El Santo Padre Benedicto XVI nos ha dado dos grandes regalos para vivir este año 2008: el primero, su nueva encíclica titulada “Spesalvi”, y el mensaje de la Jornada Mundial de la Paz, celebrada este 1 de enero en todos y cada uno de los rincones del orbe católico. Para este año, el lema de la jornada es: “Familia humana, comunidad de paz”, que afianza la convicción de que la percepción de un destino común y la experiencia de la comunión son factores esenciales para la realización del bien común y para la paz de la humanidad.
Coherencia pontificia
El tema elegido por el Papa evoca lo que afirma el Concilio Vaticano II: “Todos los pueblos forman una comunidad, tienen un mismo origen, puesto que Dios hizo habitar a todo el género humano sobre la faz de la tierra” (Nostraaetate, 1, 2). Por consiguiente, prosigue el Concilio, “todo grupo social debe tener en cuenta las necesidades y las legítimas aspiraciones de los demás grupos; más aún, debe tener muy en cuenta el bien común de toda la familia humana” (Gaudium et spes, 26). Si la dignidad de la persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios, está revelada al hombre ya en el Antiguo Testamento, la unidad del género humano se cuenta entre las verdades más originales del cristianismo. El tema: “Familia humana: comunidad de paz”, desarrolla de forma coherente la reflexión que Benedicto XVI presentó en sus mensajes precedentes para la Jornada Mundial de la Paz de 2006 (“En la verdad, la paz”) y la de 2007 (“La persona humana, corazón de la paz”). Reconocer la unidad de la familia humana es, más que nunca, providencial en el actual contexto histórico, marcado por las crisis de las organizaciones internacionales y por la presencia de graves preocupaciones de la comunidad internacional. ¡Cada hombre, cada pueblo está llamado a vivir y a sentirse parte de la familia humana concebida por Dios como comunidad de paz!
No hay paz sin justicia
El Sumo Pontífice se remite a lo que el Concilio Vaticano II afirmó categóricamente: “Condición necesaria para la paz es la justicia, sin ésta, la paz jamás será una realidad, más bien, una aspiración de pocos”. Para construir la paz es preciso que desaparezcan primero todas las causas de discordia entre los hombres, que son las que engendran las guerras; entre estas causas deben acabarse, principalmente, las injusticias. No pocas de estas injusticias tienen su origen en las excesivas desigualdades económicas y también en la lentitud con la que se aplican los remedios para corregirlas. Otras injusticias provienen de la ambición de dominio, del desprecio a las personas y, si se quieren buscar sus causas más profundas, se encontrarán en la envidia, en la desconfianza, en el orgullo y demás pasiones egoístas. Como el hombre no puede soportar tantos desórdenes, de ahí se sigue que, aún cuando no se llegue a la guerra, el mundo se ve envuelto en contiendas y actos violentos.
Cómo se obtiene la paz:
Hay cuatro requisitos para que reine la paz:
1. La encíclica “Pacem in terris” afirma que la paz, profunda aspiración de los hombres de todos los tiempos, no se puede establecer ni asegurar si no se guarda íntegramente el orden establecido por Dios. La paz ha de estar fundada sobre la verdad, construida con las normas de la justicia, vivificada e integrada por la caridad y realizada, en fin, con la libertad.
2. La paz es un don de Dios que encuentra su plenitud en Jesús. Jesús nos enseñó el camino de la paz tomando la cruz. No hay paz cuando los hombres se apartan de Dios.
3. El arma más poderosa es la oración.
4. La conquista de la paz a todos los niveles está unida a la conversión del corazón y a un auténtico cambio de vida. (Papa Juan Pablo II).
Familia, el fundamento
La familia verdadera, con todas las limitaciones y pobrezas de su humanidad, pero a la vez con toda la fuerza de Quien la ha creado y la sostiene a cada instante, es garantía de la paz, sencillamente porque es “el santuario del amor y de la vida”, como lo señala el Papa Benedicto XVI en su mensaje. ¿Quiénes son los santos si no los que viven plenamente la verdad de su humanidad? Son realmente los frutos más espléndidos de la auténtica familia, que ni se ha hecho ni jamás podrá rehacerse a sí misma, porque es Dios mismo quien la hace y la rescata cada día de su limitación y de su pobreza con el don del amor y de la vida que es Él mismo. Sin esta raíz y este cimiento, ¿cómo podrá haber paz, es decir, vida verdadera, en la familia, en la sociedad y en el mundo? La espiral de la violencia, desde la sarcástica normalidad de las familias rotas hasta la vergüenza de los muros del odio y del horror de las guerras y del terrorismo, o el intento de construir la familia europea rompiendo con sus raíces cristianas, no puede de ninguna manera llevar a la paz.
Cuidar el diálogo
La familia, por naturaleza, es comunión de personas que se manifiesta en la “unión de ánimos” (San Ignacio de Loyola). Cuando esta comunión se rompe o deteriora, la familia se desnaturaliza, se desconoce a sí misma y pierde la conciencia de quién es. Se transforma en un conglomerado de proyectos individuales y dejan de comulgar en un proyecto común. Por ello, es fundamental que la familia recupere la conciencia de su identidad y cuál es su fin. El Papa Pablo VI, de visita pastoral a una parroquia de Roma, le preguntaba a la comunidad de fieles: “¿Saben lo qué es una familia? La familia cristiana es el espejo de la Iglesia de Cristo, del amor que pasa de Cristo a la humanidad, cuyos miembros deben ser pequeños templos de Cristo”.
Al reconocer la familia lo qué es y su misión, entonces se transformará en un auténtico semillero de paz y, por consiguiente, la sociedad, la comunidad, los barrios, no tendrán problema alguno con la violencia, porque no habrá quien la ejerza.
Pautas para conservar la paz en las familias
– Reúna al grupo familiar y comprométanse todos a no gritarse ni pelear cuando se presente un conflicto.
– Los niños no se confunden cuando entienden y saben lo que es más importante en sus familias. En una cartulina (que quede a la vista de todos los miembros), anote los valores que son importantes para su familia. Haga que todos opinen sobre los valores que consideran claves.
– Mantenga una comunicación abierta con los miembros de la familia y propicie momentos para el diálogo.
– Permita que cada persona exprese su opinión abiertamente y asegúrese de que todos escuchen en lugar de juzgar. Escuchar fomenta hablar, y hablar hace sentir a todos los miembros de la familia que son importantes y valorados.
– Se enseña amabilidad siendo amable. Necesitamos ser firmes y amables. Los niños necesitan reglas firmes y una guía acertada, clara y con respeto. No es necesario gritar las reglas.
– Respete las relaciones familiares. Esto significa respetar a los niños como personas. Los niños aprenden respeto mediante observaciones y demostraciones.
Arnold Omar Jiménez Ramírez