Declarar a una
persona digna de culto universal
Recientemente hemos vivido con gran alegría la canonización de los papas Juan XXIII y Juan Pablo II, pero quizá surja la pregunta: ¿qué es una canonización?
Canonizar: incluir el nombre en el canon
A través de la historia los cristianos han reconocido y rogado a muchos santos de un modo u otro. Al principio se trataba de un acto más bien espontáneo de la comunidad cristiana local, mientras que hoy se presenta para los católicos como un largo y dificultoso proceso, conducido por funcionarios del Vaticano y regido por normas y procedimientos legales.
En el sentido literal, canonizar significa incluir un nombre en el canon o lista de los santos. Frente a las persecuciones encarnizadas que sufrieron los primeros cristianos, encontramos con gran frecuencia que la santidad iba unida al martirio. Los santos en el instante de su muerte renacen a la Vida Eterna. En ese aspecto, los cristianos son los únicos en cuanto al dies natalis que conmemoran a sus héroes no el día de su natalicio, sino el día de su muerte y renacimiento.
Con la entronización de Constantino como primer emperador cristiano –a principios del siglo IV– la Iglesia entró en una nueva era de relaciones pacíficas con el Estado romano y, por lo tanto, la etapa de martirio casi exclusivo tocó a su fin, comenzando a surgir nuevos modelos de santidad. Entre aquéllos, el predominante fue el de los solitarios que vivían en ermitas (los llamados anacoretas) y monjes que iniciaban una nueva forma de imitar a Cristo. Así, la Iglesia llegó gradualmente a venerar a las personas por la ejemplaridad de sus vidas y ya no tanto con la forma de morir.
Milagros, prueba de santidad
Los mártires no presentaban ningún problema. Su autenticidad como santos se basaba en el hecho de que la comunidad había presenciado su muerte ejemplar. Pero, ¿cómo podía saber la Iglesia si alguien que no había sufrido martirio había perseverado en la fe hasta el final de su vida? Se planteaba entonces la pregunta, ¿podían estar seguros de que un “santo viviente” había muerto en perfecta amistad con Dios y era, por consiguiente, capaz de interceder por ellos?
San Agustín tuvo gran influencia al defender la idea de que los milagros eran señales del poder de Dios y pruebas de la santidad de aquéllos en cuyo nombre se obraban. Su convicción se vio reforzada tras el descubrimiento, en el año 415, de los restos de San Esteban en Tierra Santa y su posterior dispersión entre varios santuarios occidentales. Los milagros no tardaron en producirse y San Agustín, deseoso de reafirmar en la fe a los creyentes, tomó nota de ellos.
En el siglo V existían, por ende, varios elementos que finalmente serían codificados en el procedimiento formal que sigue la Iglesia para la canonización. A los santos se les identificaba como tales en función de:
1) Su reputación entre la gente, sobre todo la del martirio.
2) Las historias y leyendas en que se habían transformado sus vidas, como ejemplos de virtud heroica.
3) La reputación de obrar milagros, en especial aquellos que se producían póstumamente sobre las tumbas o a través de las reliquias.
El pueblo promueve la canonización
Si bien la canonización es un proceso intrínsecamente eclesiástico, en principio no son los obispos ni los investigadores profesionales del Vaticano quienes postulan una causa, sino cualquiera que, mediante oraciones, uso de reliquias, solicitud de “favores divinos” y devociones semejantes, contribuye a la reputación de santidad de un candidato. En efecto, según la tradición y la ley de la Iglesia, toda causa ha de originarse entre los creyentes, y en este sentido el proceso tiene su origen en Dios mismo, quien da a conocer, a través del pueblo, la identidad de los santos auténticos.
Los santos mismos, desde luego, no tienen ninguna necesidad de ser venerados. Según la metáfora de San Pablo, ellos han corrido ya la carrera y ganado sus laureles. La canonización es, en otras palabras, un ejercicio estrictamente póstumo.
Canonizar quiere decir declarar que una persona es digna de culto universal. La canonización se lleva a cabo mediante una solemne declaración papal de que una persona está, con toda certeza, con Dios. Gracias a tal destreza el creyente puede rezar confiadamente al santo en cuestión para que interceda en su favor ante Dios. El nombre de la persona se inscribe en la lista de los santos de la Iglesia y a la persona en cuestión se le “eleva a los altares”; es decir, se le asigna un día de fiesta para la veneración litúrgica por parte de la Iglesia entera.
El proceso es bastante largo, pero en resumen esto sería lo necesario para entender la canonización.
Fr. Ramón Abundis Mata, O.S.A.
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