¿Crisis económica a la vuelta de la esquina?
Nuestro país ha sido, históricamente, escenario de algunas crisis económicas que, las más de las veces, han resentido, sobre todo, los más pobres de los pobres: los ricos se hacen más ricos y los que menos tienen continúan sumidos en un estado deplorable de pobreza. Y lo que es peor, no se vislumbra un posible giro a esta problemática; como se dice comúnmente y para como “pintan” las cosas, “el horno no está para bollos”.
Cadena de tropiezos
Por principio de cuentas, hay que recordar aquella primera devaluación del peso en 1976, durante la gestión presidencial de José López Portillo, que acuñara esa ya legendaria frase: “defenderé el peso como un perro”. Y vaya que no lo logró. A éste le había antecedido Luis Echeverría Álvarez, un presidente que, tras el fracaso de su proyecto económico, se tuvo que recurrir a un excesivo financiamiento externo. Los mandatarios que sucedieron en la silla presidencial no aportaron cambios sustanciales a la balanza económica: con Miguel de la Madrid, producto de medidas como el alza en los combustibles y en los servicios que prestaba el Estado, se vivió el primer “diciembre negro”, al que, poco a poco, nos habríamos de acostumbrar; durante el mandato de Carlos Salinas de Gortari se vio cristalizado un Tratado de Libre Comercio pactado con Estados Unidos y posteriormente con Canadá que, a la postre, no resultaría como se había pronosticado y hacia fines de 1994 sobrevino una dura crisis económica que el presidente entrante, Ernesto Zedillo, habría de “capotear”.
Clase política inexperta
Los descensos en la economía mexicana se han debido, en su mayor parte, a una clase política y gubernamental corrupta, poco avezada en el vasto mundo de los números e inversiones, que ha cometido crasos errores al momento de decidir la agenda económica, al dar prioridad a proyectos que resultan meros lamparones que encandilan pero que no surten el efecto deseado: ser detonadores de un proceso económico a la alza, que ponga en el escenario a aquellos que padecen penurias, hambre y exclusión a lo largo del país. Los fracasos en este ámbito se han sucedido uno tras otro, dejando un sinnúmero de secuelas que han fracturado la confianza de la sociedad en quienes han manejado los destinos del país. Ya no sorprende que la sociedad de entrada se decepcione, por ejemplo, con el anuncio de programas y esquemas de subvención estatales y sexenales destinados a atacar la pobreza, simple y sencillamente porque éstos no van al fondo del problema, sino que están encaminados a paliar y no a erradicar la cuestión.
Por buenas intenciones no paramos
México lleva muchos años, muchos sexenios, con la firme intención de acabar de una vez y para siempre con los históricos rezagos que nos han impedido accionar un progreso sostenible, inclusivo; quién no recuerda, por ejemplo, aquella promesa que nos vendió Carlos Salinas: la entrada al selecto grupo de los países de primer mundo. Los más le creímos y acabamos, como siempre, con un sabor amargo de decepción. Eso, visto a lo lejos, no fue más que una buena intención al analizar las posibilidades reales de crecimiento y desarrollo, y el retroceso en el que estamos inmersos. Sin embargo, las buenas intenciones no se traducen necesariamente en hechos concretos, acciones y medidas puestas en marcha para dar solución a toda ese entramado de conflictos y rezagos que venimos arrastrando desde el siglo pasado.
A las patadas con Sansón: el peso frente al dólar
La economía mexicana, como muchas otras, malamente depende en su totalidad de la de Estados Unidos. Si en aquel país hoy se vive una dura crisis económica cuyas consecuencias todavía no es posible cuantificar, México, lo vaticinan algunos economistas, no saldrá del todo bien librado. Si hasta ahora el país se ha mantenido a flote, “nadando de a muertito”, no es posible asegurar que las cosas no cambiarán de tono. Para muestra ahí está la disparidad del dólar con el peso: esa distancia da una idea de cómo se pueden poner las cosas en los meses venideros. Por todo ello, los tiempos no están para que, vía medios de comunicación, se pregone irresponsablemente que la economía mexicana está blindada contra todo tipo de atentados, armando todo un circo con personajes de la farándula. La actitud, por el contrario, debería ser de alerta, de información y mesura ante los vendavales que de un momento a otro arrecian y pocas veces entran en un momento de calma.
Otros indicadores de la crisis
Algunos expertos coinciden en señalar que 2008 ha sido un mal año económicamente hablando. Incluso, los más pesimistas anuncian que lo venidero será tan negro que lo echaremos de menos. Se ha pregonado, en los últimos tiempos, que en este año 2009 –año electoral, por cierto– la inflación será alta, lo que provocará un escaso crecimiento económico.
La crisis financiera mundial, de la que han comenzado a verse sus estragos, devalúo considerablemente el peso y minó las reservas del Banco de México, acelerando, entre otras cosas, el alza en los precios de la industria petroquímica y todos sus derivados, el paulatino pero sostenido incremento en los productos de la canasta básica, la drástica reducción en la creación de empleos y en la pérdida de miles de puestos de trabajo a lo largo del año que recién terminó; el inminente regreso de miles de connacionales del otro lado de la frontera por la dura situación que allá vienen sosteniendo desde hace tiempo, lo que engrosará los ya de por sí macro números del desempleo en nuestro país; y la poca confianza de inversionistas extranjeros por la situación de inseguridad que envuelve a todo el territorio nacional.
Entendiendo la Bolsa de Valores
En términos generales, la Bolsa es un indicador fiable de cómo va la economía de un país. Según la Real Academia de la Lengua, los “valores” que se compran y venden en una Bolsa, son “títulos representativos o anotaciones en cuenta de participación en sociedades, de cantidades prestadas, de mercaderías, de depósitos y de fondos monetarios, futuros, opciones, etc… que son objeto de operaciones mercantiles”. Es decir, el concepto de “valores” incluye numerosos activos financieros, como acciones, obligaciones, bonos, certificados de inversión y demás títulos-valores inscritos en la bolsa.
Para participar en la Bolsa se debe hacer pública la situación financiera del participante, de manera que los inversionistas puedan conocer su “estado de salud” económica. Alguien sin respaldo económico no puede participar.
Las bolsas están sujetas al vaivén de los ciclos económicos: inversiones, caídas de precios de productos, alza en insumos básicos; y están influenciadas por desencadenantes psicológicos: en ocasiones, un falso rumor derivado de acontecimientos de seguridad o trágicos puede provocar la caída de una acción.
En tiempos de incertidumbre, como ahora, los mercados de valores de las economías más pequeñas (como México) observan con atención lo que pasa en las bolsas de referencia, como la de Nueva York y la de Sao Paulo en América; la de Londres, Frankfurt y París en Europa, y Tokio y Shangai en Asia; porque pueden desencadenar una reacción en cadena: si una de estas bolsas cae las otras también se vienen abajo en un efecto dominó, accionado por las especulaciones.
La Bolsa mexicana
La Bolsa Mexicana de Valores está regulada y supervisada por la Comisión Nacional del Mercado de Valores: los valores que ahí se negocian cuentan con el aval de esta institución. Sin embargo, su fluctuación depende, mayoritariamente, de cómo se comporte la Bolsa de Wall Street, en Nueva York. A ello se debe que el peso, como moneda nacional, no pueda mantenerse a flote si el dólar se dispara: de la alza o caída del dólar dependerá la estabilización del peso. Así se entiende que México esté, según los versados en el tema, al borde de una crisis, pues Estados Unidos está en recesión en su economía desde 2007, lo que habrá de incidir en la situación financiera mexicana. Ahora sí que, como vulgarmente se dice, “hay que cuidar los pesos y los centavos”.
Fuente: www.bbcmundo.com
Juan Fernando Covarrubias Pérez