Editorial
Los tiempos que atraviesa el país están salpicados de un sinnúmero de problemas, lo que deviene en días turbulentos y de marcada incertidumbre. El ciudadano común, el de a pie, el que temprano se levanta para ir al trabajo, el que tiene que arreglárselas todos los días para llevar de comer a su familia, el que estudia con miras a forjarse un futuro, el que vive pensionado y sobrevive a duras penas; ese ciudadano ve a diario un nubarrón de inconvenientes que se cierne sobre sus expectativas, para las cuales se ve urgido a tomar decisiones, muchas veces fuera de sus alcances o que condicionan su modo de vida. Uno de estos lastres nacionales es, sin duda, la cuestión de la tan vilipendiada y temida economía.
La peculiar situación económica que azota a Estados Unidos de un tiempo para acá ha repercutido, en mayor o menor medida, en la economía endeble de numerosos países alrededor del mundo, naciones que dependen de algún modo del equilibrio en la economía estadounidense. México, lamentablemente, no se queda atrás.
Los entendidos en los asuntos económicos ya vaticinaban los indicios de una posible recesión económica en el vecino país del norte cuando a fines del 2006 se dio una estrepitosa caída en los precios de los bienes raíces: allá sucedió en este rubro lo que aquí está pasando con las tarjetas de crédito. En la Unión Americana se abrió una amplia cartera de crédito para la obtención de bienes raíces que después, por algún motivo, los compradores no pudieron solventar, provocando la quiebra y fusión de muchas empresas; aquí, por su parte, hay una sobresaturación de créditos mediante tarjeta que los clientes no han podido pagar en su totalidad: por un lado, por las altas tasas de intereses, y por el otro, porque carecemos de una cultura sobre el uso de este dinero que no es líquido: el tarjeta-habiente a veces piensa que al comprar haciendo uso del llamado “dinero de plástico” no adquiere una deuda, pero después, ya sea a través de mensualidades o en un solo pago, tendrá que liquidar ese compromiso crediticio. Lo que acarrea más problemas.
El alza y descenso en la bolsa, que ha fluctuado de un extremo a otro en las últimas semanas, ha impactado de lleno en los mercados internacionales y nacionales, lo que, según los expertos, no tarda en verse reflejado en forma negativa en los bolsillos de los asalariados y trabajadores comunes, como siempre los más golpeados y los que acaban pagando las consecuencias. Esto se debe, en gran parte, a que el gobierno mexicano creyó, ingenuamente, que nuestro país se quedaría mirando los toros desde la barrera; es decir, que el advenimiento de una posible crisis económica pasaría de largo, pero eso es casi imposible si consideramos la infinita dependencia de nuestra economía –como muchas otras– de la estadounidense: turismo, remesas, manufactura, importaciones, exportaciones, y un largo etcétera.
El alza de precios, por otra parte, ha sido una constante en los últimos meses; este incremento en el costo de la vida ha ido acompañado de un nulo aumento en los salarios y prestaciones de los trabajadores. La economía mexicana ha ido de un estado de salud medio hacia abajo, mas si hace erupción el volcán de la recesión estadounidense, los mercados y finanzas mexicanos entrarán, sin querer parecer dramáticos o pesimistas, en un estado de terapia intensiva que requerirá una intervención de primera mano y que considere las potencialidades y fortalezas que hay en México. Una cosa sí es segura: ante este sombrío panorama los ciudadanos no podemos quedarnos de brazos cruzados. Por principio de cuentas, hagamos buen uso de nuestros recursos.