Zapatero, a tu zapato

Don Juan

¡No se mueva papá, aguántese como los meros hombres!, así me decía mi hija Miriam cuando me estaba haciendo unas curaciones en mis pies; yo le respondía como el emperador azteca Cuauhtémoc, cuando los españoles lo estaban torturando: “¿Estoy yo acaso en un lecho de rosas?”. A él le quemaron sus pies –comentó mi hija–, y yo le contesté: no, pues sí, pero poquito me falta para eso, porque el condenado mertriolate me arde como si fuera lumbre. La razón de mi martirio es de lo que hoy les quiero platicar.

Resulta que a Miriam le pidieron en el kinder que vistiera a mi nieto de revolucionario para el desfile del 20 de noviembre. Yo me apunté para acompañarla al centro de la ciudad, pues ¡ahí venden de todo! –le dije–, hay tiendas de disfraces, varias sombrererías, y no se diga de huaraches.
Y que nos vamos de compras, para eso yo iba estrenando unos zapatos de “charol”, para mis bailadas en el danzón, porque eso sí, para bailar tengo mi gracia. Nos fuimos en la combi (transporte público) y la parada quedó algo retirado de la tienda donde íbamos, pensé: sirve que con la caminada amoldo los zapatos.

Al llegar a la tienda sólo veíamos disfraces del gordo Santa Claus y sus venados –digo, renos–, y  al fondo del expendio encontramos lo que buscábamos; revuelto entre muchos disfraces que les sobraron del mentado Halloween –¡para mis pulgas!, vaya costumbritas de otros lados–. Le dije a mi hija: te recomiendo un traje sencillo de pura manta, así el niño lo usa tanto en el desfile como en la peregrinación del 12 de diciembre –de San Juan Diego– y de paso, lo disfrazamos de pastorcito en las posadas.

Cuando supimos el precio a mí me pareció caro y se me hizo fácil decirle a la vendedora: ¿Pos qué hacen, caminan o se ponen solos?; y ya me andaba, pues la doña me salió respondona: Lo bueno y lo barato, no caben en un zapato –me contestó–. ¿Lo diría al tanteo, o sería que me vio los de charol?

Mi hija decía que cómo le íbamos a hacer para el rifle y la carrillera. No te preocupes –le comenté–, ahí le colgamos unas trenzas de ajos o de chorizos, o mejor unas tiras de cartulina con cacahuates pegados, que simulen las balas –sirve que no pasa hambre–, y el rifle se lo pedimos prestado a los vecinos, ellos le compraron uno a su niño, para el desfile del año pasado.

Seguimos caminando, y como que los de charol, lejos de amoldarse, me estaban amoldando, qué digo, amolando –los pies–. Compramos el sombrero y en la huarachería ganas no me quedaron de comprarme unos huaraches, yo ya pedía esquina; además, qué necesidad tenía de estar sufriendo – “zapato que aprieta, otro se lo meta” –. Y para colmo, cuando terminamos que le digo a mi hija: ¡Ahora me toca a mí, vamos a comprar unas cositas!, como si anduviera bien –¿más mezcla, maistro? –. Ocupaba unas velas para la corona de Adviento y unos borreguitos de barro para completar el “Nacimiento”. Me gusta celebrar el Adviento (preparación) en familia, para recibir a Jesús en la Navidad (Nacimiento).

En la que nos vimos para encontrar las velas y los borregos, eso sí, series de luces navideñas e imágenes del Santa Claus donde quiera vendían. Ya no es como en mis tiempos, a la gente de hoy sólo les interesa la Navidad comercial; ponen sus arbolitos desde noviembre como un adorno más de su casa, tapizan las fachadas con luces, y sus posadas mejor que les llamen “pisteadas”… ¡Todos están invitados menos el festejado!

Bueno, en vez de hacer corajes preferí volver a casa, por supuesto que en taxi, ¡lo más pronto posible! –“al mal paso darle prisa” –. Ganas no me faltaron de regresarme “a rais”. Los zapatos habían ganado la batalla, ni modo, quisiera que vieran las ampollas para que me la crean.

Como les decía al principio de esta platica, mi hija al no tener agua oxigenada para desinfectarme, sacó los instrumentos de tortura, digo, de curación: alcohol y mertriolate. Yo me negué, argumentándole que no eran necesarios, y ella un poco molesta, me dijo: Papá, es por tu bien; pero si no quieres, qué le vamos a hacer, “a la fuerza, ni lo zapatos entran”; está bien –repliqué–, hazme las curaciones; pero ya no me menciones a esos condenados zapatos, que a buena hora se me ocurrió estrenar.

Tarde o temprano las ampollas van a sanar, y al menos el dolor fue temporal; pero lo que me quedó de esta andanza por las calles fue un sentimiento de tristeza e impotencia al saber que nos están robando, no el oro como le hicieron los españoles a los aztecas, –razón por la que torturaron a Cuauhtémoc–, sino nuestras tradiciones, por otras que nos llevan al consumismo y nos desvían de la verdadera razón y origen de la Navidad, el nacimiento de Jesús niño.

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Comentarios al autor:   ( andanzas@lasenda.info )

 

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