Hijas del Sagrado Corazón de Jesús
- Entre las repetidas recomendaciones insistía: “Entre nosotras debe haber signos de familia, pero no familiaridades”.
- Gozaba cuando nos veía contentas en el recreo, participaba en los juegos que se organizaban, pero, eso sí, exigía que no hubiera gritos ni risas desmesuradas.
- Era de notarse su solicitud porque las hermanas vivieran el reglamento. Al presidir las reuniones semanales, hacía delicadas amonestaciones y recomendaciones muy maternales, pues sabía combinar cierta gravedad con dulzura. En la formación de las novicias, ponía grandísimo empeño; personalmente y con mucha frecuencia, era ella quien hacía la reunión, insistiendo en el espíritu de oración y virtudes que debe cultivar una religiosa.
- Refiriéndose a la guarda del silencio en una reunión semanal se expresó así: “Siento el deber de desempeñar el papel de un perrillo, él ladra porque tiene que ladrar y así yo, mi deber es repetir y repetir, recomendándoles el cumplimiento del reglamento”.
- Explicaba y tenía en grande estima el valor de la oración en comunidad.
- Era incansable para infundir en cada hermana el espíritu de “reparación al Corazón de Jesús”, cuantas ocasiones se presentaban, hacía la sugerencia.
- Sabía encaminar la conversación a temas espirituales y lo hacía con tal naturalidad que no se advertía el cambio.
- Vivía en la presencia de Dios. Recomendaba mucho sobrenaturalizar todos los trabajos, insistiendo y convenciendo de que todos tienen el mismo valor ante Dios. Decía: “Levantar una basurita ‘por amor’ tiene igual mérito que otras cosas ostentosas”.
- Sabía elogiar lo que hacían las hermanas: costuras, comidas, el aseo de sus apartamentos, etcétera.
- Visitaba por la mañana a las hermanas enfermas, les ofrecía alimentos o medicinas y cuando era necesario se las llevaba personalmente. Todas las tardes volvía para darles la bendición.
- Para pasarle recados, pedir permisos o simplemente saludarla, la distraíamos de su trabajo, o alguna vez por necesidad, en la capilla y nunca se molestaba.
- Todas sentíamos gusto y confianza por estar un rato con ella. Siempre nos atendía.
- Cuando una hermana iba a contarle de alguna manifestación de gratitud que había recibido de los enfermos o acompañantes por servicios prestados, les manifestaba comprensión, pero luego les ayudaba a sobrenaturalizar diciéndoles: “Ten presente que la caridad no entra al cielo hasta que la humildad le abre la puerta”.
- Si las hermanas se quejaban de “alguien” con ella y las veía muy molestas, las invitaba a sentarse, les decía algunas palabritas y les pedía repetir una jaculatoria; ella les ayudaba a contestar; entre tanto se les pasaba el sentimiento y mal humor. Algunas veces repetían la jaculatoria hasta cincuenta veces y para que contaran les prestaba su rosario.
- Algunas veces las hermanas le hacían sufrir: cuando le faltaban o le reclamaban algo, prefería callarse y después llamaba a la hermana para hacerla reconocer su falta.
- Cuando la ofensa era directa a su persona no reconvenía ni manifestaba enojo. Una vez le mataron una palomita que ella y todas queríamos mucho; llegaba la palomita a su celda y volaba a su mesita-escritorio, le picoteaba la pluma con que ella estaba escribiendo y la retiraba paciente. Si estábamos en grupo, por ejemplo en el recreo, o alguna vez en el comedor, volaba y revolaba sobre todas hasta que la reconocía a ella y se le paraba en la cabeza o en el hombro. Nosotras admirábamos esto, pero a alguien le molestó y murió el animalito. La madre Ma. de Jesús no demostró su desagrado ni hizo ningún comentario.
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