Unir esfuerzos

Cuando Dios nos creó, hizo al hombre y a la mujer semejantes a Él, distintos entre sí, pero con la misma dignidad. Es en realidad el pecado que entró en el corazón del ser humano, lo que ha provocado que, a lo largo de la historia, a la mujer se le dé un lugar por debajo del hombre a causa de las habilidades y características físicas y humanas que por supuesto son distintas, pero que para nada intervienen en el valor que ambos tenemos.

Este es combate histórico que ha llegado hasta nuestros días, por hacer entender a la humanidad entera que la mujer no es más ni menos que el hombre, sino que son iguales en dignidad, con derecho a la libertad, la expresión y respeto. Es necesario valorar el rol tan importante que la mujer está desempeñando y cómo estas actividades dan una fuerza propia a la sociedad. Hoy es más evidente, y nos alegra constatar, el arribo de muchas mujeres a los puestos de grandes responsabilidades en sus países, el acceso a la educación de una manera más amplia, la lucha por consolidar cada vez más sus derechos en todos los campos de la vida social, política y económica, así como su presencia valiosa e imprescindible dentro de la Iglesia.

Sin embargo, vemos con tristeza que aún los rasgos más dolorosos de la pobreza, la desigualdad y la violencia, tienen rostro de mujer y existe todavía un largo camino con esfuerzos que tendrán que redoblarse para darle el lugar que le corresponde.

La mujer no ha perdido su dignidad, así que estos esfuerzos no se tratan de devolvérsela sino de reconocerla como pieza fundamental, al igual que los hombres, en la historia. Estamos llamados, hombres y mujeres a la unidad; unir las capacidades de cada uno, unir las cualidades, unir las ideas, para construir el reino de Dios, que es un reino para todos sin distinción.

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