Hace algunos días la Iglesia recordó la memoria del martirio de san Juan Bautista, precursor de nuestro señor Jesucristo y puente entre el Antiguo y Nuevo Testamento, el cual viene definido por el mismo Cristo como el mayor de los profetas nacidos de mujer (Lc 7, 28) y como la ‘voz que clama en el desierto: preparen el camino del Señor (Mt 3, 3).
Su predicación atrajo a muchos de Judea a hacer frutos dignos de penitencia; pero la voz de la verdad incómoda a aquellos que se mueven entre las sombras, uno de ellos Herodes Antipa, quien lo persiguió y, después de haberlo encarcelado en la prisión de Maqueronte, lo hizo decapitar para cumplir una promesa hecha a la hija de Herodias (Mt 14, 1-12), movido por el deseo y el exceso del alcohol y una falsa bondad; los excesos nos mueven a la falsedad.
Al final de la anterior cita de Mateo se nos dice que los discípulos del Bautista fueron a recoger el cuerpo y lo sepultaron. La tradición nos dice que el lugar de su tumba se ubica en la ciudad de Sebastia, Palestina, lugar fundado por Herodes el Grande en el año 25 a.C, donde desde el 2005 se han hecho trabajos de excavación y han arrojado descubrimientos increíbles: mosaicos de una exquisita belleza que pertenecieron al piso de una antigua iglesia bizantina del siglo V, junto con algunos restos de la misma iglesia donde se encontraba la tumba del Bautista.
Esta iglesia del siglo V fue reparada durante las cruzadas en el siglo XII y era una de las primeras etapas de los peregrinajes en aquel tiempo; sin embargo, fue transformada en mezquita dedicada al profeta Yahia, nombre musulmano con el que se refieren a san Juan Bautista. Impresionante que los musulmanes lo veneran de un modo similar.
Pidamos al Señor que la voz del desierto impregne nuestro corazón y obras para anunciar a aquel que es camino, verdad y vida. Hasta la próxima