Voto nulo, independiente y abstencionismo
Los fantasmas que asolan los comicios electorales
En tiempos electorales la vida cotidiana se ve alterada: eslogans, spots, promesas, discursos. Los partidos políticos, los candidatos, las campañas electorales, el día de la elección, nunca habían sido tan cuestionadas como hasta ahora: estamos viviendo una situación que por mucho rebasa las predicciones más conservadoras.
La plaga del abstencionismo
El fantasma del abstencionismo en los comicios electorales no es un asunto nuevo en el horizonte mexicano. De hecho, en las elecciones de los últimos años ha ido ganando fuerza entre la población votante: en todo el país, de 1997 a 2005, ha descendido del 65 al 49 por ciento el voto. “¿Para qué voto, si todo va a seguir igual, o peor?”, se consuelan y justifican algunos. La creencia en que las cosas no mejorarán, o que empeorarán incluso de resultar electo tal o cual candidato, ha marcado el derrotero a la hora de ir a las urnas.
El abstencionismo ha sido un lastre que el Instituto Electoral ha tratado de atacar por distintos flancos y con una inversión millonaria, pues no se traduce sólo como ausencia de las urnas el día de la votación –y por nimios motivos (según las últimas encuestas publicadas), como ver un partido de futbol, salir al cine o ir de compras–, sino que es un marcado y total desinterés por la cosa pública en general.
“No hay ni a cuál irle”
A la plaga del abstencionismo se ha unido, con una fuerza creciente, el voto nulo, o “voto en blanco” como le llaman en otros países, donde incluso es reconocido como parte de las herramientas del ciudadano a la hora de manifestar su descontento por quienes lo gobiernan. En nuestro país este movimiento ciudadano inició su segundo aire en Puebla a principios de este año (ya hay un antecedente en 1970, con el Partido Comunista), y ya se ha extendido a numerosos Estados de la república; a la par de las organizaciones se han ido creando sitios en Internet, páginas que lo promueven, blogs que se identifican con esta “nueva” opción al momento de emitir el voto.
Algunas de las más fuertes razones que se esgrimen al inclinarse por el voto nulo es la ineficacia y corrupción del sistema político mexicano: más allá de mostrar indiferencia, dicen, se les está diciendo a los políticos que ninguno de ellos “es el bueno”, que han equivocado los modos y formas de hacer política, de llegar al electorado, de satisfacer demandas y llevar una administración eficiente y justa con toda la sociedad; en suma, se les descalifica por hacer un mal gobierno.
Más mercancía en el mercado
Otra arista que se ha abierto es el llamado “voto independiente”, cuya plataforma se resume en votar por un candidato no registrado –y que no precisamente represente a una agrupación política–, lo que dará un claro mensaje, según quienes lo promueven: queremos una democracia en la que los ciudadanos podamos competir con los partidos. Me pregunto, con toda sinceridad, a dónde conduce esto.
Por otra parte, en los últimos días ha tomado fuerza una iniciativa que pugna por un “Mínimo Común Denominador”, que no es otra cosa que un voto consensual, es decir, acordar una propuesta que eche mano de las herramientas democráticas: libertad de expresión y libertad de asociación con el fin de reunir la fuerza suficiente, arguyen, como para hacerle saber a los políticos que no podrán ya imponer a sus candidatos y sus programas de trabajo.
Construir o echar abajo al país
León Krauze escribía en días pasados, al respecto del voto nulo, que “millones de votantes están a punto de declararse en huelga democrática”. Se sabe que el voto popular es una herramienta valiosísima de las sociedades democráticas. Abstenerse o anular la boleta no contribuye a ese proceso democratizador, más aún, no le suma al proyecto de nación que desde distintas trincheras –y no precisamente desde la cúpula gubernamental– se ha venido gestando desde hace años: los ciudadanos somos quienes construimos este país y los que, al final, podemos echarlo abajo. El poder no reside en quienes están al frente en la política y la gestión de las instituciones, sino en todos aquellos que decidimos, por los cauces legales, cómo es que se tiene que gobernar este país, que es nuestro.
El voto cuesta, y mucho
En términos de financiamiento público, el voto en México cuesta 18 veces más que el promedio en América Latina. El costo por voto en nuestro país asciende a 17.24 dólares, en tanto que en Brasil llega apenas a 29 centavos de dólar, a 41 centavos en Argentina, a 1.09 dólares en Ecuador y 1.95 en Colombia. La nación que le sigue a México en cuanto a alto costo es Costa Rica con 8.58 dólares, sin embargo hay una diferencia de casi diez dólares con este país centroamericano. En nuestro país el voto cuesta, y mucho.
Fuente: Alejandro Díaz Bautista, doctor en Economía por la Universidad de California, economista por el ITAM y profesor investigador del Colegio de la Frontera Norte.
Juan Fernando Covarrubias