Puente ante los desafíos

–El Cardenal Carlos Aguiar tomó posesión de la arquidiócesis primada de México–

Pbro. Dr. Manuel Olimón Nolasco.

1.- Campanas en silencio y campanas  jubilosas.

Pocas veces en su centenaria historia las campanas de la catedral de México han guardado silencio. Una de ellas, de triste recuerdo, fue cuando el presidente Sebastián Lerdo de Tejada, después de haber elevado a rango constitucional  las “Leyes de Reforma” en septiembre de 1873, promulgó una legislación secundaria en la que, en nombre de la “libertad de cultos”, se prohibía el toque de las campanas pues, en un curioso razonamiento, se explicaba que quienes no pertenecían a la comunidad católica no tenían por qué escuchar las campanas. Ese raciocinio equívoco se echaba abajo fácilmente, pues “quienes sí pertenecían a la comunidad católica tenían derecho a escucharlas”. No obstante, fue una circunstancia muy especial, el fallecimiento del Papa Pío IX en 1878, la que puso delante el dilema: ¿seguimos sin tocar las campanas o  las hacemos resonar con lúgubres “dobles”? La decisión, tomada por el arzobispo Labastida, fue que se tocaran, esperando la reacción del gobierno, cuya sede central estaba a una distancia mínima de la catedral. Ésta se manifestó de manera indirecta: al arzobispo le llegó un telegrama que escuetamente decía: “Mi más sentido pésame por la muerte del Papa” y la firma: “Porfirio Díaz”, pues era él ya el presidente después de que con el “Plan de Tuxtepec” se expulsó de la presidencia a Lerdo. Fue un tácito permiso de que las campanas tocaran.

Desde septiembre de 2017, pero por circunstancias muy diferentes a las de hace 140 años, pues un terremoto causó daños al edificio de la catedral y las vibraciones del toque de campanas podría aumentarlos, volvieron a callar las campanas. No obstante, ante la llegada a la Ciudad de México de su nuevo arzobispo el 5 de febrero de 2018, los expertos indicaron que podían lanzarse al vuelo un buen número de ellas durante quince minutos; y así fue. El silencio de casi cuatro meses se rompió y las campanas llevaron a los corazones notas de alegría y de esperanza.

2.- La catedral de México, solemne marco de una entrega.

Entrar a la catedral, sobre todo por primera vez, es una experiencia  que no se olvida: el contraste entre la oscuridad que pide que los ojos se ajusten y el esplendor dorado y multicolor de sus columnas, imágenes y enrejados, son testigos de la esencia de la religión: la comunicación desde la aspereza de la tierra con la luminosa suavidad del cielo. Dentro de ella, en enero de 1979, Su Santidad Juan Pablo  II alabó la fidelidad a Jesucristo de los mexicanos: “¡México siempre fiel!” e hizo referencia a varios signos de esa fidelidad. Ahí, el 13 de febrero de 2016, el Papa Francisco hiló un discurso que en tono pastoral directo al corazón y a manera de examen de conciencia, invitó a los obispos mexicanos a llevar adelante una conversión pastoral a fondo: “[…] en las miradas de ustedes el pueblo mexicano tiene el derecho de encontrar  las huellas de quienes ‘han visto al Señor, de quienes han estado con Dios’…

Este 5 de febrero de 2018, jurando fidelidad a la Iglesia, la Esposa amada de Jesucristo, y al sucesor del apóstol Pedro, signo vivo de unidad, el cardenal Aguiar se adentró, desde la penumbra de los tiempos, presentes en el primer asomo a la catedral metropolitana, a vislumbrar la aurora relumbrante de la “nueva primavera de la Iglesia” que profetizó san Juan XXIII y delinearon en forma de cauces pastorales el Concilio Vaticano II y la Conferencia latinoamericana de Aparecida.  Él sabía que no estaba solo y que en el camino que emprende va precedido por el cayado del Pastor de los Pastores que hace que no temamos caminar “por cañadas oscuras…pues Él va con nosotros”.

3.- La palabra y la Presencia en el lugar de los milagros.

A mediodía, la basílica de Guadalupe estaba completamente llena. Había mucha gente también transitando por el amplio atrio. Se notaban por todas partes rostros expectantes, murmullos, encuentros con  amigos no vistos en mucho tiempo. El ambiente era festivo, lejano a pesadumbres y tristezas. La espera para algunos fue larga  pero, según creo, para nadie pesada o aburrida. La sonoridad del órgano monumental y los cantos anunciaron la entrada de la procesión. El presbiterio y la parte central del recinto sacro se llenó de albas y casullas blancas y de casi cien mitras.

El nuncio apostólico, monseñor Franco Coppola, leyó el documento en que el Papa Francisco nombró al cardenal Aguiar arzobispo de México. En esas letras, mirando el trazo del ministerio en la enorme ciudad y frente a sus retos, quedó la frase que tomé para título de estas páginas: SÉ TÚ PUENTE ANTE DESAFÍOS.

Corrieron los minutos y se escuchó, solemne, poderosa y bella, la palabra divina, la expresión milenaria de la experiencia humana de los dones de Dios y de su eficacia hasta en sus pruebas más dramáticas. Eran las lecturas de la solemnidad de nuestro protomártir san Felipe de Jesús, crucificado y flechado en Nagasaki, Japón una fecha igual en 1597.

Resonó el viejo texto del libro de la Sabiduría: “[…] Los insensatos pensaban que los justos habían muerto, que su salida de este mundo era una desgracia…En el día del juicio brillarán como chispas que se propagan en un cañaveral…”

Después el salmo 123 con sus preciosas figuras de lucha con la naturaleza y con los mismos hombres: “[…] Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte…las aguas nos hubieran sepultado, un torrente nos habría llegado al cuello…Nuestra vida se escapó como un pájaro de la trampa de los cazadores…”

Enseguida,  toda la emoción de la vida del apóstol Pablo comunicada a la comunidad de Corinto: “Llevamos este tesoro en vasos de barro, para que se vea que esta fuerza extraordinaria proviene de Dios y no de nosotros…Y como poseemos el mismo espíritu de fe que se expresa en aquel texto de la Escritura: Creo, por eso hablo, también nosotros creemos y por eso hablamos…”

Y en la cumbre de la liturgia de la palabra, san Lucas ante Jesús que expresa su palabra “a la multitud”: “[…] Si alguno quiere acompañarme, que no se busque a sí mismo;  que tome su cruz cada día y me siga”.

Esos textos fueron la base para la homilía de inicio del ministerio pastoral en la arquidiócesis mexicana: “[…] La liturgia presenta tres textos para fundamentar que la entrega generosa al servicio del Evangelio está destinada a trascender…Esta convicción fundamentada en la vida de Jesús da a todas las situaciones humanas un sentido de plenitud…La comunidad de los discípulos de Cristo está llamada a entregar su vida  para generar vida en los demás…

“En este dinamismo, fundamentado en la convicción de la resurrección de Cristo, estamos llamados a afrontar toda tipo de circunstancias con fe y esperanza para transformarlas en fuente de vida…’Por eso sufrimos toda clase de pruebas pero no nos angustiamos. Nos abruman las preocupaciones pero no nos desesperamos. Nos vemos perseguidos, pero no desamparados; derribados, pero no vencidos…’

“La toma de conciencia del barro que somos, de nuestra constante fragilidad, es el punto clave para descubrir las maravillas que hace Dios a través de nosotros en los demás, y la auténtica humildad que nos agiganta sin pretenderlo…Este es el fundamento de nuestra espiritualidad cristiana y la razón de nuestra esperanza, pase lo que pase. En este camino de entrega generosa en favor del prójimo encontramos la vida…

Y trazó un derrotero a seguir: “Les manifiesto mi deseo de seguir la recomendación que el Papa Francisco nos hizo en su visita pastoral: ‘Sean obispos capaces de imitar esta libertad de Dios eligiendo cuanto es humilde para hacer visible la majestad de su rostro y de copiar esta paciencia divina en tejer con el hilo fino de la humanidad…aquel hombre nuevo que su país espera. No se dejen llevar por la vana búsqueda de cambiar de pueblo, como si el amor de Dios no tuviese bastante fuerza para cambiarlo.

“Hoy nos abruman situaciones que violentan la justicia y la paz, agresiones que denigran nuestra condición de hermanos y que fomentan una vida de confrontación, discriminación, menosprecio a la dignidad humana y que conducen a la angustia, a la tragedia y a la muerte…Nos necesitamos para a partir de la fe…reconstruir el estilo de vida de nuestra sociedad…replantearnos, como generación del siglo XXI, el aporte que necesitamos para dejar a las nuevas generaciones una ciudad humanizada y humanizante…

“Siguiendo al Papa Francisco les propongo: favorecer la reconciliación de diferencias y la integración de diversidades; promover la solución de los problemas internos; recordar la medida alta que México puede alcanzar si aprende a pertenecerse a sí mismo antes que a otros; ayudar a encontrar soluciones compartidas y sostenibles para sus miserias; motivar a la entera nación a no contentarse con menos de cuanto se espera del modo mexicano de habitar el mundo”.

Y al final de la homilía subrayó: “[…] Al iniciar mi ministerio como arzobispo de esta Iglesia primada de México, expreso mi confianza y gran esperanza de que el Señor hará maravillas entre nosotros…Mi oración a María de Guadalupe, nuestra querida Madre, es que me acompañe siempre en la custodia de esta casa…que [la arquidiócesis sea] el hogar que ella quiere, con el estilo de vida fraterna y solidaria de la gran familia de sus hijos que habitan en estas latitudes del Valle de México y sus confines…”

El ritmo de la Eucaristía continuó entre cantos populares y cantos clásicos, con emociones visibles en los rostros. Estaba presente y actuante una comunidad en oración  y esperanza, abierta a las maravillas del amor divino pero cobijada por el refrán popular: “a Dios rogando y con el mazo dando”.  El Reino de Dios–no hay que olvidarlo–se construye trabajando por él, siendo testigos fieles del amor que construye y edificando puentes, no murallas.El Señor se hizo presente en su poderosa palabra que transformó, mediante el ministerio sacerdotal, los dones del pan y del vino en su Cuerpo y Sangre y la fragilidad humana en fortaleza de hijos de Dios.

4.- Hacia adelante.

La mirada de Cristo hacia nosotros y su invitación es ir hacia adelante: “Remen mar adentro…” “El que deja el arado y mira hacia atrás…”

Así ha de ser la mirada de quien ahora toma el arado para sembrar junto con los sacerdotes y los fieles laicos, en los surcos que Dios mismo tiene preparados en la vida de su pueblo en una ciudad de contrastes, de abismos y de cimas.

En una entrevista realizada por Marilú Esponda, a la pregunta acerca del “cambio de época” que vivimos y sus desafíos, sobre el que el cardenal ha insistido, respondió delineando lo que yo creo que ha de ser el centro de su impulso, más allá de la búsqueda de rescate y menos aún de sobrevivencia sacrificando lo esencial: “[…] Que la preocupación por mantener la institución Iglesia no sea para que la Iglesia viva, sino para que la Iglesia sirva”.

 

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