Leí a algún ecologista apocalíptico que decía que el hombre es una especie de cáncer maligno que le ha brotado a la tierra. Quizás desearía que el hombre desapareciera para que la tierra continuara con su evolución de manera pacífica. En total desacuerdo con esta afirmación, creo que es el hombre el que le confiere un sentido al universo entero, y que éste le llevará a preguntarse por su creador. El hombre tuvo que darse cuenta pronto de que formaba parte de la naturaleza, pero era radicalmente distinto a ella. Aunque compartiera muchos aspectos con el resto de los seres vivos, él era una singularidad capaz de pensar, de cuestionarse, de admirar la belleza, de decidir sobre su propia vida. Además, comprendió que la existencia de la creación y de él mismo no eran obra suya, sino de algo o alguien mucho más grande, infinitamente más grande.
El hombre tiene una dimensión religiosa
Entablar algún tipo de relación con ese algo o alguien fue una necesidad que el hombre sintió pronto. A tientas fue buscando qué había más allá, en un largo proceso que los historiadores de las religiones han investigado. El hombre tiene una dimensión religiosa que forma parte esencial de su existencia, lo quiera o no. Ha divinizado y adorado a las fuerzas de la naturaleza, ha creado mitos para explicarse la creación de los hombres y de los mismos dioses, y ha creído en un misterioso más allá que lo obligó a honrar a los muertos.
En todos los tiempos han existido hombres que se han alzado contra los dioses, que han querido negarlos para afirmarse ellos mismos, diciendo orgullosamente que el hombre es la medida de todas las cosas. Desde la Ilustración, la tendencia a negar la trascendencia se fue agudizando. Comte, que pretendió superar a la teología, inventó su propia religión positivista en la que la humanidad se adora a sí misma. Marx, por su parte, declaró a la religión como alienante, por ser opio del pueblo, pero hace de sus ideas una religión salvífica, que para nadie es desconocido cómo se ha hundido.
Más y más corrientes
Ahora padecemos un descarado ataque a lo religioso en nombre de una nueva religión: la laicidad; y es que, aunque lo intente, el hombre no puede despojarse de su dimensión religiosa. El antirreligioso o irreligioso, lo único que hace es profesar una religión degradada, sin Dios y sin trascendencia, pero religión al fin y al cabo, ya que atribuye a la laicidad un poder salvador del hombre, de la sociedad o de la democracia. Alguien dijo que el que deja de creer en Dios es capaz de creer en cualquier cosa, como la raza, la dictadura del proletariado, la ecología o el cambio climático apocalíptico. También tenemos la llamada new age, una religiosidad sin Dios, llena de sectas, seudo-orientalismos, vías iniciáticas, etcétera, que no podrán llenar nunca el corazón del hombre.
La ciencia y el hombre ¿contra Dios?
Muchos creen que la ciencia hace innecesaria la religión, olvidando que la ciencia, siempre provisional, no puede dar razón más que de las cosas, sus pesos, medidas y leyes, pero es incapaz de encontrar sentido a nuestra existencia, al sufrimiento, a la muerte, a la fugacidad de los placeres.
No hay que eliminar a Dios para que el hombre viva, sino que hay que adorar a Dios, que existe por sí mismo y que nos ha otorgado la existencia. El hombre puede levantarse contra Dios y combatirlo, pero ¿qué éxito puede tener?
Francisco Rodríguez Barragán