¿Por qué siempre por el costado de la puerta de la ley?

 

Dicen que “al buen entendedor pocas palabras”, y si esas palabras son como las que escribió un renombrado escritor hace poco menos de un siglo, podríamos cuestionar nuestra realidad social actual, donde los burócratas, servidores públicos, representantes populares, políticosy funcionarios públicos se han convertido en el obstáculo fundamental de que la sociedad nayarita entre al mundo de la ley.Digo obstáculo porque la causa la encontraremos con sorpresa en otro lado.

Palabras más, palabras menos, el citado escritor comienza su narración de este modo:

“Ante la Ley hay un guardián. Un campesino se presenta frente a este guardián, y solicita que le permita entrar en la Ley. Pero el guardián contesta que por ahora no puede dejarlo entrar. El hombre reflexiona y pregunta si más tarde lo dejarán entrar.

—Tal vez –dice el centinela–, pero no por ahora.

La puerta que da a la Ley está abierta, como de costumbre; cuando el guardián se hace a un lado, el hombre se inclina para espiar. El guardián lo ve, se sonríe y le dice:

—Si tu deseo es tan grande, haz la prueba de entrar a pesar de mi prohibición. Pero recuerda que soy poderoso. Y solo soy el último de los guardianes. Entre salón y salón también hay guardianes, cada uno más poderoso que el otro. Ya el tercer guardián es tan terrible que no puedo mirarlo siquiera.

El campesino no había previsto estas dificultades; la Ley debería ser siempre accesible para todos, piensa, pero al fijarse en el guardián, decide que le conviene más esperar.

El hombre, que se ha provisto de muchas cosas para el viaje, sacrifica todo, por valioso que sea, para sobornar al guardián. Este acepta todo, en efecto, pero le dice:

—Lo acepto para que no creas que has omitido ningún esfuerzo.

Durante esos largos años, el hombre observa casi continuamente al guardián: se olvida de los otros y le parece que este es el único obstáculo que lo separa de la Ley. Maldice su mala suerte.

Ya le queda poco tiempo de vida. Antes de morir, todas las experiencias de esos largos años se confunden en su mente en una sola pregunta, que hasta ahora no ha formulado. Hace señas al guardián para que se acerque, ya que el rigor de la muerte comienza a endurecer su cuerpo. El guardián se ve obligado a agacharse mucho para hablar con él, porque la disparidad de estaturas entre ambos ha aumentado bastante con el tiempo, para desmedro del campesino.

—¿Qué quieres saber ahora? –pregunta el guardián–. Eres insaciable.

—Todos se esfuerzan por llegar a la Ley –dice el hombre–; ¿cómo es posible entonces que durante tantos años nadie más que yo pretendiera entrar?

El guardián comprende que el hombre está por morir, y para que sus desfallecientes sentidos perciban sus palabras, le dice junto al oído con voz atronadora:

—Nadie podía pretenderlo porque esta entrada era solamente para ti. Ahora voy a cerrarla”.

 

El sacrificio por la ley

Hago la siguiente pregunta, ¿cuáles fueron los errores fundamentales que cometió el campesino, que lo llevaron a  que falleciera viejo, desvalido, empobrecido, disminuido, confundido y, sobre todo, que jamás entrara al mundo de la ley? No es suficiente con la anterior pregunta, pues es necesario responder que hace posible que los guardias de la ley se engrandezcan, enriquezcan y obstaculicen la entrada de la ley.

El autor nos da la respuesta, el campesino sacrifica todo, por valioso que sea, para sobornar al guardián, le da todo lo que posee para recibir lo que le corresponde por derecho.Pero si nombráramos de forma diferente al campesino y al guardián, ¿qué pasaría,¿a dónde nos llevaría este análisis?En vez de decir “campesino” digamos el “pueblo mexicano” y en lugar de decir el “guardián” digamos la “burocracia mexicana”. Ahora, un dato alarmante, y si no alarmante, sí indignante: mientras que para los trabajadores del sector formal de la economía su ingreso promedio es de 292 pesos diarios, que equivalen a 106 mil 580 pesos anuales(según datos del Instituto Mexicano del Seguro Social), para la alta burocracia la remuneración anual es de 210 mil dólares,que incluye sueldos, aportaciones a la seguridad social y pagos extraordinarios  (La Jornada,  21 de junio de 2014),en un país donde más de la mitad de sus habitantes vive en la pobreza.Esto sin mencionar el enriquecimiento ilícito que pueda derivarse de pequeños regalos, favorcitos o incentivos por favorecer a particulares. Y esta práctica va desde el funcionario de más bajo nivel hasta el de más alto nivel.

 

Larga cuenta de abusos y excesos

Y si bien son igualmente culpables de corrupción, permítanme cuestionar con mayor severidad a los de más alto nivel, porque cómo es posible que no puedan dictar una política pública capaz de proporcionar los satisfactores a las necesidades más apremiantes de esa mayoría empobrecida de mexicanos.Trasformo la pregunta, sin embargo,¿cómo es posible que pensemos que puede ser posible que de estos altos funcionarios puedan surgir las políticas públicas que lleven a vivir con bienestar a esa mayoría empobrecida, si no comen lo que comemos, no visten lo que vestimos, no se curan donde nos curamos, no se educan donde nos educamos?No sufren ni entienden lo que sufrimos. Esto me recuerda aquella anécdota de una princesa europea que, al pasear en su carruaje por la ciudad, vio a una población hambrienta y debilitada, y al ser advertida de que dicha situación era por falta de pan, sugirió con altivez,“pues que coman pasteles”.

Entonces recuerdo imágenes de diputados que gastan parte del presupuesto público en fiestas escandalosas y la compra de favores sexuales;presidentes de partidos políticos vinculados a redes de prostitución; funcionarios públicos que son vinculados a grupos de delincuencia organizada; dueños de grandes capitales que no podrían por ningún motivo ser amasados con su sueldo, a pesar de ser tan altos y que sus familiares más allegados presumen sin vergüenza alguna.Recuerdo también a representantes populares y funcionarios públicos en los ámbitos federal y estatal incapaces de nombrar tres libros que hayan marcado su vida y que, sin embargo, votan o presentan iniciativas de ley que transformarán para bien o para mal la estructura económica del país. Jueces de la Suprema Corte de Justicia que quitan o no cumplen con sus responsabilidades de brindar pensión alimenticia a sus hijos. En fin, podría seguir el recuento de los excesos y abusos de poder de estos altos funcionarios. Sin embargo, me parece más productivo seguir cuestionando sobre cómo es que dicha burocracia se ha convertido  en un obstáculo infranqueable para acceder al mundo de la ley y disfrutar del bienestar y seguridad sociales adecuado a nuestro país y estado, como esos guardias que impidieron el paso al campesino que buscaba cruzar la puerta de la Ley.

 

Desarmemos al monstruo

¿Cómo se han empoderado a ese grado? ¿Cómo se alimentan? En el cuento, el campesino era quien alimentaba y sobornaba al guardia que le impedía el paso. Nosotros seguimos el mismo camino equivocado como ciudadanos al dar, sobornar o comprar favores de la burocracia, estamos alimentando al monstruo que terminará por devorar no solo el bocadillo ofrecido, sino la mano y el futuro mismo.

Si el campesino se hubiese dado a la tarea de vencer y desarmar a cada uno de los guardias–del más débil al más fuerte– quizá hubiese conseguido conquistar el mundo de la ley y sus beneficios, pero la idea del guardián mas poderoso lo paralizó. Esto mismo nos pasa a los mexicanos. Pero, ¿cómo vencer y desarmar a alguien tan poderoso desde nuestra débil cotidianidad?El campesino nunca supo que esa puerta solamente estaba destinada a él, entonces instruyámonos, seamos más cultos e informados que los altos funcionarios y eduquemos a nuestros hijos para ello; el conocimiento de la ciencia y de nuestro acontecer social es imprescindible y, por qué no, enseñémonos y enseñemos a vivir con los valores de nuestra religión en el mundo real. Quizá ese sea el reto fundamental que tenemos como católicos.

El conocimiento de nuestras leyes que nos oriente en el cumplimiento de nuestras responsabilidades y ejercicio de nuestros derechos.Suena fácil, pero implica una renovación moral de la mayoría de los mexicanos.Dejemos de simular, dejemos de participar en actos de corrupción, dejemos de buscar favores extraordinarios de ese monstruo burocrático que acabará por devorar nuestro bienestar social. Seamos responsables de nuestras instituciones y, sobre todo, nunca sobrepongamos el bien individual al colectivo.

 

Lic. Guadalupe García Azpetia

 

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