“Si no ejercemos el poder, lo cedemos”

 

“Un rey dominante que manda matar a todos los niños que tienen la misma edad que aquel lo destronaría, mientras madres lloran la muerte de sus hijos y carecen de la fuerza para defenderlo, padres ausentes  que se entregaron al dominio o que ya sucumbieron ante él”.

 

El ciudadano entrega el poder

No es cosa del pasado, no lo es, basta con echarle un vistazo a los principales periódicos o noticiarios del país o extranjeros: niños muertos por bombardeos o que empuñan armas para hacer atrocidades a su tierna infancia; infantes y jovencitas víctimas de comercio sexual o explotación laboral; niños y jóvenes sometidos a la pobreza, cuyas fuerzas les alcanzan solo para conseguir un mendrugo de pan, y no para soñar o esperar; muchachas y muchachos muertos o desaparecidos por grupos delincuenciales o élites políticas, porque soñaron más que el común de la gente.

Las cifras son ensordecedoras, las imágenes quitan el aliento y, sin embargo, nuestra vida continúa, sin darnos cuenta de que estamos cediendo un poder, encontrando paz al decir que son actos de los poderosos, que son actos de los malvados, donde lo malvado y lo político es sinónimo, donde lo político y lo corrupto también lo es.

Como diría el filósofo Enrique Dussel, donde la política se vincula con la dominación, entonces los movimientos sociales y  ciudadanos de buena  conciencia, consideran que dedicarse a la política es cruzar un umbral peligroso, es ensuciarse las manos. “Entonces, ¿quién se mete a la política? Aquellos que ya tienen las manos sucias, y los de las manos limpias en casa, quejándose”.

 

Cada quien su responsabilidad

Son los ciudadanos de buena conciencia quienes deben participar en política, pero para ello hay que  querer tener poder y Dussel nos dice que el poder tiene tres determinaciones:

  1. El poder es fuerza, es poder hacer, es querer vivir, la voluntad de vivir.
  2. El poder se da en el consenso, sin la unidad no hay fuerza.
  3. El poder debe ser posible.

 

Usemos estas ideas no para cuestionar a los dominantes o a los malvados, sino quienes nos consideramos hombres y mujeres de buena conciencia. No por querer quitarles la responsabilidad de sus actos, sino para exhortar a tomar nuestra responsabilidad y retomar el poder que lleve a la transformación de nuestra sociedad y a recuperar nuestra humanidad.

En especial, los padres o madres hemos cedido el poder, porque no somos capaces de proteger la vida, y quizá somos nosotros quienes entregamos a nuestros hijos al dominio e intereses de los malvados y corruptos. O peor aún, los formamos como malvados, capaces de satisfacer sus deseos sin importar si reducen a una persona a un objeto consumible y desechable.

Recordemos que quizá somos las Evas y Adanes modernos que criamos Abeles y Caínes modernos. ¿A qué me refiero? Por una parte, criamos seres bondadosos y productivos pero incapaces de defenderse ante el mal, porque quizá nuestra forma de educarlos ha sido autoritaria y los hemos enseñado a ser obedientes y sumisos; por otro lado, criamos hijos que se sienten merecedores de todo y por cualquier medio.

¿Qué hubiese pasado si Adán y Eva, solo Eva o solo Adán, le hubiesen enseñado a Caín que el verdadero poder, la verdadera fuerza se da en el consenso y en la unidad, a vivir en comunidad, donde el crecimiento de uno se proyectaba hacia el otro? Quizá, nunca se hubiese cometido el primer crimen de la historia de la humanidad, o una vez cometido esos primeros crímenes, esos primeros padres hubiesen puesto límites a su hijo y evitado su destierro, símbolo de la ruptura de la comunidad.

 

Enseñarnos a vivir en comunidad

Y es que hemos olvidado los padres modernos enseñar a nuestros hijos a vivir en comunidad, nos esforzamos en formarlos adecuadamente como futuros trabajadores, consumidores y en el mejor de los casos, como ciudadanos; en que depositen toda su lealtad a un mercado de trabajo, a un mercado de consumo o a un Estado, e insertarse en ellos como individuo.

Pero Dussel nos diría: “El hombre nunca ha sido individuo, siempre ha sido comunidad”. Y Raúl Gutiérrez Sáenz nos recuerda que “vivir en comunión con los demás es el mejor modo de evitar el daño a los demás y hacia sí mismo. En la medida en que una persona vive aislada y en forma individualista, vive inauténticamente, mezquinamente, en un nivel inferior al que le corresponde. Y cuando no hay una comunicación de sujeto a sujeto, la vida en común llega a ser, a lo sumo, una vida en sociedad, pero no en comunidad”.

 

¡Ya basta!

En todas las pinturas que narran el asesinato de niños a mandato de Herodes, muestran cómo a cada mujer le arrebataron a su hijo y fueron débiles ante el poder de defenderlo; sin embargo, ¿qué hubiese pasado si las mujeres se hubiesen unido, y si esos padres estuviesen presentes y unidos para la defensa de sus hijos? Quizá, quizá, por ahí anda una enseñanza no aprendida.

Hemos cedido el poder, no reconocemos el verdadero poder, el poder que ratifica la vida y la posibilita por medio del servicio; por lo tanto, hemos confundido nuestras luchas:

  • No luchamos por satisfacer nuestras verdaderas necesidades que nos posibiliten vivir con dignidad,  y luchamos por satisfacer las necesidades que dicta un mercado de consumo vinculado con la obtención de ganancia.
  • No  luchamos por la reivindicación de los derechos laborales y porque el trabajo sea una forma de  dignificar la vida para contribuir a nuestra comunidad; más bien, vemos al trabajo como una forma de obtener los ingresos necesarios para consumir lo que nos dará una aparente felicidad y un lugar en una sociedad.
  • Vemos a la política como una forma de enriquecimiento y no como una vía de construir consensos para el bien común, porque el que está a mi lado es igual en dignidad.

 

Es cierto que en la actualidad, por mandato de los que dominan, arrebatan con violencia a nuestros hijos, a nuestros niños, a nuestros jóvenes para explotarlos, desaparecerlos o asesinarlos. Pero es aún más cierto que quizá nosotros seamos quienes fortalecemos y alimentamos, por no ejercer el poder, a aquellos que harán sufrir a nuestros hijos.

Y cuidado, porque quizá más de uno esté educando a su hijo para seguir cediendo su poder; o para que se sienta merecedor de conseguir lo que desea a costa de la vida, sufrimiento y cansancio de seres humanos. Quizá porque nosotros, como padres y madres, ya nos entregamos o sucumbimos a los intereses de aquello que, tarde o temprano, nos arrebatarán, aquello que decimos amar, incluso más allá de nuestra propia vida.

 

Lic. Guadalupe García Azpeitia

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Comentarios a la autora: (azpeitia17@hotmail.com)

 

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