Editorial
Relaciones Iglesia–Estado
En estos últimos años hemos sido testigos de la relación existente entre la Iglesia y el Estado mexicano. En los medios de comunicación se ha estado divulgando que los representantes de la jerarquía católica están promoviendo algunas enmiendas y correcciones a las reformas constitucionales de 1992, en lo que respecta a la religión y sus manifestaciones públicas. Las voces en contra no han tardado en dejarse escuchar, argumentando que lo único que buscan los obispos es obtener poder como antaño, yendo esto contra el Estado laico, como si la Iglesia pretendiera imponer por la fuerza el catolicismo a todos los mexicanos.
Para la Iglesia Católica, la palabra de Dios es definitoria del camino a seguir. Mons. Felipe Arizmendi Esquivel, Obispo de San Cristóbal de Las Casas, Chiapas, sostiene que Jesucristo es muy claro cuando afirma: «Al César lo que es del César; a Dios lo que es de Dios» (Mt 22, 21). Esto significa que Dios respeta las decisiones legítimas de las autoridades civiles, y no quiere imponerse a todos. Pero los césares (los representantes de los poderes de las naciones) no han de pretender ser dioses, absolutos e impositivos, sino que han de reconocer los derechos de Dios y de sus creyentes. Es lo que nos mueve: luchar por un orden justo en la sociedad, que incluya el respeto a la plena libertad religiosa. Si no lo hiciéramos así, seríamos cómplices de una injusticia social.
El Papa Benedicto XVI, en su encíclica Dios es amor, ha escrito: «Un Estado que no se rigiera según la justicia se reduciría a una gran banda de ladrones… Es propio de la estructura fundamental del cristianismo la distinción entre lo que es del César y lo que es de Dios; esto es, entre Estado e Iglesia. El Estado no puede imponer la religión, pero tiene que garantizar su libertad y la paz entre los seguidores de las diversas religiones».
La Iglesia no pretende estar por encima del Estado, ni imponer, a los que no comparten la fe, sus propias perspectivas y modos de comportamiento. La Iglesia, en cambio, quiere servir a la formación de las conciencias en la política y contribuir a que crezca la percepción de las verdaderas exigencias de la justicia, entre otros objetivos. En el fondo, es lo mismo que pedía Juárez: respeto al derecho ajeno, como pilar para vivir en paz.
A través de la Conferencia del Episcopado Mexicano, Mons. Arizmendi sostiene: no teman, pues, quienes se oponen a las propuestas que los obispos plantean para una reforma constitucional en materia religiosa. Los miembros de la jerarquía católica no aspiramos a ser diputados, senadores, presidentes, líderes políticos; sólo se busca que México sea un país más justo y democrático, en todos los órdenes, y también en lo que se refiere a libertad religiosa; y esto, para todos los mexicanos y para todos los credos. Una sociedad justa no puede ser obra de la Iglesia, sino del ejercicio político. No obstante, a la primera le interesa sobremanera trabajar por la justicia esforzándose por abrir la inteligencia y la voluntad a las exigencias del bien común. La petición es: justicia religiosa, no privilegios.