¿Qué hay detrás del sufrimiento cristiano? 5 puntos clave para entenderlo

Sufrimiento, una palabra que resuena constantemente en nuestro interior por estos días. El objetivo de este artículo es iluminar un poco la experiencia actual de la humanidad con algunos pasajes bíblicos. Palabras de Cristo, Mateo y Marcos, así como experiencias de san Pablo y meditaciones de nuestros queridos últimos tres Papas, que seguramente podrán brindarles un soplo de esperanza, en medio a la oscuridad.

Quiero empezar diciendo que, no me resulta fácil compartir estas reflexiones e ideas que se me vienen a la mente y corazón, a lo largo de todos estos días. Rezando mi rosario, arrodillado delante del Santísimo, o simplemente, conversando con mis amigos.

No me es fácil, pues se trata de mirar lo que está ocurriendo en el mundo. Pero… es de cristianos no huir al dolor y sufrimiento. Y es en estos momentos límite, dónde se pone en juego nuestra vida, y las verdades en las que creemos. Quiero recordar el pasaje elegido por el papa Francisco, para la bendición «Urbi et Orbe», a fin de poner un marco evangélico a la reflexión, y no caer por la pendiente del miedo y la desconfianza.

«Y entrando él en la barca, sus discípulos le siguieron. Y he aquí que se levantó en el mar una tempestad tan grande que las olas cubrían la barca; pero él dormía. Y vinieron sus discípulos y le despertaron, diciendo: ¡Señor, sálvanos, que perecemos!

Él les dijo: ¿Por qué teméis, hombres de poca fe? Entonces, levantándose, reprendió a los vientos y al mar; y se hizo grande bonanza. Y los hombres se maravillaron, diciendo: ¿Qué hombre es este, que aún los vientos y el mar le obedecen? (Mateo 8, 23-27)».

Es cierto que estamos en medio a una tempestad. Las olas son recias, y el viento parece querer hundir nuestra barca. Pero estamos con el Señor. Acordémonos de la pregunta que nos hace: «Por qué teméis? Hombres de poca fe».

Nos decía el Papa, que Jesús, en realidad, no está dormido. La pregunta real es: «¿Está Cristo despierto en tu vida?» Si Cristo no está en mi vida, entonces, realmente, no hay esperanza ante la situación.

1. Cristo ya venció la muerte y el dolor

No me refiero a querer sufrir, en una suerte de acto masoquista. De ninguna manera. Pero sí… descubrir esperanza en medio a todo este dolor. Y es que si no cargamos como humanidad la cruz que nos toca en este tiempo, no vamos a poder llegar a la victoria de la Resurrección.

El misterio central de nuestra fe se centra en eso, en la Resurrección de Jesús. La razón por la que vale la pena ser cristianos. El hecho histórico, que ya es una realidad para nuestras vidas —incluso ahora— que Cristo, después de tres días, resucitó, y nos ha dado la victoria sobre el mal y la muerte. No tenemos porque temer. San Pablo lo dice varias veces en sus cartas. «Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe» (1 Corintios 15, 14)

En otros pasajes, nos enseña también Jesús, que si queremos la alegría de su victoria sobre el mal, debemos antes pasar por la cruz. Por ejemplo, en la Transfiguración (Marcos 9, 2-10). Al ver la Gloria de Jesús, Pedro le pide al Señor hacer tres tiendas y quedarse arriba en el Monte.

Pero Jesús le dice con claridad que antes deberían pasar por el sacrificio y muerte en cruz. También lo explica de modo prístino san Pablo, cuando en Romanos 8, 18, dice: «Los padecimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria futura que se va a manifestar en nosotros».

2. El sentido cristiano del sufrimiento

¿Qué quiero decir con todo esto? De ninguna manera estoy haciendo cualquier tipo de apología al dolor. Simplemente, quiero hacer muy claro y explícito el camino del cristiano. El camino de los que decidimos acompañar a Cristo para alcanzar la felicidad y gloria de la vida Eterna.

El santo Papa Juan Pablo II, en su Carta Apostólica «Salvifici Doloris», explicando el dolor humano, dice: «El sufrimiento parece ser, y lo es, casi inseparable de la existencia terrena del hombre». Y más adelante menciona: «La Iglesia, que nace del misterio de la redención en la cruz de Cristo, está obligada a buscar el encuentro con el hombre, de modo particular en el camino de su sufrimiento. En tal encuentro el hombre «se convierte en el camino de la Iglesia», y es este uno de los caminos más importantes».

Y sigue: «El sufrimiento humano suscita compasión, suscita también respeto, y a su manera atemoriza. En efecto, posee un misterio». Termina el Papa JPII, en el numeral 4 de su Carta Apostólica, diciendo que nuestro corazón necesita una respuesta para el dolor. Mientras que la fe proporciona ese sentido imperativo que buscamos al dolor y muerte. Así que, aprender a vivir y cargar el dolor no solamente es propio del cristiano, es algo de toda la humanidad.

Podemos apenas imaginar qué experiencias estará viviendo cada familia en sus casas. Para algunas pueden ser días en los que se esfuerzan por cultivar y crecer en el amor de esposos e hijos. En cambio, otros la están pasando muy mal, porque no hay un clima pacífico, y más bien, estar encerrados genera un clima tenso, de impaciencia y conflicto.

Además, hay otras familias que están separadas, debido al cierre de las fronteras, mientras uno de la familia estaba de viaje por trabajo, o sencillamente, de vacaciones. Muchos no han podido acompañar a sus seres queridos en la muerte.

Otros han podido —con las justas— proporcionar un velorio a su familiar fallecido, prácticamente con la sola presencia de la familia más cercana. Cómo no solidarizarme con aquellos que normalmente ya tienen dificultades psicológicas o psiquiátricas, que son —por suerte, no en todos los casos— agudizadas por este clima de inseguridad e incertidumbre.

3. Cristo nos acompaña en el dolor

Qué reconfortantes y alentadoras resuenan en nuestro corazón las palabras de Cristo cuando nos dice: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera» (Mateo 11, 28-30).

Lo cierto es que todos estamos presenciando la fragilidad y vulnerabilidad, el sufrimiento y la muerte, que golpean a la puerta de nuestras casas. Esta experiencia genera un sentimiento de duelo, de un dolor profundo. Pues es el dolor de toda la humanidad, que ve cómo la vida se esfuma, debido a un virus, imperceptible a nuestra vista.

Esa fragilidad, fugacidad de la vida y la experiencia trágica y angustiante del dolor y la muerte es, en realidad, algo que siempre estuvo y está presente en nuestras vidas. La diferencia es que ahora, esta situación nos obliga a mirarla de frente.

Es decir, no hay cómo obviar esa realidad. No hay cómo voltear la mirada. Normalmente, estamos acostumbrados a huir y no querer hablar, ni pensar sobre nuestra muerte. La actitud del mundo es olvidar que existe, o acercarse a ella de modo ligero, trivial. Lo vemos en películas de acción y aventura, como mueren personajes aquí y allá, como si no significara nada.

4. ¿Cómo enfrenta un cristiano las cruces de la vida?

¿Cómo hacemos entonces para vivir este tiempo tan difícil? ¿De qué manera afrontar y vivir los siguientes días, semanas, hasta meses, si no lo solemos hacer? La experiencia de fragilidad, y la realidad de la muerte — como les decía— es propia de la condición humana. Debería ser algo con lo cual sabemos vivir. Pero ¿por qué nos cuesta tanto?

El primer punto que me parece crucial es este: ¿En qué cosas solemos poner nuestra seguridad y confianza? Es decir, ¿cuáles son los pilares de nuestra vida? Si nuestra seguridad está en el dinero, en el éxito profesional, en los placeres y comodidades de esta vida, situaciones como esta nos generan mucha angustia, ansiedad, miedo, incertidumbre.

Pues ninguna de esas cosas nos brindan las respuestas que necesitamos en una condición como la actual. Dios no lo quiera, pero… ¿qué pasa si me toca a mí la muerte?, ¿qué pasa si uno de mis seres queridos está infectado? No existe —por lo menos, actualmente— ninguna cura o medicina contra ese virus.

Por eso, la experiencia de nuestra fragilidad y vulnerabilidad, la posibilidad del sufrimiento y de la muerte, debe llevarnos a replantear los fundamentos y seguridades de nuestra vida. Debe motivarnos a mirar nuestra vida con otros ojos, y con la conciencia de la posibilidad cercana de la muerte.

Preguntarnos ¿qué nos pasará después de esta vida?, ¿estoy preparado?, ¿pienso qué sentido le estoy dando a mi vida, para que pasados 10, 20 o 30 años, pueda decir: «¡Valió la pena vivir!»?

Si este tiempo te está sirviendo para darte cuenta de que no estás contento con la vida que tienes, o sientes que no vas por el camino que quisieras. Es hora de preguntarte ¿cuáles son los verdaderos fundamentos y seguridades que necesito para mi vida?, ¿qué tanto me dijo iluminar por la verdad?

«Así pues, todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, será como el hombre prudente que edificó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, y embistieron contra aquella casa; pero ella no cayó, porque estaba cimentada sobre roca. Y todo el que oiga estas palabras mías y no las ponga en práctica, será como el hombre insensato que edificó su casa sobre arena. Cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, irrumpieron contra aquella casa y cayó, y fue grande su ruina». (Mateo 7, 24-27)

5. Palabras de aliento

Termino con una cita de Benedicto XVI, que puede traernos paz y serenidad, en medio de la tribulación:

«Nuestro mundo actual es un mundo de miedos: miedo a la miseria y a la pobreza, miedo a las enfermedades y a los sufrimientos, miedo a la soledad y a la muerte. En nuestro mundo tenemos un sistema de seguros muy desarrollado: está bien que existan.

Pero sabemos que, en el momento del sufrimiento profundo, en el momento de la última soledad, de la muerte, ningún seguro podrá protegernos. El único seguro válido en esos momentos es el que nos viene del Señor, que nos dice también a nosotros: «No temas, yo estoy siempre contigo». Podemos caer, pero al final caemos en las manos de Dios, y las manos de Dios son buenas manos» (Benedicto XVI. 18 de diciembre de 2005).

¡Qué este sufrimiento no sea en vano y nos recuerde cada día que junto a Cristo no pereceremos!

Fuente: Catholic-Link

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