Santa Teresita del Niño Jesús nace el 2 de enero de 1873 en Alencon, Florencia. Su padre, Luis Martín, era relojero, y su mamá, Arcelia María, costurera. Teresita tuvo una infancia feliz y llena de buenos ejemplos. Desde muy pequeña se mostró viva, impresionable y ambiciosa. En cierta ocasión en que la pusieron a escoger entre varios regalos, exclamó: “Me quedo con todo”. Ese será el retrato de su vida. Más tarde dirá: “Dios mío, lo quiero todo, te quiero a Ti. Quiero ser santa, pero no a medias, sino completamente”. Su padre le enseña poco a poco a decir “Sí” a Dios cada vez que la conciencia le pida hacer algún sacrificio en favor de los demás.
En 1877, cuando la niña tiene apenas 4 años, muere su madre; su hermana mayor, Paulina, y su padre, se encargan de su educación; y para que las muchachas huérfanas puedan estar bajo la protección de una tía, se marchan a vivir a un pueblo llamado Lisieux; por eso la llamarán más tarde: “Teresita de Lisieux”.
Su hermana lee con frecuencia libros religiosos, y esto va despertando en la niña un gran amor por Dios y la religión. Cuando Teresita tiene 9 años, su hermana decide irse de religiosa con las hermanas Carmelitas, y cuando tiene 14, su otra hermana, María, también ingresa a la misma congregación. Su soledad aumenta.
Ingreso al convento
Pero en la Navidad de aquel año le parece que el Niño Jesús la invita a consagrarse en su totalidad a Él. Aquella Nochebuena la consideró como la noche de su “conversión”. Anuncia a su padre que desea ser hermana carmelita. Él acepta, pero resulta que en el convento no reciben a niñas de esa edad. Entonces se van en una peregrinación a Roma en 1887, con ocasión de la celebración de los 50 años de sacerdocio del Papa León XIII; cuando el Santo Padre pasa bendiciendo a los peregrinos, Teresita se le adelanta y le dice: “Santo Padre, como regalo de su Jubileo o Bodas de Oro sacerdotales, concédame la gracia de entrar de hermana carmelita a los 15 años”. El Sumo Pontífice la mira con exquisita amabilidad y le responde: “Entrarás, si esa es la voluntad de Dios”.
En abril de 1888 logra entrar al convento de las Carmelitas en Lisieux. Esta fecha la llamó ella: “El día de mi felicidad total”. Las religiosas notaron en ella, desde el primer día, un equilibrio emocional no común en las niñas de esa edad, y el director espiritual quedó admirado de que esta joven no vivía de vanas ilusiones, sino que tomaba la vida con seriedad y paz. Por orden expresa de sus superioras escribe su autobiografía: “Historia de un alma”.
En 1889 sufre la pena de ver que su padre pierde el uso de la razón por ataques de parálisis. El 8 de septiembre de 1890, a la edad de 17 años, hace sus votos o juramentos de pobreza, castidad y obediencia, y queda constituida hermana carmelita, hermana Teresita del Niño Jesús. Ese día escribe: “Quisiera poder dar mi vida por Jesucristo, como Santa Inés, y si Dios no quiere que sacrifique mi vida derramando como Él mi sangre, quiero hacer de mi existencia un sacrificio continuo por amor del Señor”.
Patrona de las Misiones
En la noche del Jueves Santo de 1896 Teresita sufre la primera señal grave de la enfermedad que la iba a llevar al sepulcro: la tuberculosis. Esa noche un vómito de sangre le anuncia que “el Amor de los amores vendrá ya muy pronto a llevarme al paraíso”. Su terrible enfermedad dura dieciocho meses, que son un verdadero martirio, pero, sobrellevado con valor y alegría, admirables. De vez en cuando sale a pasear por el jardín por orden del médico. Cada paso que daba era como un puñal que se clavaba en sus pulmones enfermos. La enfermera le dice: “Teresita, ya que sufre tanto al caminar, no camine más”, y ella le responde: “Sigamos. Es que cada paso doloroso que doy lo ofrezco por un misionero que esté en peligro de desanimarse de su vocación”. Las misiones y los misioneros son el tema de todas sus oraciones y el fin por el cual ofrece su enfermedad dolorosa y agotadora.
En junio de 1897 la llevan a la enfermería y ya no vuelve a salir de allí. Desde el 16 de agosto ya no le es posible recibir la Comunión, pues sufre de vómitos continuos. Llega a exclamar: “Nunca había imaginado que yo pudiera llegar a sufrir tanto”, pero se conserva siempre alegre, por sufrir por Cristo y la salvación de las almas y la santificación de los sacerdotes.
El 30 de septiembre de 1897 confiesa: “No me arrepiento de haberme dedicado a amar a Dios”, y dulcemente expira como quien se queda plácidamente dormida. Tenía 24 años.
Antes de morir pidió que no llevaran flores a su ataúd, sino que ese dinero lo gastaran en ayudar a gente pobre. Su entierro fue humilde, y quedó sepultada en el solar del convento. El Papa Pío XI, contrariando la antigua tradición de no declarar santo a nadie antes de que cumpla los 50 años de haber muerto, la canoniza en 1925, 27 años después de su muerte. En 1927 es declarada Patrona de las Misiones en el mundo esta jovencita que no salió de su país ni de su convento, que ofreció su vida en holocausto de amor a Dios, por la santificación de los sacerdotes y la conversión de los que aún no aman a Cristo.
Rigoberto Robles
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