En el proceso de la Misión Continental, que es la parte práctica del Documento de Aparecida, donde ya comienza la misión de ser y hacer discípulos de Jesús a todos los habitantes de Latinoamérica y El Caribe, resulta fundamental el trabajo desde la parroquia como comunidad de comunidades más cercana a la gente, y es desde ahí donde sacerdotes, religiosas, religiosos y laicos saldrán a ser discípulos y misioneros para el Señor.
A continuación se presenta una metodología de acción dentro de las parroquias.
El trazado de la misión compete a todos
En primer lugar, es necesario la reunión de sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos con su obispo para analizar en asamblea lo que se ha regalado en Aparecida: renovar la estructura parroquial dentro del espíritu de la Misión Continental permanente que estamos tratando de implementar.
Hay, sin duda, parroquias muy vivas y misioneras, con un gran dinamismo evangelizador y catequético, con servicios para la formación permanente de los laicos, sobre todo en Doctrina Social de la Iglesia. Parroquias con celebraciones litúrgicas muy participativas y acordes con las rúbricas de la Iglesia del Concilio Vaticano II.
Funcionan sus consejos de pastoral y de economía, en comunión con el párroco y demás agentes de pastoral. Se atiende con amor preferente a los pobres, y se les promueve con proyectos de salud, agroecología, derechos humanos, economía solidaria y cooperativas. Hay grupos de jóvenes y de reflexión bíblica, comunidades eclesiales de base, movimientos coordinados con el plan pastoral parroquial y diocesano. Se da su lugar a las mujeres y a los de capacidades diferentes. Se evangeliza en los medios de comunicación. En fin, son un reflejo de las primeras comunidades cristianas, descritas en Hechos de los Apóstoles.
Por el contrario, no faltan parroquias que parecen ser sólo oficinas de servicios burocráticos y rituales, donde prevalece el sentido económico y funcional, y el servicio pastoral es más autoritario e individualista que de comunión eclesial.
Irradiar a Cristo desde las comunidades
En Aparecida dijimos: “La Iglesia necesita una fuerte conmoción que le impida instalarse en la comodidad, el estancamiento y la tibieza, al margen del sufrimiento de los pobres del Continente. Necesitamos que cada comunidad cristiana se convierta en un poderoso centro de irradiación de la vida en Cristo. Esperamos un nuevo Pentecostés que nos libre de la fatiga, la desilusión, la acomodación al ambiente; una venida del Espíritu que renueve nuestra alegría y nuestra esperanza” (362).
Para lograr esto, se nos pide “una valiente acción renovadora de las parroquias, a fin de que sean de verdad espacios de la iniciación cristiana, de la educación y celebración de la fe, abiertas a la diversidad de carismas, servicios y ministerios, organizadas de modo comunitario y responsable, integradoras de movimientos de apostolado ya existentes, atentas a la diversidad cultural de sus habitantes, abiertas a los proyectos pastorales y supraparroquiales y a las realidades circundantes” (170).
“La renovación de las parroquias exige reformular sus estructuras, para que sea una red de comunidades y grupos, capaces de articularse logrando que sus miembros sean discípulos y misioneros de Jesucristo en comunión” (172). ¿Somos capaces de dar este paso? ¿Quiénes son los que se resisten?
Mayor número de misioneros para afrontar la realidad
En las ciudades y en el mundo rural “necesitamos salir al encuentro de las personas. No podemos quedarnos tranquilos en espera pasiva en nuestros templos, sino que urge acudir en todas las direcciones para proclamar que hemos sido liberados y salvados por la victoria pascual del Señor de la historia” (548). “Es un afán y anuncio misioneros que tiene que pasar de persona a persona, de casa en casa, de comunidad a comunidad” (550).
“Los mejores esfuerzos de las parroquias, en este inicio del tercer milenio, deben estar en la convocatoria y en la formación de laicos misioneros. Solamente a través de la multiplicación de ellos podremos llegar a responder a las exigencias misioneras del momento actual” (174).
Tengamos en cuenta que “la renovación de la parroquia exige actitudes nuevas en los párrocos y en los sacerdotes que están al servicio de ella. La primera exigencia es que el párroco sea un auténtico discípulo de Jesucristo, porque sólo un sacerdote enamorado del Señor puede renovar una parroquia. Pero, al mismo tiempo, debe ser un ardoroso misionero que vive el constante anhelo de buscar a los alejados y no se contenta con la simple administración” (201).
Felipe Arizmendi Esquivel/Obispo de San Cristóbal de las Casas