Una alegre mañana de domingo[1]
Una alegre mañana de domingo en el Paseo de La Loma de la ciudad de Tepic, Nayarit, familias paseando, niños jugando entre los árboles, a través de cuyas hojas se filtra el sol radiante, tal cual el canto de los pájaros y las risas de los dinámicos juegos juveniles, ante el testimonio apacible de los adultos mayores, retrata de la mejor forma las relaciones que rigen nuestra vida.
La energía del sol llega a la tierra y es asimilada por las plantas, de las cuales todos los animales, que no tenemos esa capacidad, nos alimentamos ya sea en la forma de frutas, cereales, hojas, tallos, raíces y flores, o indirectamente como leche, huevos, carne. Más aun, las plantas producen el oxígeno que enriquece el aire que respiramos, y que hace posible nuestra existencia.
Cada forma de vida en la tierra tiene una misión en la intrincada maraña de relaciones que, ampliando nuestro análisis, debiera incluir elementos que permiten la vida: el agua, el suelo, el espacio físico con sus relieves, el suelo, su temperatura y su humedad, entre otras propiedades… y la energía del sol.
Somos parte de un todo, y ninguna parte de ese todo sobra. Nuestra existencia depende de todos esos elementos, cual si estuviera suspendida por hilos invisibles, en una espesa red de relaciones que parece que olvidamos cada vez más, atentando contra nuestra propia existencia.
La Tierra, planeta suspendido en el cosmos entre millones y millones de cuerpos celestes, es nuestra casa, y más aún, es nosotros mismos. Los elementos de que estamos hechos son los elementos de ella, de ahí los hemos tomado prestados. A lo largo de nuestra vida los intercambiamos con ella y cuando llega nuestro final, se los devolvemos.
Nosotros somos naturaleza, somos Tierra; una parte de un todo que nos distinguimos, aunque no exclusivamente, por podernos comunicar, cultivar conocimientos, hábitos, costumbres, crear objetos, creer y crear cultura. Pero reconozcamos que no podemos ser, existir, sobrevivir aisladamente, sino única y exclusivamente como parte de ese todo del que, junto con una cantidad incalculable de especies vivas y sus correspondientes entornos, formamos parte: nuestra Casa Común[2], la Tierra.
Ver por la Tierra, es ver por nuestra casa y por nosotros mismos. Cuidarte y respetarte, como cuidar de tus hijos, tu familia y tus amigos, es cuidar asimismo de todas las formas de vida, y consecuentemente, de los entornos en los que ella florece.
Si la inteligencia humana es una de las cualidades que nos distinguen, hagamos gala de ella cultivando conocimientos, hábitos, costumbres, objetos y creencias que permitan sostener la evolución humana y la de los seres vivos en la tierra.
En nuestro afán por producir, tener, utilizar o modificar, no podemos permitirnos experimentar cuando no conocemos las consecuencias. Tampoco habituarnos a consumir desmesuradamente, más allá de nuestras necesidades reales, y de la capacidad de los entornos terrestres.
Y ¿cómo podríamos vivir satisfechos sin ver por quienes tienen menos que nosotros mismos?, ¿seríamos felices sabiendo que hermanos, vecinos, compañeros, paisanos o extranjeros viven todo lo contrario? Ver por nosotros mismos es luchar contra la pobreza, la discriminación, la ignorancia, la explotación; es hacer nuestras las justas causas ajenas y promover desde nuestras decisiones la salud, la educación, la oportunidad económica y la realización de todos.
Y si bien la vida biológica es un importante aspecto de nuestra existencia, ¿qué decir de la vida en común?, ¿cómo nos relacionamos entre nosotros los humanos?, ¿permitimos que las ideas brillantes prosperen sin importar su fuente?, ¿dejamos que las necesidades, opiniones o deseos de todos se expresen y tengan la posibilidad de atenderse, de realizarse? ¿Puede el niño de casa opinar sobre el uso del patrimonio de la familia?, ¿o el trabajador sobre las mejoras al proceso productivo de su empresa?, ¿o el ciudadano común sobre el destino de los recursos de su entorno?
Cuidar de nosotros mismos es cuidar de que las propuestas de todos sean debidamente consideradas en las decisiones que les afecten, en todos los niveles y esferas de la existencia; es aprender a expresarnos, a escuchar, a diferir con otros, a discutir abierta y ampliamente sin renunciar, sin imponer; sin levantarse de la mesa y sobre todo, llegar al mejor acuerdo para todos en paz.
¡Cuántas relaciones comprende la apacible imagen de una mañana en el parque!, ¡qué rica es la vida humana cuando la percibimos profundamente! Cuando la concebimos como parte de un Todo superior a nosotros mismos, en esencia, en el espacio, en el tiempo.
“Que el nuestro sea un tiempo que se recuerde por el despertar de una nueva reverencia ante la vida; por la firme resolución de alcanzar la sostenibilidad; por el aceleramiento en la lucha por la justicia y la paz y por la alegre celebración de la vida”[3].
Fernando Treviño Montemayor
Profesor del Instituto Tecnológico de Tepic y Punto Focal de la Red Mexicana de Carta de la Tierra.
[1] Fernando Treviño Montemayor. Profesor del Instituto Tecnológico de Tepic y Punto Focal de la Red Mexicana de Carta de la Tierra.
[2] Carta enc. Laudato Si. AAS (24 mayo 2015)
[3] La Carta de la Tierra. CTI Marzo 2000.