Preparando nuestro encuentro con Jesús
Dios, nuestro Padre, preparó de diversas maneras la venida (llegada) de su Hijo al mundo, desde el inspirado profeta que anunció al “Emmanuel, es decir: Dios con nosotros” (cfr. Is 7,13), hasta la mujer que Él consideró el modelo más sublime y la guía más segura para acoger a su Unigénito (cfr. Lc 1, 28), la Virgen María. Preparó también, con mucho sentido (cómo no habría de ser), el lugar donde nacería el Niño Jesús, el Mesías, el Salvador, el Señor, tras un largo caminar de María y José desde Nazaret hasta Belén, provocado por un mandato del emperador romano para que fueran registrados en un censo quienes pertenecían al imperio (cfr. Lc 2,1-5); dicho censo fue, a fin de cuentas, el medio para que, naciendo en una extrema pobreza, Dios Hijo se manifestara, con toda su humanidad (sin que por ello perdiera su condición divina), en primer lugar a los pobres y sencillos anticipando su futuro mensaje (cfr. Lc 4, 18-19), los privilegiados pastores experimentaron la alegría de vivir un verdadero encuentro con Jesús (cfr. Lc 2,16).
Camino de salvación
Dios Padre preparó con la llegada de Jesús, nuestro camino de salvación (cfr. Mt 1, 21b), como en su momento el éxodo-huida a Egipto de María y José junto con el recién nacido significó un camino de salvación para Jesús niño, quien habría de vivir en el destierro y en la angustia como sus antepasados, perseguido ya desde la infancia con el propósito de matarle (Mt 2,13); Dios preparaba, desde la incomodidad y la incertidumbre, el retorno de su Hijo al pueblo elegido para salvarlo (a él y a todos los pueblos); el evangelista ve en este episodio de la vida de Jesús, el cumplimiento de una profecía del Antiguo Testamento: “De Egipto llamé a mi hijo” (Os 11, 1; Mt 2, 15b).
El viejo Simeón, miembro de esa minoría del pueblo de Dios que vivía su fe en la humildad, expresará con cabalidad cómo Dios preparó ese camino de salvación para todos: “Porque mis ojos han visto a tu Salvador, que has preparado y ofreces a todos los pueblos, luz que se revelará a las naciones y gloria de tu pueblo, Israel”. (Lc 2, 30-32).
¿Adviento de fe o de compras?
El Adviento es un tiempo en el que se debe profundizar en el misterio de nuestra salvación, el cual se inicia con el nacimiento de Jesús.
La frase del profeta Simeón es la fe expresada por alguien para quien Dios se hace visible, pero también fe de alguien cuyas palabras insinúan ya el rechazo de que Jesús será objeto por parte de muchos (cfr. Lc 2, 34-35). Palabras que indudablemente se aplican en estos tiempos, indiferencia o rechazo son un común denominador hoy, cuando muchos celebran la Navidad sin darle el sentido debido, menos aún buscarán preparar ese grandioso acontecimiento. El Adviento en la época actual, en la mayoría de los casos, dista mucho de ser lo que fue en un principio y lo que en realidad debe ser: se ha convertido en un agitado tiempo de hacer compras, de gastar hasta lo que no se tiene, de preocuparse por muchas cosas olvidando lo esencial: preparar la venida del Mesías.
El Adviento, celebrado con fe, es en realidad para nosotros la espera gozosa de la segunda venida de Cristo (Parusía) y participando en la preparación de la primera venida del Señor, los fieles renovamos el ardiente deseo de esa segunda venida (cfr. CEC, n. 524).
Hoy, con mucha tristeza lo afirmo, son pocos quienes se preparan para celebrar esa primera venida del Señor, para la mayoría hay muy poco o ningún tiempo para la oración, para la reflexión.
Una celebración plena de Navidad debe ser precedida por una preparación plena en Adviento, practicando actitudes o virtudes que nos ayuden para llegar a ese gran día: vigilancia, fe, esperanza, alegría, plegaria, conversión.
Amar, orar, esperar
Son virtudes que deben ser el común denominador de todo cristiano que se precie de serlo y que, preparándose para el encuentro, se cuestione: ¿me esfuerzo y sé ver a Dios en mi vida? Adviento significa salir al encuentro de aquel que viene a buscarnos y a quien buscamos. Es un momento en el que Jesús quiere encontrarse con nosotros, con el que se encuentra triste y solo, con el que está abatido por la depresión y la angustia; es una invitación a encontrarte contigo mismo y con los demás. Nuestra Iglesia celebra y nos invita a meditar la venida del Señor y a expresarle con fe ¡Maran atha! ¡Ven, Señor! (1Cor 16, 22b).
Jesús se acerca y se encuentra en el seno de nuestras familias. Vivamos con plenitud este tiempo preparándonos como familia en Cristo para el encuentro con Dios Niño. Y no celebremos una Navidad sin Adviento, sería un sinsentido.
Héctor García, Escuela de Animación Bíblica, CMST
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