Por la democracia que merecemos

 

“¡Hipócritas! Si ustedes saben interpretar el aspecto de la tierra y del cielo, ¿cómo es que no comprenden el tiempo presente? ¿Por qué no juzgan ustedes mismos lo que es justo?”  (Lc 12, 56-57). Los invito a tomar en serio esta increpación que Jesús hacía a las mujeres y los hombres de su tiempo, para que, ante el proceso electoral que estamos viviendo, sepamos discernir lo que es justo para la vida de Nayarit y cada uno de sus municipios. Este proceso nos implica a todas y a todos los que estamos en edad de acudir a las urnas, a dar nuestro voto por las personas más indicadas entre las propuestas de los diversos partidos políticos, a ocupar los puestos de elección popular.

 

Votar por el bien común

La constitución pastoral del Concilio Vaticano II, Gaudium et
spes
 (Alegría y esperanza)
, señala que todos los organismos que constituyen la comunidad política de una nación deben tender siempre a formar mujeres y hombres cultos, pacíficos y benévolos, respecto de las demás personas, para provecho de toda la familia humana (cfr. GS, n. 74).

La misma constitución Gaudium et spes habla del organismo político en sí, señalando que es conforme a la condición humana que se deben constituir estructuras político jurídicas que ofrezcan a toda la ciudadanía, sin discriminación alguna, posibilidades efectivas de tomar parte libre y activamente en el establecimiento de los fundamentos jurídicos de la comunidad política, en el gobierno de la cosa pública, en la determinación de los campos de acción, los límites de las diferentes instituciones, y en la elección de los gobernantes. Y recuerda a todas y todos los ciudadanos, el derecho y el deber que tienen de votar con libertad para promover el bien común (cfr. GS, n. 75). Esta obligación, que es también un derecho, no termina con la jornada electoral, sino que es parte del proceso de la democracia nacional.

Se entiende por establecimiento del bien común el que se lleguen a dar las condiciones sociales que, en su conjunto, permiten gozar a todas las personas tanto de sus derechos civiles y políticos, como de sus derechos económicos, sociales y culturales; es decir, que se obtengan todos los medios para que, tanto los individuos como las distintas asociaciones y los pueblos, alcancen en plenitud una realización correspondiente con la dignidad humana (cfr. GS, n. 74; Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, preámbulo).

La corrupción, una inmoralidad

Estos principios que nos da Jesús en su Palabra, y que nos proporciona la Iglesia en sus documentos, y las normas que rigen la construcción de la comunidad política, tanto en el derecho constitucional de nuestro país, como en el derecho internacional, nos proporcionan las bases para participar de una manera correcta en las elecciones de nuestra entidad.

Quiero afirmar enfáticamente que es inmoral corromper nuestras instituciones políticas mediante la venta y la compra del voto. La persona que busca obtener un puesto de elección mediante la compra de credenciales o distribución de servicios y productos es una persona corrupta que, de manera ilegal, intenta inmiscuirse en el ejercicio de la función pública y, en caso de lograr su propósito mediante estos mecanismos, ingresa en nuestras instituciones para agregar en ellas más corrupción de la que ya padecemos en estos momentos.

Corrupto el que vende su voto

Los mismos nocivos efectos tiene la acción de quien acepta emitir su voto por una persona determinada a cambio de dinero o cualquier dádiva, es decir, que acepte vender su voto. Se trata de una acción incorrecta e inmoral; que es indebida e ilícita. Un elector irresponsable, que vende su voto, además de cometer un delito electoral, es causante de que la corrupción se difunda por numerosos ámbitos. Poner en manos de otras u otros la decisión que cada una y uno de nosotros tenemos, es silenciar nuestros derechos civiles y políticos. Vender el voto es vender la dignidad personal y el futuro nacional, que tienen mucho más valor.

Hablar hoy de corrupción de la función pública no es cosa menor. En otros momentos de la historia la compra-venta electoral tenía como consecuencia la introducción de ladrones, traficantes de influencias y defraudadores en el gobierno. Hoy estamos hablando de introducir en nuestras estructuras políticas a cómplices del crimen organizado. Las consecuencias de hoy incluyen el aumento al derramamiento de sangre en el país, la contribución en las desapariciones forzadas, el secuestro, la extorsión, el robo, la inseguridad, y la muerte. Hoy nos hacemos reos de sangre humana.

 

 Fr. Raúl Vera López, O.P., Obispo de Saltillo

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