“Albricias de un veterano soldado de Cristo”
Nació el 8 de noviembre de 1924 en Tepic, Nayarit. Sus padres fueron Ricardo García Lepe y Virginia Ayón Meza. Fue bautizado el 20 de noviembre de 1924 en la capital nayarita. La ordenación sacerdotal la recibió el 17 de agosto de 1947 en la Catedral de Tepic. Como presbítero ha tenido múltiples servicios; actualmente funge como Vicario Judicial y juez del Tribunal Diocesano.
En el marco del cumplimiento de sus 90 años de edad, lo entrevistamos para La Senda:
¿Cuál es su sentir por llegar a los 90 años?
Es algo que nunca pensé que iba a suceder, creía que iba a morir mucho antes, pero llegué al nuevo siglo y seguimos adelante. Soy el más viejo de todos los sacerdotes de nuestra diócesis.
Háblenos un poco de sus padres, que sin duda tuvieron mucho que ver para que usted fuera sacerdote…
Mis padres, ¡católicos de corazón! Mis padres iban a Misa todos los días, mientras había Misas en la ciudad, porque a veces no, estaba prohibido. Los sacerdotes eran perseguidos, y ese fue precisamente uno de los motivos por los que yo quise ser sacerdote. En las escuelas, en los cines, en los teatros, en todos lados el sacerdote era minimizado, era el viejo gordo, con su gorrita y pidiendo centavos.
Entonces, mis padres se molestaban, yo me molestaba porque conocíamos bien a algunos sacerdotes y para nosotros el sacerdote no era eso, “el sacerdote es el que sirve a Dios y el que sirve al pueblo, aunque dé su vida”. En ese tiempo había varios sacerdotes que habían dado su vida por la causa de Cristo, en que era obispo don Manuel Azpeitia y Palomar.
Yo estudiaba en escuela particular y, por tanto, religiosa, pero en ese tiempo llegaron las tropas enviadas por el general Cárdenas a cerrar todos los planteles donde hubiese educación religiosa.
Enseguida entré al Seminario, a mis once años, y para entonces ya estaba el Obispo Hurtado. Mi padre tenía muy buena relación de amistad con él, y le comentó que yo quería entrar al seminario; el obispo le respondió: “Si tu hijo quiere ser sacerdote, mándalo”. Y así, sin papeles, porque para entonces no había registro en el Seminario; no había oficinas para el Vicario General, el Canciller, andaban de una casa en otra, porque si sabía el gobierno que en una casa por seis meses permanecía alguien del Clero, se la quitaban y se apoderaban de ella. En fin, aun así yo quería ser sacerdote, aunque me maten, pensaba.
¿Qué recuerda del Seminario?
Teníamos que ir a pie a la casa del profesor que nos daba clases en la mañana y en la tarde. Oficialmente comenzó el Seminario donde es ahora la escuela Presidente Alemán, pero algunos compañeros y yo comenzamos donde no había nada. Entre ellos recuerdo a un gran hombre muy conocido aquí en Tepic, el Padre Jesús Barajas de León.
Recuerdo las clases de nuestros maestros de humanidades, que enseñaban muy bien; uno fue el Obispo Auxiliar de la diócesis, el señor Manuel Piña, y otro el Padre Jesús Partida.
Cuando llegamos a Montezuma a estudiar la Filosofía y la Teología todo era en latín; nos fue muy bien allá. Al estudiar Filosofía tenía 13 años; estudié ahí siete años y salí a los 20 mis estudios.
En Montezuma tuve también muy buenos formadores, jesuitas, estrictos, rectos, firmes, como el Papa Francisco, en él veo retratados a muchos de mis superiores, derechos como pinos, tanto que mi colega el Padre Salvador Santiago, quien también estudió allá, escribió un poema que dice. “Yo soy hijo de jesuitas, pero de aquellos de cepa, de formación ignaciana y mística a lo Manresa, aquellos de siete votos que por su vida parecían auténticos anacoretas”. Terminando mis estudios recibí el subdiaconado y el señor Obispo Anastasio Hurtado, quien sufrió la persecución en carne propia y llegó a ser desterrado, me dijo: “Vente para acá”, y recibí el subdiaconado en Talpa de Allende y el diaconado, en la catedral.
¿Qué sintió al recibir el Orden del Sacerdocio?
El presbiterado lo recibí el 17 de agosto de 1947, en la Catedral de Tepic. Ya me sentía grande, pero aun no cumplía los 23 años. Me dieron esa educación, me sentía un ¡auténtico y firme soldado de Cristo! Un espíritu de lucha, de entrega.
Ya siendo sacerdote me enviaron a enseñar al Seminario. Consulté a muchos profesores sobre cuál sería la manera de aumentar y mejorar la parte intelectual en el futuro sacerdote.
¿Cuál ha sido la mejor experiencia en su sacerdocio?
Principalmente, el estar todavía dispuesto a lo que viniera, a servir en lo que fuera a Cristo, a mis hermanos. El ser maestro del Seminario, apoyado por el rector, el Padre Manuel González Gutiérrez y el vicerrector, Padre Ladislao Ramos; Enrique Mejía y Alejandro Jiménez como maestros, hombres de mucha fe y mucho corazón. Pero ya ahora me muevo en un mundo de muertos, todos mis compañeros ya fallecieron. Muchos sacerdotes de ahorita fueron mis alumnos.
Un mensaje para los sacerdotes, los seminaristas…
Principalmente, seguir a Cristo, el seminarista de hoy tiene que saber escuchar a Dios en su Palabra, obedecer y seguir los pasos de Jesús; que olviden su vida pasada y vayan hacia adelante, que guarden el silencio sagrado, estudien mucho y no anden preocupándose por cosas vanas. El ser sacerdote y el tener indicio de vocación es señal de que Dios los ama, y si Dios los ama sigan perfeccionándose para corresponder a ese amor.
¿Cómo percibe a la Diócesis de Tepic?
Ha mejorado mucho, no tanto en número, porque aun hacen falta muchos sacerdotes e impulsar muchos ministerios. En mis tiempos había parroquias con años que no tenían párrocos.
El Seminario de Montezuma nos dio bases fuertes para saber dirigir parroquias, conforme lo requería el Código de Derecho Canónico de 1917 que nos gobernaba, era la ley para todo. Ahora lo que dirige todos nuestros quehaceres es el Código de Derecho Canónico de 1983, emanado del Concilio Vaticano II.
Percibo que nuestra diócesis ha ido avanzando, progresando en lo moral, en lo académico y en lo pastoral.
Con respecto a lo pastoral, del Sínodo Diocesano de 2001 al Plan Diocesano de Pastoral de 2010, ¿cómo ve el cambio en la diócesis?
El Sínodo tendría que haber sido lo fundamental en nuestra diócesis, han cambiado mucho las circunstancias. Para el señor Obispo Ricardo Watty Urquidi el método anterior (Ver, Juzgar, Actuar) ya no daba resultado, era mejor el “actuar”, ¿cómo es la diócesis y cómo debería ser?
Por petición escribí sobre cómo quería que fuera la Catedral, y le envié el documento al obispo diciéndole: “La catedral es del obispo, las decisiones las toma el obispo, la gente quiere al obispo en catedral, la catedral debe estar gobernada por un grupo de sacerdotes jóvenes, inteligentes, de mucho empuje, que sean la semilla de la evangelización en toda la diócesis”.
Estoy de acuerdo con el Plan Diocesano, nuestra diócesis ha mejorado, ha progresado, pero tiene que mejorar más. Le hace falta integrar más al pueblo, que el pueblo tome las decisiones para que mejore nuestra diócesis.
Recomiendo al Clero que eche a andar verdaderamente el plan pastoral en sus parroquias, que sigan adelante, hay que seguir dando ejemplo, y prepararles el camino a los que vienen.
Escuchemos al pueblo, escuchen a los laicos, antes éramos educados para ser maestros de los laicos, ahora ellos ya no solo son nuestros discípulos, sino también nuestros maestros, escuchémoslos y sepamos verlos como nuestros compañeros en este camino.
Al finalizar la entrevista, el padre Ricardo miró su reloj y dijo con sinceridad: “Ya era hora de que vinieran a visitarme, agradezco que hayan venido, en diez minutos (él sintió que fueron solo diez minutos) no se puede transformar el mundo”.
Carlos García