Para quien gusta de las novelas, tanto escritas como en televisión, habrá contemplado los dramas surgidos por defender el buen nombre de familias honorables: amores imposibles, rencillas a muerte, guardar las apariencias y tantas situaciones por demás entretenidas.
Tal parece que esos dramas no están lejos de nuestras propias familias, haciendo que a veces surja, incluso con la mejor de las intenciones, una tensión entre la familia que deseamos ser y la que en realidad somos. Esta tensión a veces surge por la soberbia intención de ser mejor que otros o quizá por desear humildemente y de corazón hacer la voluntad de Dios. Sea como sea, todos experimentamos la imposibilidad de ser familia perfecta.
A la luz de la Sagrada Familia, con sus tensiones, desafíos y miedos, podemos obtener luz para nuestras vidas. Si algo sacó a flote a José y María fue la fe y confianza en Dios, la disposición a dejarse guiar por el Espíritu Santo; la docilidad de José a los mandatos divinos y la confianza de María en su esposo los llevó a puerto seguro.
Hoy es el tiempo, en el año de San José es una oportunidad para voltear a ver nuestras familias a la luz de la fe. Reflexionemos. Padres de familia: ¿Pido la luz de Dios para guiar a mi familia? ¿Acepto la voluntad de Dios? Hijos:¿Soy dócil a mis padres, me dejo acompañar por ellos? ¿Colaboro con gusto en la armonía de mi familia? Todos: ¿Pongo mis talentos y cualidades al servicio de mi familia? ¿Hago oración sincera por mi familia?
Como institución humana la familia no es perfecta sino perfectible, es decir, que siempre podemos crecer y mejorar. Tengamos fe y disposición.
Pbro. Fernando Rodríguez