Sexualidad y castidad

Dios es amor y vive en sí mismo un misterio de comunión personal de amor. Creándola a su imagen, Dios inscribe en la humanidad del hombre y de la mujer la vocación y consiguientemente la capacidad y la responsabilidad del amor y de la comunión.

El Catecismo de la Iglesia Católica explica detalladamente que la sexualidad abraza todos los aspectos de la persona humana, en la unidad de su cuerpo y de alma. Concierne particularmnete a la afectividad, a la capacidad de amar y de procrear, y de manera más general a la aptitud para establecer vínculos de comunión con otro.

Corresponde a cada uno, hombre y mujer, reconocer y aceptar su identidad sexual. La diferencia y la complementariedad físicas, morales y espirituales, están orientadas a los bienes del matrimonio y al desarrollo de la vida familiar. La armonía de la pareja y de la sociedad depende en parte de la manera en que son vividas entre los sexos la complementariedad, la necesidad y el apoyo mutuos.

La castidad por tanto, significa la integración lograda de la sexualidad en la persona y por ello en la unidad interior del hombre en su ser corporal y espiritual. La sexualidad, en la que se expresa la pertenencia del hombre al mundo corporal y biológico, se hace personal y verdaderamente humana cuando está integrada en la relación de persona a persona, en el don mutuo total. La virtud de la castidad, entraña la integridad de la persona y la totalidad del don.

En consecuencia, el matrimonio constituye una íntima comunidad de vida y amor conyugal, fundada por el creador y provista de leyes propias. Esta comunidad se establece con la alianza del matrimonio, es decir, un consentimiento personal e irrevocable. Los dos se dan definitiva y totalmente uno al otro. Ya no son dos, ahora forman una sola carne. La alianza contraída libremente por los esposos les impone la obligación de mantenerla una e indisoluble.

La fidelidad entonces, expresa la constancia en el mantenimiento de la palabra dada. El sacramento del matrimonio hace entrar al hombre y a la mujer en el misterio de la fidelidad de Cristo para con su Iglesia. Por la castidad conyugal dan testimonio de este misterio ante el mundo.

San Juan Crisóstomo sugiere a los jóvenes esposos hacer este razonamiento a sus esposas: “Te he tomado en mis brazos, te amo y te prefiero a mi vida. Porque la vida presente no es nada, te ruego, te pido y hago todo lo posible para que de tal manera vivamos la vida presente que allá en la otra podamos vivir juntos con plena seguridad. Pongo tu amor por encima de todo, y nada me será más penoso que apartarme alguna vez de ti”.

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