“…que cada uno sea veloz para escuchar, lento para hablar y para enojarse”. Santiago 1, 19 b
En la actualidad todo mundo quiere hablar, todo mundo tiene una opinión sobre cualquier persona y cualquier tema (se conozca de ello o no). No sé si venga esto de tanto estrés y frustración o por la sensación placentera de simplemente hablar sin ton ni son… pero escuchar es otro boleto. Suele pasar que antes de que el otro termine una frase ya emitimos un juicio al respecto, ya tenemos la solución o el castigo.
La escucha hoy, se vuelve cada vez más necesaria y no cualquiera escucha: una escucha sin juicios, asertiva, compasiva, misericordiosa, sincera, honesta y leal. Con leal me refiero a que, aquello que se escucha, queda guardado en lo más secreto del corazón por tratarse de la verdad del otro, o dicho de forma coloquial, no andar de chismosos contando más adelante.
Quién sigue a Jesús, quien pretende ser buen prójimo y construir la comunión necesita aprender a ser presto para escuchar, a ponerse en el lugar del otro, a conocer sus razones, contexto, antes de hablar y más aún, enojarse.
La escucha es una obra de caridad, quizá de las más grandes. Es una donación generosa porque ponemos al servicio del otro todos nuestros recursos: tiempo, conocimientos, experiencias, ternura, consejo, oración. Por su parte quién es escuchado experimenta un alivio en su corazón y una paz verdadera.
Nuestra fe se enriquece con los elementos que la ciencia humana ofrece. Es muy bueno que adquiramos los elementos humanos necesarios para aprender escuchar: empatía, escucha activa entre otros. Escuchar significa poner pausa a mi diaálogo interior para contemplar al otro con los ojos de Jesús, con ojos de amor y misericordia, ó ¿acaso escuchar no es una acto de amor?
Pbro. Fernando Rodríguez