¿Vivimos a tope? ¿Lo hacemos, el vivir, con conciencia de lo que se trata? Es decir, ¿vivimos a la altura de lo que pensamos, de lo que decimos creer, de lo que deseamos? Más aún, pero sobre todo, ¿vivimos según el plan de Dios para nosotros? Porque hay allí una exigencia tremenda, que demanda la puesta en práctica de los cinco sentidos y el corazón en lo que aprendemos y emprendemos. Vivir a tope implica un darse en su totalidad en cada uno de los actos cotidianos, en cada una de esas pequeñas entregas que el día a día nos va exigiendo como si se palomearan casillas en un calendario al concluir la jornada.
Trampeando entre la vida y la muerte
Si la vida, como tránsito hacia un estado de gracia total en la Casa del Padre, no es entendida como una oportunidad de hacer el bien y de amar en toda su plenitud a quienes nos rodean, quizá nos acomoda aquello que en su libro Razones para vivir escribiera José Luis Martín Descalzo: “Semivivimos, vivimos a trozos, a rachas, vamos trampeando entre la vida y la muerte, con largos periodos de vida muerta en nuestra existencia. Pero, ¿es que la condición humana da para más?”. Emmanuel Mounier, en su propuesta del humanismo solidario, apuntaba que la condición humana estaba hecha para las grandes batallas, esas que se emprenden contra lo que sea, incluso contra los demonios que uno mismo carga y que le impiden trascender la existencia y situarse en un plano alejado de lo banal y mundano: lo espiritual y la cercanía con la mano de Dios. La tarea queda clara.
Vivir lo que toque vivir
Precisamente, sin embargo, esa condición humana apunta a la temporalidad. Se pasa por la tierra, pero en ese tránsito hay una total libertad para el hombre, excepto en el asunto de decidir el término de su vida, máxime si esta procede de un don divino. Podemos “conseguir que la muerte no llegue antes de la muerte –reflexiona Martín Descalzo–. Porque hay muchos hombres, porque se han hundido en su falta de ganas de vivir, mueren mucho antes de morir, (otros) viven muertos una buena parte de su vida y, así, cuando la muerte llega, ya no tiene nada que hacer, porque le han dado su trabajo hecho”. Así, vivir a tope, quizá solo Jesús, que estaba pleno de vida, investido de una condición humana que la trascendió al resucitar al tercer día. Vivir a tope, entonces, conlleva pelear por conseguir los máximos niveles de vida en el tiempo que a cada uno se le haya designado. Como lo hizo el carpintero de Nazaret.
El tope no acaba en la muerte
Por si todo esto fuera poco, “amando mucho viviríamos un poco más después de muertos”, continúa en ese libro Martín Descalzo. Parafraseando al sacerdote y periodista español, podemos decir que hay que llenar la vida de lo que somos y deseamos y de este modo dar muerte a la muerte, por lo menos hasta que a cada quien le corresponda rendir cuentas al Creador. Vivir a tope, por último, se podría resumir con estas palabras del citado autor: “…todo acto de amor, toda obra bien hecha y perdurable es un trasplante de alma cedida a un desconocido, pero que vive con ella y de ella”. Vivamos, pues, a tope.
Jacinto Buendía
———
Comentarios al autor: (buendia@lasenda.info)