Queridos catequistas, en nuestro camino de fe contemplemos como modelos al señor San José y a la Virgen María, pues son ejemplos eminentes de la vivencia de la fe. La Iglesia así los proclama, y nos da a conocer las razones y los motivos de su ejemplaridad; nos indica el camino para llegar a una imitación lo más perfecta posible.
María, la primera creyente
La Virgen María representa la ejemplaridad más elocuente, porque Ella es la primera creyente en el tiempo y en la perfección del contenido de su fe. Hasta el día de la Anunciación del ángel, María vivió intensamente la fe de los profetas del Antiguo Testamento, la fe del pueblo de Israel, una fe mesiánica. En la Anunciación acogió la voluntad del Padre, y al pronunciar las palabras: “Hágase en mí según tu palabra”, convirtió su fe mesiánica en la fe cristiana, iniciando así una nueva etapa en la historia de la salvación.
La fe de María es la fe de toda la Iglesia, de todos los discípulos de Jesús. Pero, el primero que participó de esa fe, hecha para él luz y orientación de su vida, fue San José, cuando en la noche, en sueños, el ángel le reveló el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios y le ordenó que acogiese en su casa a su esposa. Él tuvo un acto de fe y obediencia, e hizo lo que el Ángel le había ordenado (Mt 1, 24).
“La fe de María –dice San Juan Pablo II– se encuentra con la fe de José, y se puede decir también, teniendo presentes los textos de los evangelistas Mateo y Lucas, que José es el primero en participar de la fe de la Madre de Dios. Así, él ‘sostuvo a su esposa en la fe de la anunciación’” (RC, n. 5).
San Juan Pablo II contempla la vida de San José, junto con la Virgen María, como una peregrinación de la fe. Y añade que “la vía de la fe de José sigue la misma dirección, totalmente determinada por el mismo misterio del que él, junto con María, se había convertido en el primer depositario” (RC, n. 6).
José, hombre justo
En el misterio de la Anunciación San José creyó con plena voluntad y entrega incondicional a la voluntad del Padre, porque, cuando despertó, “hizo como le había ordenado el ángel” (Mt 1, 24).
San Juan Pablo II, refiriéndose a la Anunciación a María, dice: “San José es un eco de la Virgen María, una imitación de sus perfecciones y un complemento de su misión en los inicios de la obra de la salvación”.
San José aparece en este cuadro lleno de dignidad, como el auténtico varón justo, escogido, elegido y predestinado desde toda la eternidad para ser Padre virginal del Hijo de Dios, hecho Hombre, Hijo de su esposa. Es un reflejo de la ejemplaridad de su virginal esposa, porque ambos se alimentaron espiritualmente de una misma gracia, de un mismo misterio, aunque vivido de forma diferente.
José, modelo de discípulo de Jesús
San José, acogiendo con limpio corazón la misión que le señaló el ángel, en la noche de la revelación del misterio de la Encarnación se consagró decididamente a la persona de su Hijo virginal, y a su obra de salvación universal, sirviendo a su modo a la obra de la redención.
Para los esposos de Nazaret, su fe, por ser única y el origen y fuente de la fe de la Iglesia, tiene un contenido y unas connotaciones que la convierten en modelo excepcional para todos los discípulos de Jesús.
Este camino descrito es el más breve, y al parecer el más fácil de recorrer. Toda la fuerza del espíritu se centra en el fiel cumplimiento de la voluntad de Dios, con el presupuesto de que ese ha de ser el objetivo y la finalidad de toda la vida.
Catequistas, todos los que estamos consagrados por el Sacramento del Bautismo debemos vivir una vida perfecta y santa en su totalidad a imitación de María y San José, haciendo que el contenido de nuestra fe, alimentada por el amor, sea el contenido de toda nuestra vida, vivida en servicio del Señor.
María Adela Suárez de Luna
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