Una vida de virtud: Santa María de Jesús Sacramentado Venegas

 

Hijas del Sagrado Corazón de Jesús

 

  1. Entre las repetidas recomendaciones insistía: “Entre nosotras debe haber signos de familia, pero no familiaridades”.

 

  1. Gozaba cuando nos veía contentas en el recreo, participaba en los juegos que se organizaban, pero, eso sí, exigía que no hubiera gritos ni risas desmesuradas.

 

  1. Era de notarse su solicitud porque las hermanas vivieran el reglamento. Al presidir las reuniones semanales, hacía delicadas amonestaciones y recomendaciones muy maternales, pues sabía combinar cierta gravedad con dulzura. En la formación de las novicias, ponía grandísimo empeño; personalmente y con mucha frecuencia, era ella quien hacía la reunión, insistiendo en el espíritu de oración y virtudes que debe cultivar una religiosa.
  2. Refiriéndose a la guarda del silencio en una reunión semanal se expresó así: “Siento el deber de desempeñar el papel de un perrillo, él ladra porque tiene que ladrar y así yo, mi deber es repetir y repetir, recomendándoles el cumplimiento del reglamento”.

 

  1. Explicaba y tenía en grande estima el valor de la oración en comunidad.

 

  1. Era incansable para infundir en cada hermana el espíritu de “reparación al Corazón de Jesús”, cuantas ocasiones se presentaban, hacía la sugerencia.

 

  1. Sabía encaminar la conversación a temas espirituales y lo hacía con tal naturalidad que no se advertía el cambio.

 

  1. Vivía en la presencia de Dios. Recomendaba mucho sobrenaturalizar todos los trabajos,  insistiendo y convenciendo de que todos tienen el mismo valor ante Dios. Decía: “Levantar una basurita ‘por amor’ tiene igual mérito que otras cosas ostentosas”.

 

  1. Sabía elogiar lo que hacían las hermanas: costuras, comidas, el aseo de sus apartamentos, etcétera.

 

  1. Visitaba por la mañana a las hermanas enfermas, les ofrecía alimentos o medicinas y cuando era necesario se las llevaba personalmente. Todas las tardes volvía para darles la bendición.

 

  1. Para pasarle recados, pedir permisos o simplemente saludarla, la distraíamos de su trabajo, o alguna vez por necesidad, en la capilla y nunca se molestaba.

 

  1. Todas sentíamos gusto y confianza por estar un rato con ella. Siempre nos atendía.

 

  1. Cuando una hermana iba a contarle de alguna manifestación de gratitud que había recibido de los enfermos o acompañantes por servicios prestados, les manifestaba comprensión, pero luego les ayudaba a sobrenaturalizar diciéndoles: “Ten presente que la caridad no entra al cielo hasta que la humildad le abre la puerta”.

 

  1. Si las hermanas se quejaban de “alguien” con ella y las veía muy molestas, las invitaba a sentarse, les decía algunas palabritas y les pedía repetir una jaculatoria; ella les ayudaba a contestar; entre tanto se les pasaba el sentimiento y mal humor. Algunas veces repetían la jaculatoria hasta cincuenta veces y para que contaran les prestaba su rosario.

 

  1. Algunas veces las hermanas le hacían sufrir: cuando le faltaban o le reclamaban algo, prefería callarse y después llamaba a la hermana para hacerla reconocer su falta.

 

  1. Cuando la ofensa era directa a su persona no reconvenía ni manifestaba enojo. Una vez le mataron una palomita que ella y todas queríamos mucho; llegaba la palomita a su celda y volaba a su mesita-escritorio, le picoteaba la pluma con que ella estaba escribiendo y la retiraba paciente. Si estábamos en grupo, por ejemplo en el recreo, o alguna vez en el comedor, volaba y revolaba sobre todas hasta que la reconocía a ella y se le paraba en la cabeza o en el hombro. Nosotras admirábamos esto, pero a alguien le molestó y murió el animalito. La madre Ma. de Jesús no demostró su desagrado ni hizo ningún comentario.

 

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