¿Por qué ir a Misa los domingos?

Como católicos tenemos la obligación de asistir a la santa Misa cada domingo. Pero, ¿realmente sabemos a qué vamos cada ocho días a Misa? ¿O nos hemos convertido, como alguien decía, en «ateos que por casualidad van a Misa»? Casi todo católico ha experimentado en alguna ocasión estos sentimientos encontrados referentes al tema.

¿Obligación o costumbre?
En la pastoral de estos últimos años, el día domingo se ha convertido en un grave problema, no sólo en los planos religioso y pastoral, sino también en los ámbitos cultural, social, político y económico. Cuando se intenta realizar una aproximación a este tema, no se consideran solamente la vivencia de la fe y el compromiso propiamente pastoral, sino toda la complejidad del tejido social. Ante tal panorama, nos preguntamos ¿cómo entender realmente el domingo? ¿Qué es? O, ¿por qué estamos obligados a ir a Misa? El Catecismo de la Iglesia Católica señala al respecto: «La Iglesia, desde la tradición apostólica que tiene su origen en el mismo día de la Resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días, en el día que se llama con razón “día del Señor” o domingo. El día de la Resurrección de Cristo es, a la vez, el “primer día de la semana”, memorial del primer día de la Creación, y el “octavo día” en que Cristo, tras su “reposo” del gran Sabbat, inaugura el día “que hace el Señor”, el “día que no conoce ocaso”. El “banquete del Señor” es su centro, porque es aquí donde toda la comunidad de los fieles encuentra al Señor resucitado que los invita a su banquete… Para los cristianos vino a ser el primero de todos los días, la primera de todas las fiestas, el día del Señor (Hékyriakéhémera, dies dominica), el “domingo”» (CIC, 1166. 2174). Es mediante la Resurrección del Señor que el domingo es establecido como el día privilegiado, como el día de la reconciliación.

Cuando los números duelen
Nuestro tiempo, igual que nosotros mismos, pertenece a Dios. Pero creo que en algo le estamos quedando mal, o estamos abusando de ello, pues Dios y su Iglesia se pasan de generosos, ¿no lo crees así? Mira, nos dan seis días de cada siete para nuestro uso, un total de 144 horas para trabajar, recrearnos y dormir. De lo que es pertenencia absoluta de Dios nos pide solamente una hora (y ni siquiera completa), que se requiere para asistir al santo sacrificio de la Misa. Las otras 23 de ese día, Dios nos las otorga para nuestro uso. El Señor agradece que destinemos más tiempo exclusivamente a Él o a su servicio, pero la sola estricta obligación en materia de culto es asistir a la santa Misa los domingos y fiestas de guardar. En la práctica, tenemos, pues, obligación de reservar a Dios como algo suyo una hora de las 168 que componen la semana.
Aquí se ve la radical ingratitud que existe en la actitud de aquella persona «tan ocupada» o «tan cansada» para asistir a Misa, para dedicar a Dios esa única hora que Él pide; esa persona que, no satisfecha con las 167 horas que ya tiene, roba a Dios los sesenta minutos que Él se ha reservado para sí. Se ve claramente la falta total de amor, más aún, de un mínimo de decencia, que muestra aquel que ni siquiera tiene la generosidad de dar una hora de su semana para unirse a Cristo y adorar adecuadamente a la Santísima Trinidad, agradecerle los beneficios de la semana transcurrida y pedir su ayuda para la semana que apenas comienza.

Todo o nada
No sólo tenemos obligación de asistir a Misa, sino que debemos oír una Misa entera. Si omitiéramos una parte esencial de la Misa –la consagración o la Comunión del celebrante– sería casi equivalente a omitir la Misa del todo, y el pecado sería mortal si nuestro fallo hubiera sido deliberado. Omitir una parte menor de la Misa –llegar, por ejemplo, a la epístola o salir antes de la última bendición– sería pecado venial. Es algo que debemos recordar si tenemos tendencia a remolonear en vestirnos para la Misa o a salir antes de tiempo para evitar «embotellamientos», o quedarnos «atorados» platicando con alguien. La Misa es nuestra ofrenda semanal a Dios, y a Dios no puede ofrecerse algo incompleto o defectuoso. Jamás se nos ocurrirá dar como regalo de boda unos cubiertos manchados o una mantelería dañada. Y con Dios debemos tener, por lo menos, un respeto igual.

En cuerpo, mente y alma
Para cumplir esta obligación tenemos que estar físicamente presentes en Misa para formar parte de la congregación. No se puede satisfacer este deber siguiendo la Misa por televisión (a excepción de personas inválidas, y con el consentimiento de un sacerdote) o desde la acera opuesta a la iglesia cuando ésta está tan llena que haya que abrir las puertas. A veces, en algunos lugares, puede ocurrir que el templo esté tan repleto que los fieles lo rebosen y se congreguen en la banqueta o en el atrio, ante la puerta. En este caso, asistimos a Misa porque formamos parte de la asamblea, estamos físicamente presentes y tan cerca como nos es posible.
Ahora, no sólo debemos estar presentes físicamente, sino mentalmente. Es decir, debemos tener intención –al menos implícita– de asistir a Misa, y cierta idea de lo que se está celebrando. Alguien que, deliberadamente, se distrae en la Misa o que ni siquiera esté atento a las partes principales, cometería un pecado mortal.
Sin embargo, nuestro amor a Dios alzará el nivel de aprecio de la Misa por encima de lo que es pecado. Nos llevará a estar en nuestro sitio antes de que comience y a permanecer en éste hasta que el sacerdote se haya retirado. Hará que nos unamos con Cristo víctima y que sigamos atentamente las oraciones de la Eucaristía. Nuestras omisiones se deberán solamente a una razón grave: la enfermedad, tanto propia como de alguien a quien debamos cuidar; a excesiva distancia o falta de medios de transporte, a una situación imprevista y urgente que tengamos que afrontar.

Y a todo esto, ¿qué es la Misa?
En el sacrificio de la Misa Jesús nos ha dado una ofrenda realmente digna de Dios, un don perfecto de valor adecuado a Dios: El don del mismo Hijo de Dios, coigual al Padre. Jesús, el Gran Sacerdote, que se ofreció a sí mismo como víctima en el Calvario, de una vez para siempre, al ser ajusticiado por sus verdugos. Sin embargo, tú y yo no podíamos estar allí, al pie de la cruz, para unirnos con Jesús en su ofrenda a Dios. Por esta razón, Jesús nos ha proporcionado el santo sacrificio eucarístico, en el que el pan y el vino se truecan en su propio cuerpo y sangre, separados al morir en la cruz, y por el que renueva incesantemente el don de sí mismo al Padre, proporcionándonos la manera de unirnos con Él en su ofrecimiento, dándonos la oportunidad de formar parte de la víctima que se ofrece. En verdad, no puede haber modo mejor de santificar el día del Señor y de santificar los otros seis días de la semana.

La voz del Papa
En la Carta Apostólica Novo millennioineunte, el Papa Juan Pablo II señaló las prioridades pastorales de la Iglesia para el comienzo de este nuevo milenio. Entre ellas figura la Eucaristía dominical: «Es preciso insistir (…) dando un relieve particular a la Eucaristía dominical y al domingo mismo, sentido como día especial de la fe, día del Señor resucitado y del don del Espíritu, verdadera Pascua de la semana» (n. 35). Posiblemente te encontrarás entre una de estas tres categorías de personas:

  1. Católico que ibas a Misa con tus padres cuando eras chico y un día, durante la adolescencia, dejaste de ir porque entraste en una crisis: era tiempo de dejar de ir, sólo porque tus padres iban; y no llegaste a encontrar por qué debías ir. O ¿no es tu caso?
  2. Católico que nunca fuiste a Misa de modo constante. Quizá ni siquiera sabías de la obligación de asistir todos los domingos. Te parece hasta curioso o exagerado que la Iglesia pretenda esa práctica para todos. ¿Será ésta tu opción?.
  3. Católico que va a Misa y, siguiendo el llamado del Papa, quiere ayudar a muchos a volver a sentir la necesidad de esta práctica tan esencial de la vida cristiana. Seamos conscientes de que si cada católico consiguiera por año que un católico no practicante volviera a la práctica de los Sacramentos, haríamos una verdadera revolución en la Iglesia.

_________________

Leo J. Trese, es maestro de espiritualidad y escritor

Catholic.net

Facebook Comments Box

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *