás; y todo basado en su relación con Dios.
Marcelino, el padre fundador
Gracias a su sentido de equilibrio no se pierde en el gregarismo, pues mantiene lo específico personal, con lo que enriquece al conjunto. Ha caído en la cuenta de la función social de su carrera eclesiástica: está maduro para ejercer su ministerio. Por eso, cuando llega al momento supremo de su vocación personal: vivir su carisma de fundador en beneficio de la Iglesia y de la humanidad, su comportamiento fluye con naturalidad. Marcelino Champagnat, en tanto fundador de los Hermanos Maristas, da la medida completa de su capacidad de solidaridad: “Era una angustia semejante a la del joven, era una angustia compartida. Marcelino ya no oía una sola voz sino un coro inmenso de jóvenes en desamparo que gritaba. Detrás del grito de ese muchacho, Marcelino percibía el grito inmenso de la juventud abandonada en todo el mundo. Apenas llegado a su parroquia se puso a trabajar de inmediato. Era preciso responder a ese grito sin importar el precio…Y la respuesta que dio Marcelino Champagnat a la juventud que pide auxilio, son los Hermanitos de María que él fundó a sólo dos meses de haberse encontrado con el joven Montagne. Henos ya en el 2 de enero de 1817”.
Aureliano Brambila