“Feliz el que lea públicamente estas palabras, y felices quienes las escuchen y hagan caso de este mensaje pues el tiempo está cerca” (Ap 1, 3).
Introducción
La respuesta válida y segura para el título de este artículo es un absoluto no. A pesar de que entre los mismos católicos el adjetivo apocalíptico se utilice como sinónimo de catastrófico, oscuro, turbio, caótico y revolucionario, la verdad es que su verdadero significado dista mucho de su uso corriente… Más bien debemos afirmar: ¡El libro del Apocalipsis es el libro de la felicidad y la consolación!
¡Feliz, bienaventurado el que lea el libro del Apocalipsis! ¿Cómo? ¿Por qué? Mas bien, muchos que han leído el Apocalipsis se han espantado con tantos cataclismos, monstruos y demás, o bien asustan, paralizan a la gente: “Ya se va a acabar el mundo, estos castigos de Dios ya estaban anunciados, no hay nada que hacer”. Otros no entienden ni gustan nada: “Yo mejor ni lo leo”. Sin embargo, Juan, el autor del Apocalipsis asegura insiste, que su libro, su mensaje es una buena noticia, un camino de felicidad[1].
La revelación del juicio de Dios, en la muerte y resurrección de Jesús, constituyó el testimonio fundamental de la historia humana[2], después de estos aconteceres el Evangelio se esparció rápidamente. En todas partes surgían pequeñas comunidades. En poco tiempo la Buena Nueva de Jesús traspasó las fronteras y entró en los límites del Imperio Romano: Asia Menor, Grecia, Italia. No fue un camino fácil. Hubo muchas dificultades y persecuciones, pero el sol brillaba a pesar de todo.
Juan escribió el Apocalipsis para el pueblo de las pequeñas comunidades esparcidas por el Imperio Romano, sobre todo por Asia Menor. ¿Cuál era la situación de ese pueblo? Era un pueblo perseguido (Ap 1,9). En el momento de escribir el Apocalipsis, el mismo Juan estaba preso por causa de su fe. La persecución era violenta. Había prisioneros y muchos ya habían sufrido el martirio. Era muy difícil mantener la fe. El control de la policía era total; nadie podía escapar a su vigilancia. Quien no apoyaba el régimen del Imperio, no podía vender ni comprar nada. La propaganda era enorme y se infiltraba en las comunidades. El emperador era presentado como si fuera un nuevo Jesús. Hasta decían que él había resucitado. La tierra entera lo adoraba como si fuera un dios y apoyaba su régimen[3].
El pueblo tenía además otras dificultades. Estaba el cansancio natural después de tantos años de caminar. Había bajado el entusiasmo del primer fervor (Ap 2,4). Estaban los falsos líderes que se presentaban como apóstoles y no lo eran. Corrían doctrinas equivocadas que traían confusión; las persecuciones por parte de los judíos; el problema de otras religiones que se mezclaban con la fe en Jesús. Algunas comunidades se estaban muriendo; otras, aunque debiluchas, continuaban firmes en la fe. En general era gente pobre y hasta indigente. Las comunidades más ricas se acomodaban engañadas por su riqueza. ¡No eran ni frías, ni calientes! (Ap 3,15) … Es para este pueblo de las pequeñas comunidades, para quien Juan escribe su libro. ¡Todos perseguidos! ¡Todos necesitados de una palabra de luz, de aliento, de coraje![4].
El autor del Apocalipsis no firmó su libro, ni puso fecha. Poco sabemos de su vida, pero dejó algunas informaciones. Él se presenta así: “Yo, Juan, hermano de ustedes, con quienes comparto las pruebas, el reino y la perseverancia en Jesús, me encontraba en la Isla de Patmos a causa de la Palabra de Dios y por haber dado testimonio de Jesús” (Ap 1,9). Su nombre es Juan. No muestra ningún título, ni de obispo, ni de padre, ni de evangelista, ni de apóstol. El título que vale para él es: “Hermano y compañero en la tribulación”. Él mismo es un perseguido por causa de su fe. Sufre lo mismo que los otros. Conoce por dentro el drama de los compañeros y por esto, está en condiciones de animarlos.
Juan tiene conciencia de ser el portador de una profecía de parte de Dios para el pueblo de las comunidades. Se presenta con autoridad y pide obediencia (Ap 22,18-19). Su autoridad viene de la Palabra de Dios (Ap 1,2). El mismo encarnó esta palabra en su propia vida y por eso tiene autoridad para hablar.
Un bosque de símbolos
En la historia de la interpretación cristiana de los libros bíblicos, pocos son los que pueden reivindicar un destino tan excepcional y complejo como el Apocalipsis de Juan. Fácilmente se impone, con el libro de los Salmos y el evangelio de Juan, como uno de los libros más frecuentemente utilizados y comentados de toda la Biblia. Pero también figura entre los más controvertidos y los que han dado lugar a interpretaciones más diversas[5].
Sus imágenes y signos han influido y siguen influyendo de manera decisiva en la cultura de Occidente: baste con citar el Milenio o fin de los tiempos, el Cordero degollado, el Libro de los Siete Sellos… Muchos hemos oído hablar de las Trompetas del juicio y los Jinetes del Apocalipsis, del Ángel caído con el Dragón y la Mujer. Siguen siendo misteriosos algunos de sus temas y señales: el Número Sagrado (666), el Día de la Bestia, Gran Prostituta con la Nueva Jerusalén, las Bodas del Cordero[6]…
La presencia masiva de símbolos en el texto es una peculiaridad; y la que primero y más poderosamente llama nuestra atención. A primera vista, parece que todo esto es demasiado, y pudiera ser que los árboles nos impidieran ver el bosque… Todo esto nos parece demasiado complicado, demasiado enredado: tenemos la impresión de estar en un auténtico laberinto. El libro se encuentra saturado de cuestiones simbólicas. El autor sigue los usos habituales de los escritores apocalípticos. No en vano su libro comienza con esta palabra “Apocalipsis”, que significa “manifestación de algo oculto”. Pero se aparta del hermetismo y de la fantasía de las obras apocalípticas; su libro se presenta como una profecía de la historia llena de símbolos.
El autor se ve coaccionado a escribir de esta manera, porque el mensaje que quiere trasmitir así lo impone. La victoria de Cristo ha cambiado el curso del tiempo y las dimensiones del espacio; su luz nueva baña por completo nuestra realidad y llena de sentido los acontecimientos de nuestra historia; estos quedan transfigurados por la presencia de Cristo. Y solamente el símbolo es capaz de superar el convencionalismo de nuestro lenguaje, elevar lo concreto a una dimensión trascendente y abrirlo a una contemplación misteriosa. El simbolismo del Apocalipsis proviene en primer lugar del Antiguo Testamento, también de la apocalíptica judía, y especialmente de la concepción original y propia del autor, que sabe incorporar los nuevos elementos en una síntesis genial[7].
¿Símbolos difíciles de comprender?
Desde los primeros siglos de la era cristiana se había iniciado ya lo esencial del debate, con las lecturas fundamentalistas[8], acompañadas de especulaciones milenaristas, de las sectas ebionitas y montanistas, y las interpretaciones más matizadas y de tipo simbólico de Orígenes y Agustín.[9] Personalmente creo que en la base de esta actitud hay cierta concepción de la «verdad» de la Biblia. Para que un texto sea verdadero, hay que negar ante todo que tenga un sentido «simbólico». Es necesario tomarlo «al pie de la letra». Evidentemente, esta actitud es por lo menos extraña, ya que el texto mismo de Juan, la letra del texto, nos remite a un sentido simbólico.
Hacer entonces una lectura simbólica del Apocalipsis no es quitarle su verdad, intentando imponerle un sentido misterioso, oculto, que no tiene. Es sencillamente ponerse al servicio del texto, confiando en la inteligencia del autor y en la coherencia de sus ideas. Sobre todo, no digamos que los símbolos son incomprensibles, ya que Juan se preocupa de desvelarnos el significado de muchos de ellos[10].
Como lo he expuesto desde el inicio de este apartado, el Apocalipsis es un libro de símbolos, un drama literario y religioso que sólo se entiende comprendiendo sus figuras. Quien pretenda interpretar su texto en un plano puramente historicista o literal confunde su sentido, se equivoca[11].
Apocalipsis, un libro de consuelo para un pueblo perseguido
Leyendo la introducción que Adolfo Miguel Castaño Fonseca hace sobre el Apocalipsis en el Nuevo Testamento de la Biblia de la Iglesia en América[12], me convencí de la responsabilidad que tenemos como Iglesia de seguir animando a la comunidad perseguida. Persecución que durará hasta el final de los tiempos cuando la Esposa de Cristo concluya su
misión y dé paso al Reino final-total de Dios; pero mientras permanezca la vida, Jesucristo será Palabra de consuelo para los suyos…
Apoyado también por el rico magisterio del Papa Teólogo, S.S. Benedicto XVI, quiero concluir mi investigación abogando porque cambiemos la impresión de “terror” que el sólo título de “apocalipsis” puede despertar. Es más, estoy seguro que, si nos atrevemos a profundizar en el estudio de la obra, no sólo descubriremos que fue consuelo para los cristianos de la primitiva Iglesia, sino también para nosotros, perseguidos por las sangrientas ideologías contemporáneas, por la dictadura del relativismo y por las pseudoespiritualidades… Por este motivo, el Apocalipsis de Juan, si bien está lleno de continuas referencias a sufrimientos, tribulaciones y llanto -la cara oscura de la historia-, al mismo tiempo presenta frecuentes cantos de alabanza, que muestran también la cara luminosa de la historia. Por ejemplo, habla de una muchedumbre inmensa que canta casi a gritos: «¡Aleluya! Porque ha establecido su reinado el Señor, nuestro Dios Todopoderoso. Alegrémonos y regocijémonos y démosle gloria, porque han llegado las bodas del Cordero, y su Esposa se ha engalanado» (Apocalipsis 19, 6-7). Nos encontramos ante la típica paradoja cristiana, según la cual, el sufrimiento nuca es percibido como la última palabra, sino que es visto como un momento de paso hacia la felicidad y, es más, éste ya está impregnado misteriosamente de la alegría que brota de la esperanza[1].
Por este motivo, Juan, el vidente de Patmos, puede concluir su libro con una última aspiración, en la que palpita una ardiente esperanza. Invoca la definitiva venida del Señor: «¡Ven, Señor Jesús!» (Apocalipsis 22, 20). Es una de las oraciones centrales de la cristiandad naciente, traducida también por san Pablo en arameo: «Marana tha». Y esta oración, «¡Ven, Señor nuestro!» (1 Corintios 16, 22) tiene varias dimensiones. Ante todo, implica, claro está, la espera de la victoria definitiva del Señor, de la nueva Jerusalén, del Señor que viene y transforma el mundo.
Por: Diácono Juan Miguel Arreola
Referencias
[1] SARAVIA Javier, El camino de la historia, Centro de Reflexión teológica, México 1987, p. 11.
2 ANDERSON F., La Historia de la Palabra II, Dabar, México 2006, p. 133.
3 Cf. MESTERS CARLOS, El sueño del Pueblo de Dios: Las comunidades y el movimiento apocalíptico, Verbo Divino, Estella 2001, pp. 9-12.
4 Ibíd. p. 14.
5 PRÉVOST JEAN PIERRE, Para leer el Apocalipsis, Verbo Divino, Navarra 2003, p. 5.
6 Cf. PICAZA XABIER, Apocalipsis, Verbo Divino, Estella 1999, p. 9.
7 Comentario al Nuevo Testamento, La Casa de la Biblia, Estella 1995, p. 695-696.
8 Por lecturas fundamentalistas hay que entender esas interpretaciones que «cosifican» el contenido de las revelaciones hechas por Juan y que buscan una referencia literaria e inmediata a cada uno de los detalles… p. ej. Los 144, 000 salvados según los seguidores de los Testigos de Jehová.
9 PRÉVOST JEAN PIERRE, Para leer el Apocalipsis, Verbo Divino, Navarra 2003, p. 5.
10 Cf. PRÉVOST JEAN PIERRE, Para leer el Apocalipsis, Verbo Divino, Navarra 2003, p. 36.
11 PICAZA XABIER, Apocalipsis, Verbo Divino, Estella 1999, p. 26.
12 Cf. Biblia de la Iglesia en América, Nuevo Testamento, CELAM, EU 2015, p. 727.
13BENEDICTO XVI, Audiencia general del miércoles, 23 agosto 2006.