Santa María de Jesús Sacramentado Venegas

De ella, “detalles” que no estaban escritos

Hijas del Sagrado Corazón de Jesús

 

  1. Sor María de Jesús Sacramentado Venegas era de estatura bajita y más bien gruesa, pero caminaba con agilidad. No era propiamente hermosa, pero poseía una voz clara, agradable y educada; urbanidad de modales y en medio de una natural sencillez, parecía elegante en el vestir y caminar. Usaba lentes y le venían bien.

 

  1. Eran verdaderas excepciones cuando mencionaba a sus padres o hermanos. Y cuando se nombraba ella misma, siempre era para expresar lo que, según su criterio, eran “simplezas” de su niñez; por ejemplo: aún muy pequeña, sentía la necesidad de recogimiento, y buscando un lugar propicio para lograrlo, creyó encontrarlo detrás de una hoja de la puerta al subir a los barrotes; pero a veces era encontrada y le decían que podía caer, porque pensaban que andaba jugando, y aunque no la localizaran, concluyó que no le daba resultado aquel escondite porque se cansaba de los brazos al sostenerse y no podía “rezar”, que era lo que al fin pretendía. Expresaba este detalle con risa y ademanes.

 

  1. Su anhelo, desde adolescente, era retirarse a un convento, pero había oído decir que se necesitaba la dote. Dificultad insuperable para ella. Como la casa de los tíos, Teodora y Donaciano Venegas, con quien vivía, se hallaba junto a unos grandes sembradíos, al caminar entre los surcos le pedía a Dios que se le hundiera un pie donde pudiera encontrar “un entierrito” de muchos pesos de plata y así poder cubrir el requisito de lo económico y realizar su vocación religiosa.
  2. Natividad y Adelaida, su hermana, eran muy estimadas por los tíos, por eso, ellos fueron a Tepic a convencer al papá Doroteo que les permitiera venir a vivir a Los Zorrillos, argumentando que ya estaban grandes y no debían quedarse solas durante el día mientras él trabajaba, y así se comprometían a cuidarlas y verlas como hijas.

 

El ofrecimiento de la tía Teodora de cuidarlas “como mujercitas” doblegó al cariñoso papá y así, vemos a Natividad viviendo en el campestre hogar de los tíos; tanto, que un día la tía tenía que salir de casa con urgencia, estaba ahí de visita una señora, que ya tenían comprobado que le gustaba tomar lo ajeno, y en esta necesidad, con toda discreción, la tía, dueña de la casa, dio la espalda a la persona de visita y apuntándola con el dedo índice dijo en voz alta: “Natividad, te encargo la casa, luego regreso”; esto lo hizo creyendo que Naty le interpretaba la intención de cuidarle las manos a la señora. Pero Naty, muy ingenua le pregunta: “Tía, y ¿por qué me apunta hacia atrás…?”

 

  1. Al expresar la gratitud por el cariño con que fueron tratadas por los tíos, las dos hermanas se dolían también de que por esos años, después de la muerte de su papá, entró también al santuario de la eternidad la querida tía Teodora, volviendo a sufrir de orfandad, motivo por el cual fueron a vivir a Zapotlanejo, al lado de la tía Crispina Venegas, donde al correr del tiempo Natividad tomó la decisión de abrazar la vida religiosa.

 

  1. Entre las muchas pruebas de su obediencia, conocemos esta, puesta por su confesor en Zapotlanejo, el Padre Antonio González, antes de ingresar al instituto: cuando ella le confió el deseo de ser religiosa, él le facilitó la Imitación de Cristo, haciéndola consciente de que debía leer reflexionando en ello. Cuando terminó fue a entregarle el libro, mas el padre la regresó con él, haciéndole las mismas indicaciones que al principio. Esto se repitió cuatro o cinco veces. Este sacerdote siguió aconsejándola e imponiéndole pruebas, hasta que, convencido, le dijo un día: “Natividad, es indudable que tienes que terminar tu vida en el claustro”.

 

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