Editorial
En un cuento, el sacerdote y periodista español José Luis Martín Descalzo describe cómo, una niña de colegio, bloc en mano, viajando en un autobús por la ciudad de Roma, le pregunta “¿Qué es para usted la Navidad?”. Tan distraído iba el sacerdote en sus pensamientos, mirando la ciudad, apurado “camino de la central del télex para transmitir mis noticias al periódico” porque cubría como periodista una de las sesiones del sínodo de obispos de hace algunos años, que de pronto la pregunta de la chiquilla lo puso en una situación incómoda, como se dice comúnmente, “lo había agarrado desprevenido”. La Navidad tiene ese poder de cuestionar y de incomodarnos, de arrancarnos de unestado laxo al que nos acostumbramos porque resulta sencillo celebrar sin reflexionar a profundidad sobre lo que estamos festejando.
Por estos días decembrinos, en que vivimos los domingos de Adviento y preparamos todo lo relativo a la reunión familiar y cena de Nochebuena, todos los fieles católicos deberíamos preguntarnos, con toda seriedad y profundización, ¿qué es la Navidad? ¿Qué entraña esa fecha tan importante que todos los hogares se visten de manteles largos? ¿Qué nos significa que Jesús venga al mundo? ¿Qué queremos vivir en la Navidad? ¿Qué podríamos rescatar de navidades pasadas, vividas en la infancia, y traerlo a nuestro hogar hoy, con nuestra familia, nuestros hijos, nuestra comunidad, la Iglesia congregada en el templo, en el barrio, en la calle, en asambleas, en reuniones de toda índole? Una buena noticia para todos los hombres de buena voluntad es ese renuevo llamado Navidad: Jesús nace, viene al mundo, está con nosotros, y aquí se queda. Y nos salva.
“Me era difícil contestar de prisa a esta pregunta. Decir simplemente ‘Navidad son los días más bellos del año’, hubiera sido cómodo”, escribe en el cuento Martín Descalzo sobre el cuestionamiento de la niña. La pregunta de veras lo había dejado en un completo ensimismamiento. Pensó: “Podía también contestar que ‘Navidad son los días de vivir en familia’. Pero entonces tendría que añadir muchas explicaciones. Pensaba en mi madre muerta años antes. Recordé qué distintas eran las navidades ‘con ella’ y ‘sin ella’. ¿Debería entonces explicar a la niña que no hay una Navidad, sino muchas y que cada Navidad es irrepetible dentro de nosotros”.
Otra respuesta que ideó darle a la pequeña fue “Son los días en que cada hombre debe resucitar dentro de sí lo mejor de sí mismo: su infancia. Pero ¿entendería la pequeña mi respuesta…?” Al final, la respuesta del sacerdote y periodista fue la siguiente. “Fui vulgar (en mi respuesta). Dije: Navidad son los días más hermosos del año”. La vulgaridad a la que se refiere el presbítero español quizá sea a que su contestación fue burda, un lugar común, una frase hecha para salir al paso, porque de todas las respuestas que pensó esta le pareció que la niña podía entenderla muy bien. Y porque la Navidad, lo sabemos, es mucho más que días hermosos.
La pregunta ¿qué es la Navidad? podría parecer una más, de esas tan comunes y cotidianas que surgen en el transcurso de los días. Sin embargo, no atenderla en todas sus dimensiones, no darle una respuesta adecuada, no responderla con el corazón por delante y la fe puesta en obras podría resultar en insatisfacción personal y espiritual. Estructuremos una respuesta que nos colme, que nos haga sentir alegre, felices; que nos haga trascender, que nos restituya lo que somos y hemos dejado de ser.Tras ahondar en lo que uno es y en lo que uno cree, en lo que uno quiere y en lo que uno vive, de ese modo podría responderse esa pregunta. Y dar entonces el mejor regalo a Jesús esta Navidad, quien, no lo olvidemos, es el festejado principal: el regalo de amar a nuestros semejantes, de ser discípulos suyos y de hacer extensivo su reino en la tierra. No hay mayor regalo.