El “Misterio” de Cristo: Un secreto revelado

La grandeza del Apóstol Pablo se demostró una y otra vez, aún cuando su vida corría peligro, o cuando el descrédito pesaba sobre su persona. En esta ocasión el autor nos cuenta cómo el llamado “Apóstol de las Gentes” escribe desde la prisión unas palabras que dirige a la comunidad de Éfeso, en el que les da a conocer una revelación que va a calar en su tiempo y en los tiempos venideros.

Dentro del marco del Jubileo por el Bimilenario del nacimiento de San Pablo, “La Senda” continúa explorando su vida y obra.

Hay una palabra en el Nuevo Testamento que es casi exclusiva de San Pablo: “misterio”, empleada especialmente en la carta a los Efesios, en la cual desarrolla lo que él quiere decir con esta palabra tan sugestiva. Es posible que hoy repitamos cosas ya dichas anteriormente, pero no importa. Tratándose de Jesucristo, siempre resultan nuevas.

¿Y a qué se refiere Pablo? Empecemos por leer este pasaje célebre, escrito en la prisión de Roma, aunque suprimiendo bastantes palabras para seguir mejor el pensamiento del apóstol.

  • “Yo Pablo, el prisionero de Cristo, recibí por una revelación el conocimiento del misterio de Cristo,
    • misterio que en generaciones pasadas no fue dado a conocer a los hombres, como ha sido revelado ahora a sus apóstoles.
    • A mí, el menor de todos los santos, me fue concedida la gracia de anunciar a los gentiles la insondable riqueza de Cristo,
    • y esclarecer cómo se ha dispensado el misterio escondido desde siglos en Dios,
    • manifestado ahora mediante la Iglesia,
    • conforme al designio eterno realizado en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Ef 3,1-11)

¿Qué quiere decirnos Pablo con palabras tan solemnes? Quiere enseñarnos una verdad tan grandiosa como las palabras que usa. “Misterio” no quiere decir algo que no se entiende. Pablo pretende expresar un “secreto” que Dios se guardaba, sin que lo conociera nadie, para manifestarlo cuando llegara el momento propicio.

Pero, ¿qué era lo que se callaba Dios? Se trataba de lo que iba a realizar con Cristo, especialmente con Cristo crucificado. No convenía que lo supiera nadie, y menos el demonio. Sin embargo, una vez realizado todo, y Jesús ya resucitado de entre los muertos, Dios lo daba a conocer y quería que su Iglesia lo publicara en el mundo entero.

El “misterio” significaba:
• Que con Cristo crucificado se había saldado la deuda contraída por la humanidad ante Dios con el pecado.
• Que con Cristo había vuelto la santidad al mundo.
• Que con Cristo podría la humanidad entera –tanto los judíos como los paganos– entrar en la gloria, el verdadero paraíso perdido.

Es interesante seguir el proceso con el que Dios desarrolló su plan, según el pensamiento de Pablo. Nosotros podemos describirlo de esta manera:

  • Dios había creado al hombre en santidad y lo había destinado a la gloria.
    • Pero el hombre, instigado por Satanás, estropeó en el paraíso todo el plan de Dios.
    • La humanidad entera con Adán se convertía en pecadora.
    • Dios, ofendido, exigía justicia, y el hombre no podía pagar la enorme deuda contraída.
    • No había más remedio que una condenación eterna para todos.
    • Pero, ¿qué sacaba Dios con ello? Hablando a nuestro modo, Dios tenía que aguantar un fracaso total, y dar a Satanás una victoria completa.
    • No podía consentir esto la gloria de Dios, y tampoco lo soportaba su amor.

Entonces, Dios se decidió, desde toda la eternidad, cuando previó éste su fracaso, y se preguntó: ¿por qué no salvo al hombre?

Las tres divinas Personas –como el alto mando en una guerra– tuvieron consejo, que debía quedar secreto al enemigo. Y se decidió en estos puntos:

  • Como el hombre no puede pagar en justicia a Dios, el que pague tiene que ser Dios.
    • Entonces, el Hijo que se haga hombre, que cargue con el pecado de todos los hombres, y que pague por todos sus hermanos.
    • La justicia quedará satisfecha, porque un Dios Hombre, inocente, habrá pagado la enorme deuda del hombre pecador.
    • Ante tanto amor del Hijo, obediente hasta la muerte de cruz, Dios se rendirá y devolverá al hombre todo lo que había perdido instigado por el demonio.
    • El Hijo, el crucificado, resucitará, porque siendo Dios no puede estar bajo el dominio de la muerte.
    • Como el Hijo hecho Hombre unirá en sí a todos los hombres, todos resucitarán después con Él y podrán entrar en la misma gloria del Hijo.

De este modo, Dios, en su justicia, habrá quedado plenamente satisfecho y habrá triunfado su amor.
• El Hijo hecho Hombre será el centro de toda la Creación.
• El hombre, salvado, recobrará todos los bienes para los que fue creado.
• Y Satanás quedará burlado con una derrota total.

Cristo Jesús, el mayor secreto del Padre
El plan de Dios se ejecutó en el momento previsto, “cuando llegó la plenitud de los tiempos, y el Hijo se hizo Hombre, nacido de una mujer” (Gal 4, 4). La Mujer, elegida por Dios desde toda la eternidad como segunda Eva, era María. Dios la predestinaba con el mismo decreto con el que determinaba la Encarnación de su Hijo.

Pablo, que pensaba todo esto, escribirá orgullosamente ante el triunfo de Dios y de su Cristo: “Allí donde abundó el delito, sobreabundó la gracia” (Rm 5, 20). Y acabará con un párrafo grandioso escrito a los Efesios: “Dios les conceda comprender con todos los santos la anchura y la longitud, la altura y la profundidad, y conocer el amor de Cristo, que sobrepasa a todo conocimiento, y se llenen de toda la plenitud de Dios” (Ef 3, 17-19).

¡Cristo Jesús! He aquí el mayor secreto de Dios, guardado celosamente desde toda la eternidad, y anunciado y publicado después como la noticia más sensacional y de mayor resonancia.

¿Quién tan conocido como Cristo Jesús? Nadie… ¿Quién más amado como Cristo? Nadie… ¿Quién con más influencia que Cristo en el mundo? Nadie… El Padre le dijo desde toda la eternidad: Hijo mío, vete y salva al mundo. El Espíritu Santo, lo tomó por su cuenta: Yo lo haré Hombre nacido de una Mujer. El Hijo respondió: ¡Aquí estoy!… Este es el drama ideado y realizado por Dios.

Y los hombres, los grandes beneficiarios, nos limitamos a decir: ¡Gracias, Señor Dios nuestro! ¡Qué bien sabes hacer las cosas!

Pedro García MC

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