Soy joven y soy laica; inquieta, ilusionada y sobre todo, humana. Con esta simple concepción de mí misma, quiero compartirte la retadora emoción que me poseyó al saberme capaz de proclamar la grandeza de la fe. Sí, porque los laicos también estamos llamados a presentarle al mundo lo que llena el corazón. Te confieso que me tomó tiempo responderme esto, pero al fin lo comprendí y con una sonrisa en el rostro descubrí que todo en mí es una oportunidad para comunicar este gozo envolvente que da encontrar al Amor.
Al mismo tiempo apareció una nueva inquietud: cómo hacerlo. Sin duda sabía que debía prepararme, leer y reflexionar, todo de suma importancia, pero después de algunos intentos caí en la cuenta de que abrir el corazón y mostrar las tiernas huellas de Dios en mi vida, marcaba la diferencia, porque es justamente esto lo que conforma al comunicador: no poder callar la experiencia de ese Dios que nos ama tal cual somos, y que a la vez confronta y mueve para que demos lo mejor de sí.
Ser laico, es ser profeta en esta nueva época, es ser comunicador de esperanza, pero no en la utopía sino siendo parte del pueblo, de la cultura y del lenguaje, viviendo allí, pero con el corazón mirando hacia la eternidad. Ser laico y ser comunicador es hacer con los otros exactamente lo que Cristo hizo con nosotros: dar su vida.
Dar la vida hoy, es escuchar con paciencia, sin juzgar, comprendiendo; es dedicar tiempo y atención, es hacer silencio para reconocernos a los ojos de Cristo, aceptando los errores y las virtudes; es ser transparentes, sinceros, cercanos, es promover la solidaridad y hacer comunidad.
Es cierto que ser comunicador de Cristo exige un gran compromiso personal y social, pero no esperes no equivocarte; comprometerse significa más bien, no desistir, mantener firme la esperanza, y aunque vengan sobre la vida las más cansadas tormentas, permanecer.
Comunicar la esperanza es todo un reto, pero no es imposible; somos capaces y ante todo, tenemos la certeza de que Jesús está con nosotros todos los días hasta el final (Mt 28, 20). La misión de este siglo es que con nuestra convicción hagamos a otros, testigos de la locura de la cruz y compartamos la plenitud de estar enamorados del Amor.