En el mes de julio del año pasado sufrí un conato de infarto, que me mantuvo postrado muchos meses y aún en la actualidad, no he podido recuperar mis capacidades físicas al cien por ciento. Lo más preocupante del caso era saber si por mi edad iba a tener la fortaleza suficiente para resistir a una enfermedad cardiaca y me llegué a preguntar, no sin algo de angustia, si no estaría yo al borde de la tumba.
Valorar nuestra existencia como cristianos
Otras veces y en años anteriores, cuando tenía por casualidad un pensamiento semejante, tomaba las cosas más a la ligera, creyendo tontamente que el hecho de estar relativamente joven era para mí una garantía de supervivencia y desechaba esos pensamientos como algo indigno de tomar en cuenta.
Hoy, meditando las cosas con un poco más de cordura, veo que ni antes ni después estaba pensando asertivamente, porque valoraba mi existencia de acuerdo con el pensamiento humano, sin considerar los designios de Dios para con nosotros los humanos; nunca me detenía a pensar que el Creador del universo tiene para cada uno de nosotros una misión en la vida y que, para llevarla a cabo, nuestro tiempo sobre el mundo puede ser, de acuerdo con su voluntad, largo o corto y que lo único que tenemos que hacer es poner todo el esfuerzo y la capacidad propios para llevar una existencia digna de ser aceptada por Dios.
Tomando en cuenta mi enfermedad y siguiendo esa costumbre muy personal de verificar mis ideas aunque sea en forma chapucera, escribí lo siguiente:
Un día más
Un día más, Señor y veo
que me sigues socorriendo
sin merecerlo, viviendo
aunque viejo. Y así creo en ti.
Aunque no te veo,
mi fe me demuestra
que en la existencia nuestra
debemos creer sin dudas,
ya que la fe nos escuda
de perder en la palestra.
¡Me vas a dar otro día!
Aunque penas y alegrías
me vengan cada mañana,
si vivo o no, te agradezco
el existir; y te ofrezco
conservar mi alma sana.
Raúl Briseño