La persona humana conserva un equilibrio entre lo interno y lo externo, pero existe también una gran posibilidad de que estas dos partes presenten un desequilibrio. Lo interno se preocupa casi en exclusiva de sí mismo, se convierte en el centro de gravedad de sus exclusivos universos; mientras que lo externo, por su parte, se derrama a borbotones y va cambiando sus distracciones de una en otra. Su vida carece de reflexión y, por consiguiente, no llega casi nunca a una profundización interior.
Sócrates afirmaba: “La vida sin reflexión no vale la pena vivirse”. Y la primera condición para el crecimiento humano es el equilibrio.
Vivir en equilibrio
Equilibrio de lo interno con lo externo significa integración de la personalidad. Ya que todos estamos sujetos a la exageración: podemos inclinarnos demasiado hacia adentro o hacia afuera. Podemos convertirnos en esclavos de los placeres de nuestros sentidos, sin reflexionar en la paz de espíritu al amar y comunicar amor a los nuestros. Y, por el contrario, podemos cometer la exageración de encerrarnos en nuestro “intelecto” y de vivir solamente del cuello hacia arriba.
Cuando vivimos con plenitud todas nuestras facultades y armonizamos todas nuestras fuerzas, entonces nuestra naturaleza humana será constructiva y digna de confianza. Por eso cuando estás en paz puedes escuchar con atención y estar completamente seguro de que esto es un acto de amor que los demás agradecerán; ya que de la paz nace el amor y se manifiesta en la forma de respeto y aceptación, que se ve reflejada no sólo en los sentimientos, sino también en las palabras y en las acciones.
Ser personas que irradiemos paz
La paz es un valor que surge dentro de nosotros mismos y que debemos alimentar día a día. Si queremos vivir en un mundo donde reine la paz, todas las personas deben tener las mismas oportunidades y a todos les tienen que ser respetados sus derechos fundamentales. Mahatma Gandhi decía: “No hay un camino para llegar a la paz, sino que la paz es el camino para llegar a todas partes” y “La paz comienza con una sonrisa”; esto implica estar a gusto con uno mismo y con la vida tal como es.
Seamos personas que irradiemos paz; pues cuando se es capaz de sentirse feliz con las cosas más sencillas como escuchar el canto de los pájaros, dialogar con los amigos, caminar por la calle o haciendo el bien sin esperar nada a cambio, entonces diremos que nuestra vida es una vida feliz y, por ende, llena de paz.
Alcanzar el valor de la paz
Busquemos ser personas optimistas, que alegren la vida de los demás, que hagan reír a los que tienen a un lado; seamos portadores de felicidad, de entusiasmo, de buenos deseos, para lograr así que quienes esten a nuestro alrededor vivan en un ambiente de armonía y plenitud.
Finalmente, San Francisco de Asís decía: “Señor, hazme un instrumento de tu paz. Donde haya odio, siembre yo amor; donde haya ofensa, perdón; donde haya duda, fe; donde haya desesperación, esperanza; donde haya tinieblas, luz; donde haya tristeza, alegría”.
Seamos pues, instrumentos de paz en nuestra vida y en la vida de los demás, dejándonos llevar por el espíritu de Dios, para que movidos con su gracia podamos experiementar en Él, el gran regalo de la plenitud y el amor que a través del valor de la paz alcanzamos.
Alondra Marisol Arreola González
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